Las manos hablan – David Sáenz #Columnista7días

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No sé sobre qué escribir. Camino de un lado al otro intentando recordar eventos significativos de la semana, pero nada vuelve a la memoria. Camino de un lado al otro, veo a través de la ventana. Observo con detenimiento a un perro que corre felizmente, despreocupado, tal vez tiene consciencia de la vida y de la muerte. Abro varios textos, leo unas páginas, los vuelvo a dejar por ahí. El escritorio se llena de libros: El último lector de Piglia, El arte de ser feliz de Schopenhauer, Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, El olvido de sí de Pablo d`Ors, La vorágine de José Eustasio Rivera, Diario íntimo de Unamuno… Sin embargo, la concentración no logra coger alguna idea, todas se van, se esfuman antes de que mis manos mentales las intenten siquiera aprehender.

Recuerdo que ayer escribí en un papel una nota. Me levanto, la busco en la chaqueta que tenía puesta, no está. También reviso en el bolsillo de la camisa, tampoco la encuentro. Busco en el maletín que llevé el día de ayer a la Universidad. Ahí está la anhelada hoja. La leo de nuevo. Me doy cuenta de que no viene al caso, que lo escrito allí corresponde más a la intimidad que a la columna. Sin embargo, pienso en esa idea cliché que muchos han dicho: lo que escribimos nos desnuda, dice mucho de nosotros.


 Sin lugar a duda, en lo escrito se revelan las angustias de quien araña las palabras. Generalmente la escritura no surge de la felicidad, surge de los dolores y de los vacíos. Si se escribe sobre temas políticos, lo más seguro es que el mundo pueda ser demasiado pesado y que en la escritura se acomode el mundo para que pese un poco menos.

Por otra parte, en la escritura se manifiestan las ideas del mundo de quien cree en las palabras. Tal vez por ello la censura ha sido tan común en sociedades en donde sólo se quiere tener y promulgar una única idea del mundo.

 En fin, en la escritura, así sea de un pequeño trozo de papel, o en una columna mal escrita, se revelan anhelos, esperanzas, vanidades, locuras. El misterio de la escritura consiste en intentar disimular la incapacidad para ocultarse. Un día un amigo me dijo que los que escriben o intentan escribir, solamente pueden hablar de lo que carecen. Puede que por ello sea tan común que cuando se tiene alguna cercanía con quien escribe, todo termine en la decepción.

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