La psicología positiva no tiene nada que ver con ser optimista todo el tiempo, de la misma manera, la felicidad no significa que no se pueda manifestar inconformismo frente a las injusticias que nos rodean. Estos son errores comunes entre quienes acusan a la psicología positiva de caer en fórmulas facilistas inútiles que se venden como eficientes.
Desde el bando de las críticas a la felicidad hay voces que argumentan que la racionalidad tiende al pesimismo porque la historia humana nos lleva inexorablemente hacia allá, pero quienes la defienden argumentan que no se trata una actitud ingenua frente a la vida.
A menudo, se percibe erróneamente que una vida feliz implica estar satisfecho con el status quo, conformándonos con lo que se tiene y renunciando a aspiraciones más elevadas. Sin embargo, la verdadera felicidad va más allá de la mera complacencia. Varios modelos coinciden en que implica un sentido de plenitud, crecimiento personal y contribución al mundo que nos rodea.
El conformismo puede conducir a una vida de estancamiento, donde las personas se resignan a aceptar las circunstancias sin buscar cambios. Por el contrario, la felicidad auténtica está arraigada en la búsqueda constante de significado, en el deseo de crecer, aprender y mejorar. Al menos desde una mirada occidental (posiblemente cargada de ego, si aplicamos una mirada con otros valores).
Buscar la felicidad no implica conformarse con lo que ya se tiene, sino más bien es un impulso hacia la exploración, la innovación y la superación de los desafíos. Es encontrar alegría en el progreso, en el logro de metas personales y en el servir a otros. Claramente no hay una única fórmula para la felicidad.
Mientras en el mundo “occidental” podemos pensar que la felicidad está relacionada con las facilidades asociada a la acumulación de bienes y capital, otras visiones, asociadas con valores “orientales” o arraigadas en comunidades que dependen de los bosques (según Amartya Sen), señalan el bienestar como algo ligado a la satisfacción grupal, no solamente individual.
Para algunos pensadores, como Hannah Arendt, se dieron cambios profundos en la visión de la sociedad entre los siglos XVIII y XIX para que en algunos países occidentales la felicidad pasara a considerarse como más fundamental en escenarios privados en lugar de colectivos o públicos.
La felicidad se puede “gestionar” en diferentes escenarios, desde políticas públicas nacionales, como el emblemático caso de Bután, que mide la felicidad en lugar del producto interno bruto, hasta en escenarios laborales en los que se apuesta por mejorar el clima laboral y la satisfacción de los trabajadores, ya sea con un enfoque orientado exclusivamente a mejorar los desempeños (la rentabilidad) o con enfoques que a veces se pintan como humanistas (sin serlo realmente), hasta modelos que verdaderamente combinan responsabilidad social con criterios justos de mejoras en los desempeños.