Una de las funciones primordiales de la educación es fomentar el debate. Sin embargo, a menudo el término «debate» evoca imágenes de disputas acaloradas, plagadas de insultos dirigidos especialmente hacia aquellos que sostienen opiniones diferentes. Con frecuencia, se recurre a argumentos ad hominem, relegando las ideas a un segundo plano y centrándonos únicamente en el ataque personal.
Esta carencia de verdadero debate es una de las mayores deficiencias del sistema educativo en Colombia. Desde la infancia, nos enseñan a recitar lo que los profesores esperan escuchar y lo que nos garantizará aceptación entre nuestros pares. No hemos logrado formar ciudadanos con capacidad para la democracia, es decir, individuos capaces de discrepar respetuosamente y de construir ideas a partir del intercambio de conocimientos.
Recientemente, alguien compartió conmigo una experiencia en la que tuvo serios desacuerdos con un profesor. Al principio, me alegró escuchar esto, ya que el aula académica debería ser un espacio donde las ideas puedan ser presentadas, debatidas, evaluadas y, si es necesario, modificadas.
Sin embargo, la historia no tuvo un final feliz. Esta persona me reveló que, debido a los desacuerdos, optó por cambiar de profesor. Consideraba que su interlocutor no estaba dispuesto al diálogo y que era preferible evitar conflictos con él.
Lamentablemente, esta historia no es única. Muchos de nosotros, en diversos entornos, como nuestros hogares, círculos sociales, escuelas y universidades, optamos por alejarnos cuando nos enfrentamos a opiniones divergentes en lugar de abordar el conflicto.
Olvidamos que el conflicto es inherente a la condición humana y que al no enfrentarlo a través del diálogo y el debate, las tensiones se manifiestan de formas más violentas en otros ámbitos. Tanto así que, en Colombia, nos resulta más fácil recurrir a la violencia, como lanzar bombas, torturarnos, masacrarnos o desplazarnos, que sentarnos a dialogar, a discrepar, a debatir y a decidir qué tipo de sociedad queremos construir.
Las instituciones educativas tienen una enorme responsabilidad en promover la lectura y el debate. Solo así, desde las aulas y otros espacios educativos, podremos acercarnos al ideal democrático. Como lo expresó sabiamente Carlos Gaviria, Colombia es un país con una vocación democrática innegable, pero que aún no ha sabido trascender la demagogia para vivir una verdadera democracia.