Punto de no retorno – Fabio José Saavedra Corredor #Columnista7días

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Gauteovan, la madre de todas las cosas, la eterna en los ciclos del tiempo, la que no tuvo principio ni tendrá fin, decidió hacerse visible esa mañana, ante los ojos de sus hijos los Koguis, Chimilas, Arsarios y Wiwas, entonces todos la vieron acomodada en su trono de nubes, sobre las nieves perpetuas, que coronaban el picacho más alto de la Sierra.

Como si las nubes fueran gigantescos copos de algodón, adornados con la inmaculada blancura de la nieve, allí sentada, se veía envuelta en un halo divino, como si la paz de todos los espíritus, fluyera en la suavidad de su sonrisa y la ternura infinita de su mirada, así la adoraron sus hijos Tayronas, desde que los primeros rayos del sol asomaban en el horizonte. 

Los Chimilas, permanecían de rodillas y con la frente tocando la madre tierra, así hasta el ocaso, cuando el reino de las tinieblas cubría con su manto de oscuridad el mundo visible.

Ese día Gauteovan había acudido, al implorante clamor que le presentará la comunidad Chimila, los que se habían asentado hacia varios siglos en el valle, que se extendía desde el pie de la Sierra Nevada, hasta la Ciénaga de Sapatosa, la llanura estaba atravesada por el río Ariguaní que al final tributaba sus aguas a la ciénaga, allí en las fértiles tierras bajas del río, se habían establecido las familias indígenas.

Disfrutando durante varias generaciones, la abundante caza en los bosques y la variada pesca en el río y la ciénaga, además, las vegas fértiles del Ariguaní se habían convertido en extensas zonas de cultivo, pero con el tiempo, la producción de carbón de leña y los malos manejos agrícolas fueron acabando con el paraíso. 

Hasta el día de hoy cuando los veranos intensos y la ausencia de lluvias traían grandes hambrunas y epidemias, que año tras año solo dejaban dolor y muerte, al punto que los indígenas se habían visto obligados a invocar a la madre de todas las cosas, para que viendo ella en cuerpo presente, la desgracia de su pueblo, ahora consumido en un mar de hambre y sed, en el que la muerte, con su letal guadaña, navegaba plácida, cegando a diario vidas sin descanso.

Esa mañana Gauteovan, subida en su trono de nubes, dejó que su mirada viajara por los cauces secos y los aljibes sedientos, igual por los valles sin árboles y la colina árida, sobre la que se levantaba una pequeña capilla, vio todo convertido en eriales estériles y mustios, por toda parte la muerte había dejado profunda huella, donde quiera que se mirara se encontraban montones de huesos, esqueletos blanqueados por el sol y el viento y calaveras sonrientes, burlándose de la vida, por no haber podido con la muerte.

Entonces la sabia mirada de Gauteovan se ensombreció de pesar y tristeza, en el momento que recordó, las fértiles tierras que le entregara ella misma a los ancestros Chimilas, por eso sentía profundo dolor, al ver como las habían devastado, sin pensar en las futuras generaciones.

En ese momento,  decidió buscar sosiego en las tierras altas, en los páramos y en las cordilleras, hasta el reino Chibcha, allí busco consuelo en su hermana Muisca, la hermosa Bachué, diosa de la vida y la procreación, la buscó en la laguna de Iguaque infructuosamente, entre los sobrevivientes bosques de roble y frailejón, hasta que por fin la encontró sentada en el Púlpito del Diablo, sobre las nieves perpetuas del cerro Ritacuba en el Nevado del Cocuy, la halló mirando la devastación de sus dominios, por la misma causa, allí las horas se desgranaron una tras otra, mientras ellas hablaron largo tiempo, en los diálogos del silencio, cuando los espíritus hablan sin necesidad de palabras, el tiempo voló como los colibrís de flor en flor, entonces Gauteovan regresó trayendo paz en su mirada, eso sí, conmovida hasta las entrañas, por los abusos y desafueros de sus hijos.

Esa noche, soplo sobre el mar sin descanso, hasta que las nubes negras de tormenta regresaron al valle de Ariguaní, entonces, la lluvia cayó por varios días con sus noches, sobre los áridos y resecos suelos, en las calles del pueblo y los campos desolados, hasta que las hendiduras profundas de la tierra, abiertas por el sol, como dolorosas heridas vivas, bebieran con ansiedad, hasta llenar las profundidades desconocidas del suelo, entonces las semillas resecas, se saturaron henchidas y túrgidas, de ellas brotaron hojas, tallos y raíces, que cubrieron nuevamente los valles desnudos, los pocos niños volvieron a reír y corrieron alegres bajo la lluvia, los ancianos se lanzaron sobre los prados, y bebieron gotas del aguacero y del agua que corría por los pliegues de sus mejillas.

En esos afortunados días los Chimilas supieron que el cielo les brindaban otra oportunidad, en la tierra de la nueva esperanza, o Issa Oristunna.  Ellos cuando niños habían conocido los viejos bosques, los que con el tiempo se fueron convirtiendo en carbón, hasta que, por su culpa, primero desaparecieron los aljibes, luego las aves, y las mariposas habían huído perseguidas por la muerte,  el valle quedándose agónico, hasta hoy, cuando su diosa les regalaba una nueva oportunidad de vida.

En tanto Gauteovan, pensaba que la esencia natural de los seres humanos, los llevaba a no valorar lo que no les costaba y a no cuidar los tesoros que les encomendaban, por eso las personas vivían añorando los años idos, además pensó en los elementos de la naturaleza y la vida: agua, tierra, aire y fuego y recordó los dias en que la humanidad había hecho crisis, cuando la esencia de la vida había perdido sus valores, para convertirse en la esencia de la muerte, en medio del gran desorden, en el que llegó el diluvio y el agua había acabado hasta con los nidos de los pájaros.   

Entonces pensó, que el fuego de la sequía, el sol inclemente, y las lenguas de fuego que todo lo devoraban, debía ser el próximo elemento apocalíptico, que sancionaría la irracionalidad e inconsciencia de la humanidad, por no haber sido capaz, de cuidar los dones y talentos recibidos, para cuidar la naturaleza y la vida.

*Por: Fabio José Saavedra Corredor

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