Hace unos días vi una película argentina, del director Rodrigo Moreno, Los delincuentes. En el inicio parecía que no sucedía nada: Un trabajador de un banco que todos los días se levanta para ir a su oficina, trabajar, regresar a su casa y vivir así por el resto de la vida. Se captó muy bien la existencia que muchos tenemos, una vida sólo para trabajar.
No obstante, el largometraje hace un giro, cuando el personaje central emprende una aventura, se abren otros mundos que lo tranquilizan del sin sentido de la vida que habita: la música, la poesía, la literatura, el campo, el verde, los árboles, el agua, la amistad y el amor.
Cuando finalicé de ver la película, sentí que la vida feliz y tranquila radica en encontrar una existencia en la que se pueda disfrutar de la lectura, que no es otra cosa sino llenar el tiempo de otra manera.
Así mismo, en las letras están las palabras que nos posibilitan darle nombre a lo que todavía no tiene nombre, en vez de tener que señalarlo con el dedo.
En la naturaleza hallaremos otros sonidos, otra forma de habitar la Tierra, tal como lo hacen los animales y las plantas. En el amor está el sentimiento que nos permite ver la belleza que irradian los demás.
Precisamente por ello se hace necesario que nos despertemos y nos preguntemos por la vida que deseamos vivir.