Las luces decorativas en estas fiestas pueden simbolizar tradiciones religiosas: la estrella de Belén o la luz de Cristo que ilumina el mundo. También pueden significar fiesta, celebración y calidez. Cada quien puede encontrar el ritual o el simbolismo que mejor oriente conductas para el beneficio individual y colectivo.
En la antigua filosofía griega se encuentra la idea de que todos los objetos están constituidos por agua, tierra, fuego y aire. Empédocles (490 – 430 a.c.) proponía que estos cuatro elementos eran la base para la construcción del mundo físico.
Posteriormente encontramos en la historia y la literatura diferentes alusiones al fuego como un elemento que mueve la pasión y las emociones más profundas, posiblemente asociado al calor generado por el movimiento humano o el “hervir” de la sangre antes de un movimiento enérgico.
En la actualidad necesitamos símbolos para mover las pasiones humanas hacia la paz, para contrariar las lógicas económicas y geopolíticas que mueven las guerras. Las luces navideñas pueden representar esperanza y renovación, dirección y guía, para encontrar el camino justo hacia la solidaridad y el sentido de comunidad.
Encender una luz puede ser un homenaje a la santidad, a quienes no están ya con nosotros, o puede representar también la unión (comunión) de clanes o vecinos.
Esta es una temporada especial para procurar encender las luces que orienten un mejor camino, lleno de esperanza; ya sea de manera individual o colectiva, es la hora de (re)inventar rituales para que la luz y el fuego sean algo más que sólo un impulso pasajero para energizar transitoriamente las vidas cansadas.