Semillas del diálogo – Fabio José Saavedra Corredor #Columnista7días

Cuando el temor a lo desconocido invadía la conciencia de Filiberto, sentía una sensación tan previsible para él, que no sólo afectaba su ánimo, también su organismo recibía extraños mensajes, entonces el aire se tornaba pesado, como si el oxígeno le faltara, la respiración se le ponía agitada, al extremo que no soportaba las cuatro paredes de la casa, aunque estuviera sentado en el mullido sofá de la sala.

Empezaba a sentir en las profundidades de su estómago, el vacío del vértigo, como cuando se paraba en el borde de un acantilado, incluso algunas veces los poros se le inundaban de un sudor frío, hasta llevarlo a puntos de angustia, que lo obligaba a buscar su única vía de escape, que era huir de la casa y guarecerse en la soledad y el silencio de la montaña, donde la caricia del aire fresco y los sonidos de la naturaleza, actuaban como un bálsamo en su espíritu conturbado.

Así se encontraba ese día Filiberto, después que la testarudez de él y su esposa Rosa Eliana, los llevó a no escuchar razones ajenas, queriendo imponer cada uno su voluntad, sin entender, que para llegar a un acuerdo se debe ceder un poco, y para tener una buena comunicación en una conversación, el entendimiento debe fluir en doble vía.

La crisis entre esposos los condujo, a que ella se encerrara en el cuarto y él huyera como siempre rumbo al bosque. Sabían que la soledad, el silencio y el tiempo se encargarían de apagar el fuego de los egos, además cada uno tenía definido su nicho de apaciguamiento, ella recurría al mar de lágrimas bajo la almohada y sus largos monólogos con el espejo, regularmente se perdía en un juego absurdo con los lápices labiales como si fueran pinceles, maquillaba el lienzo de su rostro, con los trazos artísticos de la ira y la decepción, por no lograr imponer su criterio, como si fuera un aborigen preparándose para la guerra. En tanto, su obcecado esposo huía desbocado, al refugio que siempre le brindaba la naturaleza.

El fugitivo estaba seguro que para recuperar la serenidad en esos momentos, la mejor estrategia era poner distancia de por medio, y la mejor arma el pensamiento tranquilo, además, evitar no era claudicar. En algún momento oyó decir al abuelo que huir a tiempo, no era cobardía.

Desde que había salido de la casa, avanzaba perdido en esas cavilaciones, las que le iban dejando en el alma un sabor amargo, que se diluía con el paso del tiempo y la distancia que ponía con la casa, en ese instante recordó las sabias palabras de un viejo, «en el matrimonio hay que aprender a hacer caso, así se evitan problemas y uno vive feliz, además, si las cosas salen mal, hay a quien echarle la culpa”.

Algunas veces había pensado seguir el consejo del camino fácil, pero su dignidad y el respeto por el amor que se profesaba con su esposa, lo obligaba a manifestar lo que pensaba, así se generarán conflictos, en tanto alcanzo los primeros árboles del bosque, y percibió el tranquilizante susurro que dejaba el viento, en su paso por entre las hojas de las copas de los árboles, él disfrutaba el vuelo inestable de una mariposa muceña, la que parecía guiar su camino.

La mañana había sido lluviosa, se respiraba humedad en el ambiente, por los rayos del sol que calentaban el suelo, generándose un medio propicio para que salieran las rabo de ají de entre la maleza, a tomar el sol en mitad del camino, situación peligrosa que atrajo la atención de Filiberto, sustrayéndolo de las huellas del altercado. Extrañamente, vio cómo la hermosa mariposa detuvo el vuelo, posándose tranquila, sobre el lomo de una coral que reptaba atravesando el sendero, el caminante fugitivo pensó, que a diario encontramos enseñanzas en la sabiduría de la naturaleza, entonces pudo oír la estridente voz de los grillos, que emergía de entre el espeso follaje a lado y lado del camino, también oyó el canto de los pájaros y los gritos de los micos saltando entre las ramas lo que hizo que la serenidad volviera a su espíritu.

A esa hora empezó a oír en la distancia, el sonido del agua en la quebrada, lo que estimuló su deseo de llegar pronto al remanso en el río, quería hundirse en el agua fría y entregarle sus preocupaciones, añoró no poder disfrutar de esos inefables instantes de comunión con la naturaleza con su esposa.

Filiberto gustaba abandonarse al capricho de la corriente en el remanso, mientras que se perdía en el increíble mundo de la fantasía, con ese inefable concierto de voces propias del bosque. No había trascurrido mucho tiempo, cuando abrió los ojos, y vio a su esposa parada sobre el barranco de la orilla, alarmado le vio el rostro atravesado por líneas rojas y manchones en la frente de lápiz labial, ella se desnudó y lanzándose al pozo, nadó hasta su lado, pidiéndole que le ayudará a lavarse el rostro y su alma de las huellas de la ira, así se fundieron sus cuerpos con el agua y posibles lágrimas disueltas en la corriente, a la que le fueron entregando sus cargas inútiles, liberándose de la soberbia y la testarudez herencia de una sociedad machista.

El sol ya caía a recogerse en la hamaca del horizonte, cuando emprendieron el regreso, iban guiados por la más hermosa mariposa muceña, a la que se le fueron uniendo miles en el camino, como si una nube de colores celebrará con ellos la paz, el perdón y el olvido, entonces se oyó entonar entre sus suaves aleteos, un estribillo de voces cada vez más audible, que decía, «cuando los vientos huracanados de la ira azoten tu espíritu, cierra el incontenible manantial de tus palabras»,  así, felices arribaron a su casa, entre besos y dulces promesas, por su parte la nube de mariposas se perdió camino al cielo.  

Mientras que la brisa…  se quedó dormida ese ocaso, en brazos de su amante el viento, el que convirtió en huracanes sus entrañas, y en suspiros sus corazones, para no despertar a su amada, mientras ella… en sueños se le entregaba, poseyéndola… igual que el mar a la playa, en los rituales que apagan furias, y funden dos almas.

*Por: Fabio José Saavedra Corredor

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