Amor por las plumas – #CrónicasYSemblanzas

Presentar relatos que muestren a Boyacá en sus distintas facetas es el propósito de «Crónicas y semblanzas». Hoy he decidido compartir la semblanza del médico veterinario Jaime Caicedo Ordóñez, personaje atrayente que ha contribuido a impulsar el desarrollo industrial de Boyacá. Este escrito, de mi autoría, está publicado en el libro “Emprendedores en vuelo”, editado por la Cooperativa Industrial de Boyacá en febrero de 2021, con ocasión del cincuentenario de esa organización solidaria.

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A pesar de ser disciplinado, estricto, resuelto y tener voz de mando, Jaime Caicedo Ordóñez desistió de ser oficial del ejército colombiano cuando apenas era un cadete.

Nació en Samacá y ha compartido su residencia entre Duitama y Bogotá.

“Mi padre siempre fue empleado público; estuvo como almacenista de la construcción de la represa de Gachaneca en Samacá y de allí lo mandaron a la Termoeléctrica de Ubaté, luego a Barranquilla como auditor del terminal marítimo y, por último, fue trasladado a Bogotá. A todos estos sitios nos llevaba; nunca dejaba a su familia en otra ciudad. Se jubiló al cumplir la edad de 50 años. En ese momento era el síndico del Hospital San Juan de Dios en Bogotá”.

Fue durante la estadía de los Caicedo Ordóñez en Samacá cuando nació Jaime.

Jaime Caicedo Ordóñez en acción cuando ejercía la gerencia de una empresa avícola. Foto Archivo personal Jaime Caicedo.

Su papá, una vez jubilado, no quiso seguir en Bogotá.  “Entonces nos fuimos a vivir a Chía porque allí existía la oportunidad de tener una huerta y unos pollos. Creo que de ahí partió mi amor por las plumas”.

En Chía entró a estudiar la secundaria en el Colegio José Joaquín Casas, en donde se graduó como bachiller en 1968.

Ingresó a la Escuela Militar de Cadetes José María Córdova. Su paso por esa institución fue fugaz: solo cuatro meses. Pronto se dio cuenta de que la milicia no era su vocación. Creyó que su futuro estaba por el lado del sector pecuario y, en consecuencia, buscó un cupo en la carrera de medicina veterinaria de la Universidad Nacional y lo consiguió.

Mientras cursaba su carrera continuó viviendo con su familia en Chía. “Ir de Chía a Bogotá eran 40 minutos. Llegaba uno a la calle 45 con Caracas y con facilidad se podía desplazar en bus urbano o a pie hasta a la Nacional. A las siete de la mañana ya estaba en clase. Hoy en día la cosa es un poquito difícil por el tráfico vehicular”.

Para él, Chía en ese tiempo era “un pueblo donde se vivía muy bien y mucho más económico. Mi padre tenía una casa en Bogotá y con lo que la arrendaba pagaba el alquiler de nuestra residencia en Chía y le sobraba otro tanto equivalente a su pensión. Entonces, teníamos una mejor posibilidad de vida.  Éramos cuatro hermanos y todos estudiamos en universidades públicas. No había posibilidad de universidad privada”.

Para realizar su práctica universitaria debió desplazarse a la granja demostrativa de Surbatá en la zona rural de Surba y Bonza de Duitama. En ese lugar trabajó durante varios meses en su tesis de grado que consistió en establecer si un medicamento que acababa de ser elaborado en Francia se podía aplicar con todos los protocolos en esa región del país.

Jaime Caicedo Ordóñez. Foto archivo familia.

En el ambiente rural boyacense se sintió a gusto y quiso ser útil al vecindario. Por eso, en su tiempo libre adelantó un trabajo social consistente en apoyar a los campesinos en el cuidado de sus hatos.

Al terminar sus estudios universitarios en 1974 se vinculó a la Caja Agraria, entidad que lo envió al departamento del Cauca. Allá, en Popayán, su capital, se casó, como dice él, “con la novia tradicional” y tuvo sus primeras dos hijas, que son gemelas.

Su experiencia laboral con la Caja Agraria duró 22 meses. Después regresó a Boyacá y estableció como centro de operaciones a Duitama. “Allí de manera independiente me puse a trabajar como médico veterinario, de maletín, con fonendoscopio y termómetro por todas las veredas”.

Además de atender a los animales, les ayudaba a los campesinos y a los empresarios del agro a tramitar la documentación para obtener los créditos de la Ley Quinta de ese entonces que promovía el desarrollo del sector rural colombiano, con instrumentos de financiamiento y desarrollo para estimular la inversión. 

Estando en ese trasegar profesional conoció a Luis López Díaz, “quien era el representante de una marca comercial de alimentos y tenía una granja que se llamaba la Esperanza. Allí ya producía pollos, gallinas, tenía vacas, cerdos y, además, había construido una pequeña planta para sacrificio de pollos en la Ciudadela Industrial de Duitama”.

Luis López Díaz le pidió que le colaborara en el proceso de liderar una sociedad de familia en donde participaban los hijos de los dos matrimonios que había tenido. López Díaz consideraba que al frente de esa sociedad debería estar alguien que no fuera de la familia, pero que tuviera la capacidad y el conocimiento necesarios para sacar adelante la empresa. “Y así fue como llegué a la Ciudadela Industrial de Duitama”.

Esa planta de sacrificio de pollos en la Ciudadela es lo que hoy se conoce como Pollos Eldorado.

Jaime Caicedo comenzó a diseñar la proyección nacional de la empresa y a reclutar el personal necesario para desarrollar las actividades propias de aquel oficio. No fue fácil este proceso porque el personal requerido debía trabajar todo el tiempo de pie, a bajas temperaturas y tener fuerza, pues se requería levantar guacales que contenían por lo menos 20 pollos cada uno.

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A este médico veterinario, que incursionó en las lides ejecutivas y empresariales, dicho con sus propias palabras,  le fue “demasiado bien” trabajando con los boyacenses.

Jaime Caicedo con su familia en un paseo en el exterior del país. Foto archivo familiar.

Recuerda que cuando se desempeñó como médico veterinario independiente “no había sitio a donde llegara y no me ofrecieran un café, un huevo, una manzana. Era impresionante. Donde llegaba me atendían y si era posible me echaban en el carro lo que hubiera, así fueran los huevos de la gallina clueca, pero algo me daban”.

La hospitalidad y generosidad de los boyacenses la contrasta con la mezquindad que observó en otros departamentos. Relata, por ejemplo, una experiencia desapacible que vivió en el Valle del Patía, departamento del Cauca. En esa zona, que para él es “una sucursal del infierno”, por el calor que hace, debió cumplir cierto día una tarea de trabajo en la finca de una persona que había solicitado un préstamo a la Caja Agraria.  Para desplazarse hasta ese lugar tuvo que estrenarse como jinete de mula y hacer un recorrido de seis horas.  Llegó al sitio, extenuado y casi deshidratado. En esa finca había cultivos de melón, patilla y cítricos, entre otros, pero el dueño “no fue capaz de ofrecerme ni una fruta”.   Con desánimo dice que “en esos 22 meses de trabajo en el Cauca, si dos o tres clientes me ofrecieron una limonada, de ahí no pasó”.

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En el alma de Jaime Caicedo está arraigada la admiración por las gentes de Boyacá. “El boyacense, a pesar de ser tímido es amplio, generoso, es muy, que diría yo, familiar. Él se preocupa por uno”.

Se regocija al rememorar el tiempo que trabajó como médico veterinario en Duitama y algunas poblaciones vecinas.  “Tuve la dicha de trabajar el sector entre Duitama, Santa Rosa de Viterbo, Cerinza y Belén y había mucho minifundio, pero ¡qué colaboración! Allí observé lo que nuestras abuelas llamaban ‘intercambio de manos’. Este le ayudaba a sembrar la papita aquí al señor; el otro le ayudaba a tener el marrano mientras lo vacunaba; el otro sembraba las arvejas, las habas y las compartía con el vecino. Siempre había esa cooperación”.

Está seguro de no haber visto aguantar hambre a los habitantes de esa región de Boyacá. “Yo sé que hay mucha pobreza, pero nunca hambre. No había una casa donde no hubiera, aunque fuera, el montón de papas. Siempre existía algo que comer. Y la vaquita la ordeñaban y le daban a uno leche cruda sin que le hiciera daño. Eso es algo muy bello de Boyacá”.

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Jaime Caicedo disfrutando con su nieto. Foto archivo familiar.

Experimenta orgullo de haber logrado como gerente que la empresa bajo su mando hubiera sido la primera en el país en obtener la certificación   de sanidad del producto desde el origen, es decir, desde la granja y de haberse especializado en producir pollo parrillero para las cadenas grandes de restaurantes en Bogotá.

Una de sus preocupaciones fue la de garantizar la calidad del producto. “El posicionamiento que logramos en el país fue con base en la calidad y teníamos la mejor maquinaria que existe que se llama el ser humano. Le decíamos, de manera coloquial, ‘la clasificadora de trenzas’, que era la persona que revisaba, sin tocar el producto, que estuviera bien, que no tuviera un huesito roto ni la piel dañada ni un morado, porque era posible que durante el transporte el animal se maltratara. Eso nos hizo tener fama y mantener unos estándares de calidad, pero con base en el material humano, que fue nuestra fortaleza”.

Desde la gerencia siempre le apostó a estimular de distintas maneras a los trabajadores. A los directores de sección, es decir a su equipo cercano, los empoderó de sus funciones y les dio autonomía. En las granjas estableció un novedoso sistema de conseguir matrimonios de médicos veterinarios que se encargaran de cuidar el proceso de producción del pollo; a ellos les creó un sistema de remuneración que si bien es cierto fue considerado alto y especial, logró una producción considerable en calidad y cantidad. A los trabajadores administrativos les “prohibió” pasarse del horario establecido o llevar trabajo a sus casas.  Abrió un departamento de alimentación para el personal de la empresa, desde donde se manejaba el suministro de comidas balanceadas, controladas por una dietista.

Para él es grato rememorar que “yo incentivaba mucho las danzas y el canto y contratábamos al profesor Chepe Correa para que nos enseñara a cantar y eso era muy motivante. La gente salía agotada del trabajo a su clase de canto y cual Caruso, todos iban cantando por los pasillos”.

Jaime Caicedo tuvo ocurrencias curiosas como aquella de celebrar una fiesta de “15 años de niña rica” a los trabajadores. Eso fue, justo, en la celebración de los 15 años de la empresa. Con ese motivo contrató un salón del Centro de Convenciones de Paipa. Aquel día los hombres, desde el portero hasta el gerente, fueron a la fiesta de esmoquin y sus esposas, lo mismo que las funcionarias administrativas y las trabajadoras, lucieron vestidos largos. Para conseguir esas prendas, Jaime Caicedo viajó a Bogotá y contrató a una casa especializada en ese tipo de alquiler.

En aquella celebración de los 15 años de la empresa llevó al grupo de Integración folclórica colombiana “Otrora” dirigido por el maestro José Santos Sanabria e hizo que el coro y las danzas de su empresa actuaran en el mismo escenario. “Eso fue de ll-a-n-t-o. Eso fue de e-m-o-c-i-ó-n”, rememora entusiasmado, haciendo énfasis, con el tono de su voz, en las palabras llanto y emoción.

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Señala haber promovido la creación de un fondo de empleados, que luego, por situaciones jurídicas, debió convertirse en cooperativa, a la cual la empresa cada año le participa un porcentaje de sus utilidades. Según lo asegura, el 98% de los afiliados a la Cooperativa hoy tiene vivienda propia, gracias a los créditos que esta les otorga.

Jaime Caicedo en su finca, ya jubilado. Foto archivo familia.

Otra realización de la cual se siente satisfecho es la de haber establecido un escalafón de estímulos salariales. “Con la ayuda de personas como el doctor José Manuel Pachón, que en ese momento era asesor del SENA, se creó un escalafón, unos rangos, donde se tenía en cuenta la responsabilidad, el trabajo desarrollado y unas evaluación de desempeño, a mitad y final de año, que daban la oportunidad de subir en esa escala y tener una mayor remuneración”.

También se alegra de haber establecido en la empresa un salario mínimo muy superior al mínimo oficial. “Hoy el mínimo de la empresa para un recién vinculado tengo entendido que está como en el 35% más que el oficial”.

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¿Dónde adquirió la condición de ejecutivo? “Ay Dios, es una buena pregunta. Yo creo que nace del pecho de la mamá. Cuando a usted le enseñan en su casa a ser organizado tiene la visión de que todo debe ser planeado y estructurado. Además, tuve un pequeño paso por el Ejército y allí lo disciplinan a uno y le hacen comprender que las cosas se tienen que hacer de determinada manera, en ciertos tiempos y en cierto orden”.

Intempestivamente y sin avisarle los accionistas principales de la empresa se reunieron y tomaron la decisión de retirarlo del cargo.

Hay algo que lo entristece. “Una vez dejé de ser gerente, casi que me sobran dedos en las manos para contar a quiénes siguieron siendo mis amigos”. Ese comportamiento del entorno en que ejercía su actividad laboral le dolió y aún le duele.

Cuando salió de la gerencia de la empresa a la cual le dedicó muchos años, fue contratado en Ecuador, en Perú y aquí en Colombia para asesorar empresas avícolas. Sin embargo, le costó acostumbrarse a la condición de pensionado. “A mí esta situación me significó enfermarme, estar seis meses bajo control médico por la depresión que tuve”.

De otra parte, mientras ejercía las asesorías empresariales padeció una meningitis de origen viral, causada al parecer por la picadura de un tábano en el eje cafetero. “Por eso me debieron tener aislado durante 10 días en una cámara especial y de ahí salí con un problema de depresión que me duró seis meses, que fueron los seis meses más duros de mi vida. Coincidió lo uno con lo otro: el desempleo y el sentirse como abandonado de los amigos”.

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Usted habla de “nuestra empresa”. ¿A caso es accionista?  “Sí, desde el primer día que me vincularon me dieron la posibilidad de ser socio minoritario. Entonces siempre fungí como gerente y como socio y continúo montado en ese bus. Aunque en el último puesto, es muy buen bus”.

No siente arrepentimiento de la forma como ha actuado en su vida laboral y como ha asumido su comportamiento personal. Considera que todo lo ha hecho apegado a los valores y principios que le infundieron en su hogar. Sabe que ha dejado huella en su tránsito vital.

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Haber sido profesor de cátedra de la carrera de Administración Agropecuaria en la seccional Duitama de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia la considera una experiencia única y placentera. “Me dediqué más a formar profesionales con criterio que a transmitirles conocimientos propios de las asignaturas que dictaba. Fui cofundador de esta carrera. Estuve seis semestres allí. No pude continuar por mis ocupaciones gerenciales. Y de mis alumnos escogí algunos y los vinculé como administradores de las granjas”.

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–¿Usted  es el doctor Caicedo? -le preguntó hace poco, en el punto de venta de la referida empresa de pollos en la Ciudadela Industrial de Duitama, una trabajadora.

–Sí, ¿por qué? –le replicó.

–Es que me han hablado mucho de usted y yo quería conocerlo. Dicen que cuando estaba aquí esto era una sola familia, que les hacía fiestas, concursos y olimpiadas –le repuso ella.

Esa opinión la considera el mejor reconocimiento que alguien le ha hecho por su desempeño ejecutivo.

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