De las primeras cosas que recuerda de su vida, es la de los chaparrazos que recibió de su mama, cuando le dio por ponerse a escribir la historia de los brujos que llegaron a Montañas del Totumo, un corregimiento de Paz de Ariporo, al norte de Casanare, que en la época, era un importante centro comercial de ganados, que desde Arauca y Venezuela, llegaban al Paso Rial y San Luis del Ariporo.
Entre los brujos que llegaron, hubo uno en especial, un ecuatoriano que se hacía llamar Pedro Rengifo Guaranga; se vestía con una sotana negra que le llegada hasta las rodillas, en el cuello portaba decenas de collares fabricados con chaquiras de diferentes colores y en cada dedo de las manos, unos enormes anillos de cobre y acero.
Siempre andaba con un burro enjamuga’o y al lado y lado de la jamuga, unas angarillas donde cazaban unos cajones de madera, llenos de hierbas aromáticas.
Al brujo ecuatoriano, acudían las personas a que le leyera los naipes y el tabaco, a comprar ungüentos y pócimas para consuelo del cuerpo y del alma, adivinaba los números de las loterías, hacia volver al ser querido, alejaba los malos vecinos, descubría por medio de rezos, quien les robaba el ganado, eliminaba malas energías, liberaba las almas de demonios y malos espíritus.
Gracias al poder curativo de las hierbas, sanaba descuajaduras y el frío de los muertos en los niños, vendía azabaches para el mal de ojo y muchos milagros más.
Carlos Pérez, que apenas contaba con unos 9 años de edad y estudiaba primaria en el internado a cargo de las monjas agustinas, se le ocurrió escribir una canción, mamándole gallo al milagroso curandero, letra y música que rápidamente los compañeros del internado se aprendieron y coreaban así:
Pedro Rengifo Guarangas
según los viejos llaneros,
se llamó el ecuatoriano
que recorrió el llano entero,
y que fue en el Casanare
el primer burro yerbatero
pero, murió con todo y burro,
lo mató un aguacero.
En las Montañas del Totumo,
la tierra de mis abuelos
apareció otro cacique,
botánico y rezandero
llamado Pedro Maceta.
Pedro en reemplazo del que había muerto primero
y Maceta, porque fue un viejo tracalero.
La canción se volvió muy popular y no faltó quien descubriera y denunciara al autor, al pequeño Carlos Pérez, que por irrespetuoso, grosero y atrevido, recibió unos duros chaparrazos por parte de su progenitora.
El castigo de nada sirvió, el joven Carlos siguió escribiendo y escribiendo, a cada cosa que veía. Solo necesitaba una hoja de papel y un lápiz.
Buena parte de esas letras fueron canciones tarareadas por él, en la mitad de la sabana, sin que alguien se diera cuenta, solo para él.
No se amilanó ante los duros y agrestes trabajos que se exigían a un hombre de la época, mensual, becerrero, caballicero, amansador de caballos y todos los oficios que le ordenaran los dueños de hatos, como La Porfia, Miramar y Morichito, que lo vieron crecer poco a poco, sin siquiera sospechar del talento con que había nacido.
Cuando estuvo de edad, se alistó en el Ejército y como si se tratara de cumplir una cita con el destino, lo asignaron a la emisora Colombia Estéreo, donde le dio rienda suelta al talento y como si fueran caballos salvajes, las canciones, casi mil, escritas por Carlos Pérez, trotaron por todo el país y en el exterior, en las gargantas de casi 200 de los más connotados cantantes de la época.
Eduardo ‘El Diablito’ Mojica fue uno de los primeros en grabar un tema suyo, Flor Silvestre, letra escrita en homenaje a las madres.
Como anécdota cuenta, vale la pena resaltar, que, en el Festival del Joropo, participó con La Camisa Conuquera, pero no la tuvieron en cuenta, la eliminaron. Luego fue todo un éxito en la voz de Juan Farfán.
Cada canción esta precedida por una anécdota, un pasaje cronológico de su vida que luego se vuelve rima, verso y finalmente canción, en la voz de quien le ponga el sentimiento requerido.
Otra canción que ha logrado despertar el sentimiento llanero, es El Guate, en las voces de Orlando “El Cholo” Valderrama, Carlos Rico y Eligio Zambrano ‘Matraquero’.
La canción “El Llanerazo” nace en Bogotá una tarde cuando se perdió en medio el tumulto de gente en Unicentro.
Mientras Orlando ‘el Cholo’ Valderrama llegaba a recatarlo, se sentó en una cafetería y comenzó a escribir en un sobre de manila “Una vez llego a un Parrando un viejito encotiza’o, con sombrero pelo e guama y el pantalón enrrolla’o… esa canción la metió de relleno en una grabación y terminó siendo todo un éxito.
Lo mismo pasó con la canción ‘Tres Lágrimas’. La letra escrita en una hoja de papel, duró botada por ahí, hasta que llegó Walter Silva, le hizo unos arreglos, la grabó y otro éxito más de la música llanera.
Necesitaríamos decenas de páginas de Boyacá Sie7e Días, para describir la historia de cada una de las canciones de Carlos Pérez, a quien le dicen el ‘Mocho’ porque perdió, en un accidente casero, una parte del dedo de una de sus manos.