
Delfín buenos días. No sé qué sucede con mi tiempo, pero ya no es el mismo, los segundos se diluyeron en los minutos y los minutos en las horas, a veces creo que yo voy quedando a pedazos en ese sendero de días y años sin darme cuenta, incluso una mañana cuando calcé los zapatos Gambinelli para abuelos, los que me regalo mi nieto, con sorpresa noté, que mis pies empezaban a nadar en ellos, a pesar de apretar los cordones sin misericordia, entonces me coloque los lentes, que se negaron a quedarse frente a mis ojos, no queriendo cabalgar en el lomo de mi afilada nariz de ahora, hasta que les di una mano y pude por fin ver el número de la talla 41 en el calzado, asegurándome que mi nieto no se había equivocado, sino que mi pie efectivamente ya era más pequeño.
Amigo mío, te comparto mis divagaciones sin ánimo de preocuparte, pero hoy ya no sé, si hoy es hoy, o si hoy es mañana, imagínate que terminé de leer tu mensaje de buenos augurios y quede rascándome el cogote, sin tener claridad si estaba en lunes o viernes, porque mis días se volvieron un solo tiempo, al punto que no supe de qué semana me hablabas, porque esas medidas de calendario, ya no existen en mis entendederas.
Delfín, espero no atribularte con mis dificultades en el atardecer de mi vida, pero como decía mi abuela, «ya untada la mano, untado el codo». Te cuento, que hace unos días fui al médico, ese si es un personaje de los de ahora, no ha ajustado la tercera década y ya tiene un posdoctorado en Gerontología, de la Universidad Iberoamericana de Mondragón, Seccional Kennedy.
Ya en el consultorio, inicialmente registró mis datos personales una ampulosa recepcionista, que lucía un generoso escote, en el que se perdieron mis miopes ojos, y por el que a cualquier movimiento se escapaban vaporosas esencias celestiales, las que detenían los somnolientos cabeceos de los pacientes en espera, extrañamente todos varones, luego poniéndose de pie, me entregó en manos de su exuberante hermana gemela, quien tomándome gentilmente del brazo, me condujo hasta el consultorio privado del galeno, el que, sin retirar la mirada de la pantalla del computador, ordenó con el tono propio de la frialdad hija de la rutina, «desvístase de la cintura para arriba y recuéstese en la camilla»; en tanto acercándose procedió a tomar los signos vitales, luego me pasó por la báscula y finalmente vino lo grave; me estaba encogiendo, mi estatura marcaba varios centímetros menos, con razón mis pantalones se arrastraban.
En ese momento el genio de la medicina, regresó a perderse en la pantalla del computador, limitándose a emitir una orden con la voz impersonal de un robot, «la recepcionista le entrega la formula y los resultados» y de inmediato autorizó el ingreso del siguiente paciente. Amigo Delfín, cuando salí de allí el único sabor humano que me acompaño fue el de las despampanantes gemelas, iba convencido que la relación paciente-medico había muerto.
Hoy doy gracias a Dios, por el valor agregado a mi vida, con buenos amigos como tú, que alegran el sendero y alivian la soledad, estoy seguro que en la actualidad la humanidad transpira angustia, todos corremos entre una multitud impersonal de desconocidos, cada uno cargando sus preocupaciones, rumiando problemas entre tanta neurastenia, que se vuelve contaminación temperamental colectiva, a la que todos contribuimos con nuestras angustias.
Gracias por oír mis divagaciones, Imagínate que mis zapatos han empezado a desgastarse por los talones, porque la vida ya transita en alto grado de pendiente y vivo frenando para no llegar tan rápido al hoyo, que me espera abajo con las fauces abiertas. Irónicamente la cola de víctimas es enorme… interminable… y los de adelante me ceden amablemente el puesto, pero yo rechazo su desprendida oferta, mientras que detrás de mi vienen viejos chuchumecos trastabillando y tosiendo, entonces pienso que quieren que los deje colar y con todo respeto les ofrezco mi humilde puesto, y ellos, entre toces y carraspeos, rechazan también mi solidaria oferta. Uno ya no entiende esta humanidad tan contradictoria, porque en los bancos, en el metro, en el estadio o en la clínica sí se querían colar.
En conclusión apreciado amigo, retomando mi preocupación inicial por el tiempo, cada vez estoy más convencido que desde el día que me pensioné, el afán desapareció de mi sendero y vivo en un día continuo, ahora me levanto tarde y la noche ya cubre las cosas con su manto de estrellas, por eso los días y las noches para mí son un solo tiempo, mientras llega el momento de la despedida.
Fabio José Saavedra Corredor.