
En las últimas semanas los candidatos a los cargos públicos regionales hacen campaña con desenfreno. Caminan por las calles como si estuviesen ungidos; saludan a todo el mundo, sonríen, prometen lo posible y lo imposible. Algunos se han mandado a hacer diseños de sonrisa que muestran en las vallas publicitarias, puede que sea para distraer a la ciudadanía con la pregunta, ¿a qué profesional habrán ido? Por supuesto, para no ir… En esa distracción esconden que sus propuestas no son aterrizadas según las funciones a las que sus cargos aspiran. ¡Habrase visto tal insensatez!
Por otra parte, hacen reuniones en los parques, en garajes y en todo lugar en donde les sea posible la perorata salvífica. En otras palabras, los candidatos políticos por esta época quisieran que les saliera una aureola de ángeles, o que parecieran dioses para lograr manipular las consciencias del voto popular.
Lo anterior resulta preocupante, porque las campañas políticas parecen todo, menos una fiesta democrática. La superficialidad reina y no sólo se evidencia en lo cosmético, sino en el hecho de hacerle creer a la ciudadanía que en los cargos públicos serán dioses omnipotentes y con poderes mágicos para transformar la realidad en un abrir y cerrar de ojos. Olvidan que sus funciones tienen límites y se tienen que encontrar en sintonía con el Estado Social de Derecho y con lo estipulado en la Constitución Política de Colombia. También omiten que en este país hay decisiones que se toman colegiadamente y no como en una dictadura en donde el tirano ordena y ejecuta sin contemplación alguna. Al parecer, muchos candidatos a cargos públicos creen que se postulan para ser dictadorcillos.
Una campaña honesta y democrática consistiría en reconocer los problemas que hay y plantear soluciones realistas; no para desmotivar a la ciudadanía, sino para hacerles caer en la cuenta de que hay muchas situaciones que necesitan intervenciones a largo plazo y que no se solucionan con mesianismos, sino con voluntades que involucren a las comunidades y a las instituciones del Estado para construir otras posibilidades.
Bien es cierto que, a todos y todas nos gusta soñar e imaginar utopías. No obstante, no podemos olvidar que la vida humana no se escapa de ciertos fatalismos, es decir, que nunca se dejará de luchar por la justicia, la paz, la equidad, el bienestar. La historia humana no tiene un final en el que todo será perfecto, siempre habrá conflictos y situaciones que necesiten ser repensadas. La historia de los hombres y las mujeres está en construcción, así como ellos mismos lo están. Siempre habrá problemas y los políticos no son dioses capaces de solucionarlo todo, la sola creencia en ello, ya le hace daño a la vida democrática que tiene que ver con el vivir juntos y elegir lo que creemos que más nos conviene, no porque pretendamos que esa elección será definitiva, sino porque significa saber que cada día, cada época tendrá su dificultad y también sus propias soluciones.
Por último, se hace necesario que la ciudadanía sea capaz de desarticular estas enfermedades de la democracia. Una manera de hacerlo consiste en cuestionar a los candidatos sobre cómo las propuestas hechas se encuentran en sintonía con los límites propios de los cargos a los que aspiran, así como de la legalidad y la ética propia de la Carta Magna. Además de ello, estaría bien que los candidatos comprendan que el ideal de la política no es el enriquecimiento a costo del Estado, ni el endiosamiento de sus individualidades, sino que se postulan a cargos públicos en los que la gestión, la veeduría, la resolución de problemáticas a través de las vías democráticas y el diálogo comunitario, puede contribuir a tener territorios más conectados, armónicos, pacíficos y sostenibles.