
Siendo docente de una institución educativa, no son ajenos para mí los casos que se presentan cada semestre en relación con la afectación de la salud mental en los estudiantes. En mis clases, algunos jóvenes me han manifestado que han tenido episodios de ansiedad y pánico dentro y fuera del aula de clase. Este tipo de situaciones se presentan en cada semestre académico evidenciándose en la ausencia a las clases por un tiempo prolongado, el aislamiento con sus compañeros, la disminución del interés por las actividades académicas y los cambios de ánimo que se perciben en la angustia, el llanto y la ira. Mi primera reacción es escucharlos para que ellos se puedan desahogar, y seguido a ello, les sugiero o los remito al consultorio médico de la universidad.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud mental es parte fundamental del bienestar de las personas, que sustenta las capacidades individuales y colectivas para tomar decisiones, establecer relaciones y darle sentido al mundo en el que vivimos. Es, además, un derecho humano esencial para el desarrollo personal, comunitario y socioeconómico. En este sentido, procurar una salud mental es compromiso de estados e instituciones que, al tener la responsabilidad del bienestar social, deben establecer seguimientos y estrategias permanentes de prevención y mitigación en la afección de la salud mental.
Desde la OMS se establece que alrededor de 450 millones de personas padecen un trastorno mental o de comportamiento, situación que durante los últimos años, después de la pandemia COVID-19, se ha exacerbado y en relación directa con el aislamiento social y las secuelas que a largo, mediano y corto plazo se generaron en la población mundial en todos los grupos etarios, lo que además ha evidenciado impactos sin precedentes en el siglo XXI, y que hoy representa un gran desafío a la salud mental a nivel global.
Teniendo en cuenta la investigación de la Organización Panamericana de la Salud, el miedo, la preocupación y el estrés son respuestas normales en momentos en los que se debe enfrentar la incertidumbre, lo desconocido o situaciones de cambios o crisis como los que se generaron por la pandemia. Por ello, es necesario reconocer y manejar las emociones, conductas expresivas y la consciencia que se debe tener de ellas. Estas conductas han sido en muchas ocasiones condicionadas o frustradas por situaciones como las que se presentaron en la pandemia COVID-19 con el confinamiento obligatorio y el distanciamiento con las personas y en caso del contexto educativo universitario, estas situaciones agudizaron fallas graves en los procesos de enseñanza y aprendizaje, además de perjudicar las relaciones humanas en los procesos de socialización entre los jóvenes.
Por ello, es fundamental que los profesores observen de manera aguda las situaciones de cada joven estudiante como ser único, por lo que es esencial adaptar el enfoque educativo-pedagógico para promover programas, proyectos y actividades que atiendan a sus necesidades individuales y colectivas. La colaboración entre profesores, familia, profesionales de la salud y los mismos estudiantes es fundamental para abordar los desafíos y las exigencias que demanda la salud mental en la sociedad. Además, de crear una conciencia para reducir el estigma de los padecimientos mentales. Cuanta más apertura se genere al hablar de estos problemas, más fácil será para los estudiantes recibir el apoyo que necesitan sin ninguna vergüenza.
Principio del formulario