Recientemente vi una película que me tuvo despierto y sin ninguna distracción: Thepaintedbird, del director VáclavMarhoul. La película narra eventos de la II Guerra Mundial desde la perspectiva de un niño judío de no más de diez años. Parece que el escenario es Polonia, o algún país de Europa oriental. El film es aterrador. Con este tipo de largometrajes uno comprende que la función del cine no es la de entretener, sino hacer que podamos sentir en cierto grado la experiencia que se narra.
El niño protagonista se llama Joska. Su historia y devenir hacen sentir que la historia de la humanidad ha estado impregnada de dolor y de ficciones que nos conducen a catástrofes. Ficciones que nos hacen sacar la peor parte de nosotros mismos. ¿Acaso qué es una guerra? Es una ficción, la del poder, el dinero, la conquista, el más valiente. Por algo, el budismo, que más que una religión es una filosofía, propone que llegar a ser Buda, es despertarnos de esta pesadilla que se llama vida, tan ficcionada, donde nos hemos creído tantas mentiras que nos han movilizado a la muerte y a negar cualquier muestra de compasión por lo otro, por la vida, por la historia.
La ficción del más fuerte se desarrolla en todas las escenas de la película. Joska corre con un animal, tiene desespero. No obstante, otros niños lo agarran, lo golpean y matan al animal que el niño lleva consigo, lo incineran. Primera escena, primera ficción, el más fuerte se impone. El niño, de mirada profunda, llega adonde su tía, una casa de campo, en un eterno invierno. Su familiar lo regaña por irse lejos. Después lo baña. Pasan unos días y Joska encuentra a su tía muerta. El segundo muerto de la misma semana en el primer capítulo de la película.
La creatura se asusta. Deja caer su vela, un incendio. Huye, deja atrás lo poco de un mundo que le parece conocido. Empieza su odisea. La película se divide en nueve capítulos. En el segundo, lo compra una bruja, que no es tan mala con él, por lo menos le da de comer e intenta curarlo. Sin embargo, la gente lo rechaza, cree que es el demonio, seguramente porque es judío.
De ahí en adelante, son pocas las ocasiones donde encuentra bondad. Casi todos los que lo tratan con algún tipo de afecto, terminan haciéndole daño. Este es el caso del sacerdote católico que le consigue un “hogar”, donde un hombre que se reviste de amistoso, cuando es realmente un violador y un torturador, pues maltrata al infante, lo amarra, lo golpea y lo humilla. Mientras que lo viola se escucha el llano del niño, un sollozo que parece el llanto de toda la humanidad; una humanidad que sufre y que, como diría Juan Rulfo, en Talpa, del Llano en llamas, todavía no se ha aliviado de la vida.
Al ver esta película no se quisiera creer que todo lo que muestra la película es verdadero, sin embargo, es verdad, e incluso, la realidad supera con creces la maldad imaginada. Por ejemplo, en Colombia, el General Montoya, quien fue comandante del Ejército, “ha sido imputado por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) como autor de crímenes de guerra y lesa humanidad por 130 falsos positivos ―ejecuciones extrajudiciales― cometidos entre 2002 y 2003, cuando era comandante de la Cuarta Brigada de Medellín” (El País España).
Ahora bien, la película, así como la dura realidad de lo sucedido con las ejecuciones extrajudiciales en Colombia tienen que interpelarnos para que creemos nuevas ficciones que nos permitan vivir juntos. No puede ser que nuestro destino sea la ley del más fuerte y el uso del más frágil y débil para la consecución de maquiavélicos planes. Sé que muchos, desde tiempos memorables se han esforzado en preguntarse, ¿de dónde viene la maldad?, ¿por qué podemos ser tan crueles? ¿Será que la respuesta está en las ficciones?, ¿se hace urgente que las cambiemos?