¿Es posible el amor en la política? – Carlos David Martínez Ramírez #Columnista7días

Es común que en los discursos de muchos políticos se hable del amor a la comunidad, o a la patria, como un motor o una motivación (en inglés drive) que mueve hacia la búsqueda del bien común; digamos que se suele mostrar los intereses personales (egoístas) como si fueran altruistas; en esta contradicción se puede pensar en los valores que orientan el amor en diferentes escenarios.

Mientras para algunos la política se basa en el arte de mentir, en el campo del amor los expertos coinciden en señalar que la claridad y la honestidad son las bases para una relación duradera; tal vez fallamos los ciudadanos al pensar la política en el corto plazo, al tiempo que perdonamos las mentiras esperando cosas inmediatas, en lugar de abrazar el realismo y el sacrificio que puede implicar el desarrollo de proyectos a largo plazo.

En el mejor de los casos, usando términos de los filósofos griegos antiguos, algunos fingen philia (aprecio hacia la comunidad) cuando en el fondo se orientan por lo que consideran pragma (un amor realista y racional); aunque después de la mayoría de las elecciones, la sensación que suele permanecer es que el egoísmo se disfrazó de altruismo.

El amor romántico y desinteresado en la práctica es algo muy extraño, en la historia de la humanidad muchos matrimonios se organizaron para ampliar patrimonios familiares, unir imperios, evitar guerras o propiciar vínculos entre comunidades.

En la actualidad, en las definiciones conductistas, por ejemplo, desde la economía conductual, se suele definir el amor en términos de la maximización de probabilidades personales; una idea kantiana nos permitiría afirmar, como contraargumento, que si pensamos de esa manera no estamos obrando éticamente sino haciendo negocios.

Pero la figura del amor totalmente desinteresado también puede resultar dañina o enfermiza, esa idea de entregarlo todo sin esperar nada a cambio puede llevar a abusos y excesos, al irrespeto de derechos o a la imposición arbitraria de voluntades de manera egoísta.

El filósofo Friedrich Nietzsche afirmaba que todo aquel que te ama toma algo que te pertenece, en otras palabras, “amor es el sentimiento de la propiedad o de aquello que nosotros queremos convertir en propiedad nuestra”.

Acá es viable identificar una diferencia entre una perspectiva que sugiere el amor como una posesión y otra en la cual se busca, en lugar de poseer a otro, llenar al otro, es decir, darle poder en lugar de quitárselo. Podría plantearse en términos de una visión occidental (como la de Nietzsche) y una visión oriental (como la que se encuentra en el sexo tántrico, donde se pretende energizar, llenar de energía, a la pareja, antes de buscar el orgasmo o la eyaculación).

En términos vulgares, podría pensarse en el dicho que dice algo así como nos cogieron con los calzones abajo, en esa perspectiva alguien disfruta, goza y se aprovecha, mientras otro sufre.

A pesar de tantas contradicciones, el amor se presenta como un imperativo en muchas tradiciones espirituales. En 1 Corintios 13:13 se plantea: “y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor”. En el libro “Dhammaphada: Las Enseñanzas de Buda” se plantea que “Nunca en este mundo / el odio se ha curado con odio. / Sólo el amor puede curar el odio: / Esta es la eterna verdad”.

Aunque hablar de derechas e izquierdas en política hoy resulta en algo anacrónico y a veces absurdo; digamos que para quienes se mueven en el espectro de la derecha el amor se suele asociar con el respeto a las libertades individuales, amar es poder elegir libremente; para los que navegan en la izquierda, el amor esta en reconocer igualdad en derechos y oportunidades para todos, amar es permitir que la colectividad acceda a beneficios equitativamente.

A la derecha se le podría criticar que la libertad y el derecho no es lo mismo que la oportunidad (como bien explica el filósofo Estanislao Zuleta) y a la izquierda se le podría criticar las dificultades económicas inherentes al intentar ampliar la torta antes de repartirla o, más evidente, que resulta imposible que la torta alcance para todos si no se intenta agrandarla antes.

Es posible que el análisis transaccional, desde la psicología humanista, propuesto por el psiquiatra Eric Berne, ayude a reflexionar desde cómo nos situamos en las relaciones con otros; los principios del análisis transaccional plantean que las personas nos relacionamos con nuestros semejantes asumiendo una posición de padre, adulto o niño. En las relaciones adultas nos reconocemos en relaciones de interdependencia, dependemos de otros, pero otros también dependen de nosotros. La posición como niños puede llevar a algunos a esperar que se les haga todo, mientras la posición como padres puede llevar a otros a jugar un rol de proveedor, pero al mismo tiempo autoritario.

En opinión de algunos científicos sociales, en Colombia parece que muchos estamos acostumbrados a jugar el rol de niños, lo que se puede evidenciar en tendencias y distorsiones extrañas, como cuando pareciéramos disfrutar del político (padre) autoritario, o cuando muchos confunden la exigencia de derechos con asistencialismo.

El amor en la política no se puede limitar a un análisis caudillista o individualista, propio de las sociedades pre-modernas (según Max Weber), sino que debemos pensarnos como adultos (kantianamente, es decir, capaces de pensar por nuestra propia cuenta), para entender que los proyectos políticos se construyen colectivamente, de manera imperfecta, como lo son todos los sistemas sociales; para lo cual se requiere philauta (amor propio) para tener la autoestima que nos haga hacer valer nuestra opinión y nuestros derechos, también ágape (amor por la humanidad) para actuar de manera creativa y desinteresada (aunque algunos consideren que el altruismo es un imposible), philia (aprecio por la comunidad) y pragma (un amor realista y racional); es posible que el eros (amor apasionado) y el storge (amor de los padres a los hijos) se estén quedando cortos para lo que necesitamos realmente.

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