¿Las mujeres entendemos la dimensión de sororidad? – María Teresa Gómez #ColumnistaInvitada

Columnistas 7 dias Maria Teresa Gomez

Hace algunos meses me inquieté por el concepto de sororidad, que hace alusión a características de solidaridad, empatia, unión y transformación de los entornos de las mujeres, una hermandad que lucha por el empoderamiento femenino y la equidad social entre hombres y mujeres, todo ello admirable e inspirador, pero pensé: ¿qué tanto estamos apropiando esos niveles de comprensión humana entre nosotras?, ¿qué barreras estructurales subyacen en las relaciones no siempre tan solidarias entre nosotras? 

Ejemplos de ello son la mirada que juzga, el comentario o chisme sin razón, los celos, la envidia y la competencia que nos agrede psicológicamente. Lo anterior representa una serie de prejuicios que son heredados de una cultura patriarcal respaldada en conceptos y filosofías de ilustres pensadores como Aristóteles, quien explicaba en su libro Historia de los animales que: “los hombres y las mujeres tenían características mentales diferentes: la mujer tiene una disposición más suave, compasiva, impulsiva, celosa, cobarde, inclinada a la murmuración, además de la sujeción al hombre por su inferioridad psicológica y moral”; Schopenhauer, en su libro El arte de tratar a las mujeres, elucida una contundente diatriba en contra del género femenino.

En este sentido, en muchas situaciones nosotras hemos heredado estos prejuicios, replicándolos con nuestras compañeras de trabajo, amigas, familiares, vecinas; es un tipo de violencia sutil, pero que nos hace victimarias de nosotras mismas. Se ha naturalizado tanto que somos nuestro peor verdugo, en muchas ocasiones, más crueles que los hombres. Es una presión a ser aceptadas y aprobadas por los hombres que adquiere unas características de comodidad, conformismo y falta de reflexión que vulnera nuestra dignidad como mujeres.

En una conversación con una trabajadora del aseo, me decía: “nosotras las mujeres somos muy guerreras, nos la rebuscamos…hacemos muchas cosas, mientras limpiaba unas ventanas; me comentó que tuvo una experiencia de maltrato por parte de la dueña de una casa donde ella trabajaba, no le pagó el sueldo de dos meses por una lesión que tuvo con una mesa en dicho lugar; ella se quejó ante la oficina de trabajo y cuando hubo el careo con la dueña de la casa, la maltrató verbalmente y nunca le pagó. Además de esa experiencia, me dijo que en su trabajo la envidia entre sus compañeras es constante y afirmó: “Hay que cuidarse de los chismes, mi profe”.

Estas situaciones son muy comunes en todos los ambientes laborales, no importa la condición social y económica en que se esté; la mezquindad, murmuración, competencia y falta de empatía parecen ser los valores que se impregnan en las mujeres. No se trata de percibir a las mujeres como seres bondadosos o aplaudirnos por todo, sino empezar a entender que somos diferentes y diversas entre mujeres, con múltiples propósitos en la vida que no nos excluye de ser solidarias y comprendernos a partir de nuestras singularidades. Es necesario cambiar la forma en que nos pensamos como mujeres, el lenguaje que empleamos para referirnos a las demás que no piensan, sienten y expresan igual que nosotras. 

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