La invisibilización a los sentimientos de las madres – David Sáenz #Columnista7días

columnista David Saenz 1

Si algo hace la sociedad de consumo es romantizar la vida en todas sus dimensiones. Precisamente por ello, nos quedamos en muchos casos con la apariencia de las cosas, sin ir al fondo, sin rumiar, sin hacer preguntas, sin dudar. Nos tragamos casi todo sin siquiera saborearlo, dejamos que los publicistas y los gurús del marketing decidan por nosotros. Sin más rodeos, quiero decir que uno de esos días que celebramos, pero no pensamos, es el de las madres.

Siempre he desconfiado de las fechas estipuladas, especialmente, cuando son una invitación a comprar. Cuando caigo en ello me siento como un ratoncito de laboratorio que se aprecia observado desde lo alto y del que se burlan por sucumbir ante los estímulos. Sin embargo, creo que esta fecha que nunca me ha tocado en lo más mínimo, esta vez sí me ha invitado a pensar en las mamás.   

Para comenzar me referiré a un recuerdo. Cuando tenía tal vez once años hablaba con una vecina durante las tardes interminables de la juventud. A veces su madre llegaba y nos encontraba hablando en la puerta de la casa. Nunca nos incomodó con ningún comentario. Solamente saludaba amablemente y traspasaba el umbral. Sabía algunas cosas de ella, que era maestra de escuela en el sector público y que pasaba muchas de sus horas leyendo la Biblia, dado que era una mujer creyente y conversa. También que dedicaba algunas horas a ayudar al hijo menor con las tareas del colegio, especialmente las de matemáticas.

Pasó un tiempo y por cosas de adolescente, me alejé de la hija de la maestra. Eso sí, nos seguíamos saludando. Mucho tiempo después vi a la señora en la calle con un rostro demacrado, tan demacrado que, logré notar que algo le pasaba. Transcurrieron unos días y después me enteré de que su hijo, el menor, al que ella ayudaba con las tareas, había caído en malos pasos, malas amistades, borracheras tremendas, y que un día en una calle mató a un señor a puñaladas porque éste le hizo un reclamo.

El muchacho terminó en la cárcel. Por lo que me enteré después, la señora se tuvo que ir de la ciudad. En el colegio en donde trabajaba le hicieron la vida imposible, ¡cómo la madre de un asesino iba a educar a los menores! Hice algunas averiguaciones y me enteré de que la maestra, pese a su tristeza y a su dolor, todos los domingos iba a la cárcel a visitar a su hijo, a acompañarlo y a vivir con él la misericordia, que no es otra cosa que amar en la miseria.

En Colombia y en el mundo son muchas las madres que viven esa condena. Visitan a sus hijos en las cárceles o los saben prófugos. Por otra parte, los hospitales están llenos de madres cuidando a sus hijos, o también visitándolos en clínicas psiquiátricas.

Sé que empecé este texto con situaciones que muchos dirán que son extremas, aun así, si pensamos en Colombia, muchas madres han parido a sus hijos para la guerra. Los han tenido que ver morir o ser capturados por alguno de los ejércitos que han alimentado este sangriento conflicto.

Y si pensamos en casos más simples, más cotidianos, sin tanto drama, vemos que muchas madres sufren por las inconformidades de sus hijas e hijos, quienes piden constante comprensión, pero poco comprenden el desvelo de las madres, sus propias luchas, sus sentimientos.

Desde la posición de hijo, pienso que, en muchas ocasiones actuamos con un egoísmo voraz, poco nos preguntamos sobre la vida de las madres. A veces incluso llegamos a preguntarnos sobre ellas cuando ya están muertas y no podemos hacer nada. A veces nos comportamos con ellas como si fueran las esclavas de nuestros deseos y, aun así, ellas hacen todo por cumplir en muchas ocasiones nuestros desmesurados caprichos.

Todas estas cosas me hacen pensar que, aunque valoramos profundamente la maternidad y podemos llegar a romantizarla, en ella hay un sacrificio demasiado grande. Ese sacrificio, tiene connotaciones biológicas, pero también culturales. Por ello se hace necesario que haya nuevos enfoques de vivir la maternidad, por ejemplo, regular más equitativamente las cargas en el cuidado de la prole. Además de ello, cambiar el paradigma de la crianza en donde los hijos e hijas son, “su majestad el bebé”. Si esos enfoques no se transforman o no se replantean, seguiremos viendo a mujeres a quienes sus vidas se les convierte en un sufrimiento eterno. Es cierto que la maternidad es un acto de gratuidad y que las madres son los seres más desinteresados que existen, pese a ello, ¿han nacido solamente para vivir los triunfos y las desgracias de sus hijos y no para disfrutar de su propio Edén?

-Publicidad-