‘Quiero ser el director de Corpoboyacá’ – Felipe Velasco #ColumnistaInvitado

Columnista invitado Felipe Andrés Velasco Sáenz 100

Me lo expresó así un amigo, hace unos días, sabiendo que se aproxima la época para ir pensando en esas campañas. ¿De veras? -le dije. Porque el primer requisito es ser humilde y mejorar con la crítica constructiva; el segundo, mejorar aún más, cuando haya más de esa crítica, y el tercero, no parar de hacerlo, aun cuando la crítica sea férrea y no cese. Si está dispuesto a eso, sin corruptelas y en un ambiente de respeto máximo a la gente cualquiera su condición, “hágale viejo -lo desafié.

Y lo cuestioné con algo más: ¿Seguiría animado si el cargo tuviera como ingreso un salario mínimo y sin prebendas?

Para mi sorpresa, este amigo se interesó en continuar el debate. Y le pareció curioso que mi reacción fuera directo a esa condición humana de la humildad y el respeto junto al desafío de ignorar el ingreso como prioridad, y no a temas de orden profesional o técnico, asociados al cargo.

Y esto ha dado pie y ánimo a esta columna, para reflexionar sobre la importancia de los valores humanos en la ética de la función pública, tomando esa entidad y su mayor cargo como ejemplo.

Los conocimientos hoy día están al alcance de cualquiera. No hace falta, realmente, pasar por una universidad para adquirirlos. No hacen falta los diplomas, tampoco. Lo requerido, eso sí, es la disciplina del estudio y la práctica para demostrarlo en la experiencia. Y claro, tener un buen guía, un maestro orientador (interno o externo), provocador en las preguntas, capaz de hacer pensar fuera de la caja, para que haya evolución del pensamiento. Esto no necesariamente se conquista solo en la academia. Incluso allí, puede no obtenerse, aun graduándose (las hay de todo tipo, hay que saber elegir). Si de universidades se trata, una que realmente cuenta es aquella de la vida: “aprender de cada persona lo bueno, y desechar lo malo” -decía mi padre, para explicarla. En la mayoría de materias, lo que más nutre el conocimiento es la virtud autodidacta, ensayo y error con interés perseverante por los asuntos. Y claro, algunos aprenden muy bien el camino equivocado. No basta saber, sino cuidar que sea también útil y respetuoso con la sociedad, que no le haga daño.

En temáticas ambientales y de liderazgo, grandes sabedores locales y globales no han pasado por universidades en sus temas. Y son referentes. No entro a citarlos. Esto refuerza la mirada hacia el espacio-tiempo que ofrece el autoaprendizaje, como alternativa perfectamente válida para ser exitosa.

El ejercicio de la ética, en cambio, ¡oh pequeño gran detalle! es el que realmente debería inclinar la balanza en cualquier cargo. Y esto, creo, es complicado de medir, comenzando por la autoridad moral requerida en los que juzgan o eligen. Pero debe intentarse.

Una entidad con tanto potencial de fomentar bienestar socioambiental entre nosotros, como Corpoboyacá, debe tener en su mando alguien que sepa del tema –claro está, es mejor, porque no saber haría perder tiempo y es riesgoso–, pero, ante todo, alguien decente, honrado, humilde (sin vanidades) y respetuoso, en el amplio e integral sentido de las palabras. Porque lo contrario, tiene el poder de opacar y relegar cualquier capacidad o logros técnicos, a puertos indecorosos -para decirlo suave.

Un encumbrado biólogo, por citar un ejemplo, pero deshonesto… fracaso. Un magnífico y prestigioso limnólogo, pero pedante… fracaso. Un renombrado ingeniero con especializaciones y doctorado, pero misógino… fracaso. Un experimentado y muy galardonado abogado, pero corrupto… fracaso. Y así, sucesivamente.

En sentido contrario, en cambio, los resultados no son necesariamente fracaso. Un desconocedor de administración pública, pero capaz, decente y honesto… puede vencer las debilidades. Un lego en ecología o temas ambientales, pero emprendedor, correcto y respetuoso… puede derrotar sus limitantes y saberse rodear para dominarlas. Y los ejemplos siguen.

Los valores humanos en el ejercicio de la función pública son y deben ser, en mi criterio, un mandato superior e imprescindible. Muy superior. Altas calificaciones en ellos son capaces de allanar el camino a soluciones convenientes para la gente y el ambiente, y tienen la fuerza de permear fácil y positivamente la institución y su misión, a todo nivel, para que los «buenos resultados» sean, ante todo, éticos e incuestionables, capaces de perdurar. Lo contrario, no.

No soy quien, ni más faltaba, para dar cátedra o línea, en el tema. Alguna experiencia he tenido y algunos eventos he vivido, pero no paso de aprendiz. Sin embargo, alzo una voz y un llamado a la defensa ética de la función pública, tomando como ejemplo a Corpoboyacá, la de antes, la de ahora y la que venga. Pero aplica, en últimas, a cualquier entidad territorial.

Por el ejercicio de mi oficio, soy frecuente receptor de quejas y críticas hacia esa entidad autónoma, algunas de alto calibre, pero no pasan de allí. La gente con conocimiento de causa frente a hechos o situaciones indebidas, opta callar. Y esto, es un grave error para la convivencia y el buen desarrollo colectivo. Porque, o simplemente se trata de críticas deshonestas e infundadas, y por tanto son solo habladuría, que nunca construye nada bueno, o, lo más grave, siendo ciertas, deciden arropar con silencio y complicidad el conocido mal proceder de algunos, por conveniencia, temores o pereza. Y esta complicidad no es más que fertilizante para fortalecer ese mal que tanto se critica. Una simple extensión de los antivalores criticados.

En medio de todo, pienso en aquellos funcionarios correctos, hombres y mujeres que ejercen con decoro su labor, pero caen en algo también grave: eligen no escuchar ni ver como tampoco hablar, ante cualquier irregularidad conocida. A estos les digo: no son temas para callar. La explosión ética y la implosión del miedo a denunciar son lo único capaz de remediar eso y permitir el brillo institucional, de verdad -no de apariencia.

Y nada distinto, en todo lo dicho, para quienes integran el Consejo Directivo de esa corporación. Los que, en últimas, están llamados a elegir la dirección de esa institución. Los llamados a ser el faro moral supremo, si se quiere. La fuente primigenia de la luz o las tinieblas que han de regir los senderos de cada trayecto administrativo. El ambiente de valores o vicios que allí se respire, es la causa originaria de lo demás.

Si algún funcionario o vinculado a Corpoboyacá se sintió aludido, en cualquier época, puedo decir, labor iniciada (cumplirla será tarea colectiva). Lo que venga, dirá si esto sirvió de algo, o fueron simples palabras al viento y flor de un día. Amanecerá y veremos.

De mi amigo aquel, enterado queda. 

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