Agua que no has de beber… – José Ricardo Bautista Pamplona #Columnista7días

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El ser humano es un acaparador por naturaleza y en su afán por tener y tener comete una seguidilla de errores que afectan, tanto al colectivo como a quienes conviven con las personas que dan muestra permanente de esta perturbación.   

El acaparador cumple fielmente con los criterios de diagnóstico para el trastorno y la ansiedad por almacenar posesiones que no necesita, impulso surgido de un apego emocional a las cosas y una falsa creencia que las fortunas acopiadas serán necesarias a futuro.   

En oportunidades sobrevaloramos nuestros bienes y les damos unas ponderaciones fantasiosas, atadas a una apreciación sentimental cuyo concepto subjetivo no tiene forma de cuantificarse mediante ningún tipo de peritaje o estudio de mercados.   

Los científicos aseguran que el acaparador es un ser con una muy pobre calidad de vida, como los que son prescritos con esquizofrenia, ya que el desorden que ocasiona el amontonar cosas genera tensiones al interior de la familia o de cualquier otro núcleo, porque el acaparador se convierte con el tiempo en un ser egoísta, desafiante y en ocasiones irritable y agresivo cuando ve que no logra conseguir todo lo que su gula pretende.   

Hay muchas maneras de identificar a estos personajes en nuestro espectro y eso lo notamos en aquellos que tienen dificultad para descartar o separarse de sus bienes, independientemente de su valor real.   

La manía de guardar todo y la angustia al saber que debe salir de ellas, la invasión de los espacios con elementos inútiles, el apetito irracional por conseguir todo y de todo, al costo que sea, y otras acciones impulsivas que determinan que algo anda mal en su vida.   

Siempre hemos creído que acaparar es solamente un mal hábito de aquel glotón que todo lo quiere, pero no es así, porque el acaparamiento hace parte ya de los dictámenes y estados médicos y ha sido determinado por los psiquiatras como una enfermedad mental llevada al plano de lo obsesivo y lo compulsivo.   

Aunque en este sentido hay refranes que justifican la ambición del acaparador y se dice que “el que guarda siempre tiene”, cuando se hace tal afirmación muchas veces atañe al ahorro, que es algo totalmente diferente y llama la atención de los despilfarradores que, sin criterios de planeación, dilapidan el dinero sin dejar reservas para los tiempos difíciles.  

Éste, como otros temas, se mueve sobre terrenos socavados muy frágiles, porque al llevarse a los extremos se confunden unos discernimientos con otros y hace que la persona que acapara, o en su defecto el despilfarrador, camuflen hábilmente su actuación, por lo que resulta muy conveniente también aplicar para ellos otros refranes como aquel que reza: “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”.   

Lo más triste en estos casos es que el acaparador termina por desechar por daño y envejecimiento lo que a muchos les hace falta, como ocurre con aquellos que botan la comida podrida en los anaqueles antes que haber saciado el hambre de los que claman por un pedazo de pan bajo los fríos y sombríos puentes de la vía.   

Este comportamiento egoísta y materialista se ratifica cuando se lleva a casa más de lo que se necesita, y peor aún, lo que no hace falta y en ocasiones queda en las bolsas lo que se compró sin ni siquiera destaparlo; ahí hay una clara señal de un acto recurrente que debe ser tratado por un profesional para evitar consecuencias a futuro que terminen por derrumbar los sueños del núcleo familiar en cuanto a la prosperidad y la felicidad se refiere.   

Desde el momento mismo que el acaparamiento se anotó en el «Manual Diagnóstico y Estadística» de los trastornos mentales, este fenómeno ha recibo mayor atención por parte de las entidades prestadoras del servicio de salud, y se han creado grupos de apoyo, como el caso de los Estados Unidos, donde conformaron cofradías comunales a través de voluntarios para trabajar con los acaparadores y ayudarles a clasificar y desechar elementos muy deseados por ellos, pero no útiles.   

Este fenómeno lleva al descontrol, al endeudamiento sin causa, al desorden en el hogar o la oficina, a la irritabilidad, a las malas relaciones, la violación permanente de valores, y otra clase de comportamientos que resultan perjudiciales, tanto para quienes ejercen estas acciones como para quienes conviven con ellos y tienen que soportar tan descaminadas situaciones.   

El mundo atraviesa por una de las épocas más difíciles en su economía y atrás están quedando las apariencias, el fetichismo y esas falsas creencias de catalogar a la persona por lo que tiene y no por sus capacidades. La tierra está equilibrando los abusos y el cambio climático está siendo traductor de los dolores del planeta.   

El Universo nos ha hecho entender a la fuerza sobre temas tan fundamentales como el reciclaje, el cuidado al medio ambiente, la valoración de la naturaleza, la utilización y el consumo de productos sin aditamentos químicos, la optimización de los recursos, las manifestaciones de solidaridad con los semejantes y en fin… por fortuna estamos dando valor una vez más a lo básico, a lo simple y a esas pequeñas cosas que nos proporcionan grandes instantes.   

Los denominados millennials han llegado con un chip diferente y en muchos de esos acertados pensamientos no hay cabida para la desigualdad, las apariencias, las marcas rimbombantes y los costos desaforados de las prendas.   

Los jóvenes de hoy en su gran mayoría están inclinando su balanza hacia la espiritualidad, la verdad y la búsqueda permanente de la auténtica felicidad. Es allí, en esos esquemas ideológicos vanguardistas donde el acaparador lleva las de perder, porque sus habilidades son todo lo contrario a lo que proponen las noveles generaciones donde hay un raciocinio lógico asociado a la colectividad, a la protección de unos con otros, a la proporcionalidad y a la erradicación de aquellos enquistamientos mentales que tanto daño han causado a la humanidad.   

Gastar lo necesario, invertir en proyectos productivos, involucrar el alma popular al crecimiento individual, propender por la justicia y la equidad, trabajar por tener una acertada calidad de vida y otra serie de sanas y aplicadas reflexiones, ayudará mucho para diezmar las ansias de los acaparadores y hacerles entender que el mundo no se mueve en torno a uno sino alrededor de muchos más que uno.   

Moraleja a manera de fábula: «Si no has de beber el agua, no la acapares, no la estanques, déjala correr, porque hay otros que la necesitan y la agüita quieren tener».  

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