Un sentimiento de gran arraigo en la idiosincrasia boyacense… – Miguel Ángel Molina

No en vano, Clímaco Hernández, uno de los personajes de nuestra historia, la describió diciendo que: “el boyacense reza más porque se dañe la cosecha del vecino, que por que se dé la propia”.

Y desde luego, que la envidia no es ajena a los medios de comunicación: en la década de los ochenta, en el auge de la radio, trabajadores de las emisoras locales acudían a distintos mecanismos para expresar la envidia.

Por ejemplo, una transmisión desde el estadio La Independencia, se hacía por línea física, es decir había que extender cable desde el escenario deportivo, hasta donde se encontrara el teléfono más cercano, para así conectarse con el estudio de la emisora.

No era fácil. Desde el estadio, el teléfono más cercano era en el restaurante Guatapurí, en la Glorieta. Ese teléfono era codiciado por los locutores que aspiraban a tener el apoyo de ese recurso para hacer posible una transmisión. Más de 400 metros de distancia separan el estadio de la Glorieta.

Pues para impedir el éxito de algunas emisoras y dar al traste con las transmisiones, había personas que cortaban los cables o en el peor de los casos, los atravesaban con alfileres provocando un corto circuito que las hacía imposibles: era una competencia no muy leal.

Pero la envidia se manifestaba inclusive entre funcionarios de la misma empresa: Radio Boyacá, Radio Única y Radio Tunja, eran de un solo dueño y la envidia entre unos y otros, hacía que en muchos casos existieran broncas entre los empleados de una emisora y otra, todo por envidia.

En nuestra vida diaria de antes, de ahora y siempre, por ejemplo, el brillo profesional, el éxito, la capacidad laboral de alguien; la posición económica, social, la forma de vestir, hasta la risa y la belleza, son factores que despiertan la envidia. Por eso el refrán: “la suerte de la fea, la bonita la desea”.

Por tratarse de una condición humana, no hay sitio en el que no la haya, en el que no se cultive, solo que hay unos lugares en los que echa raíces y se reproduce más que en otros. Eso es como las brujas: dicen que no hay, pero que las hay, las hay. Es que la envidia no la disimulan muchos. Incluso al ser pillados, reconocen que su actuar está relacionado o es fruto de la berraca envidia, pero que no se preocupe que es envidia de la buena, cuando la envidia es una sola y no hay una buena y otra mala, simplemente hay envidia. En últimas, dicen que la envidia es mejor despertarla que sentirla.

Siempre que me hablan de envidia, o me encuentro con una de estas situaciones, de inmediato se me viene a la mente la fábula que cuenta que una serpiente persiguió durante días a una luciérnaga… Fastidiado el insecto por tanto acoso decidió increpar al reptil: “¿qué le he hecho? no formo parte de su hábitat ¿por qué me quiere atacar?” La serpiente fue directa: “sencillamente, porque no resisto verla brillar”. Así es todo cuando de envidia se trata: ¡Qué envidia!