Cuando me invitaron a escribir para este especial sobre la envidia, paradójicamente me llegó una reflexión: ¿En cuántos colegas míos que me quieren y otros que no tanto, el honor de escribir en estas páginas podrá causarles algo de envidia? Quizás hay algunos otros colegas que podrían estar pensando “¿por qué le dijeron a él y no a mí?”
Con este sentimiento convivimos todos los días y aún un poquito más quienes tenemos la posibilidad de expresarnos a través de los medios de comunicación, porque tenemos una mínima fracción de notoriedad para las audiencias, lo que dista mucho de que seamos unas celebridades.
La fama es una enfermedad cuando llega a sobrepasar las dimensiones justas del ego y termina nublando la mente de muchos buenos talentos. Gracias a la aparición de las redes sociales, que han servido como plataformas de amplificación para el mensaje, cientos de miles de personas en todas las redes han sentido la caricia y también la cachetada de la vanidad.
Hoy muchos jóvenes sueñan con ser youtubers o influencers porque otros se han convertido en una especie de categoría en el firmamento de las celebridades a través de plataformas como Instagram, TikTok, Twitch o Twitter y esperan alcanzar desde allí, dinero, fama y codearse con las celebridades que su entorno ha idolatrado a través de pantallas como la televisión o el cine. Pero más allá de estos personajes también es cierto que sin ninguna pretensión de generar contenidos que lleguen a ser viralizados, las publicaciones de algunos de nosotros se convierten en la comidilla y precisamente en la envidia de muchos otros.
Cuando alguien publica un logro académico o se toma una fotografía al lado del vehículo que acaba de comprar, o en medio de unas vacaciones en algún resort paradisíaco, ese material se convierte inmediatamente en el combustible para la hoguera de las vanidades.
Hay quienes publican con total desinterés en ‘chicanear’ ante otros por esos logros, pero hay también quienes publican justamente para provocar ese tipo de sensaciones en sus audiencias. A quienes lo hacen sin pensarlo mucho, pero advierten la envidia en los demás, el mensaje es serenidad porque se van a encontrar con más personas así a lo largo de la vida; y si definitivamente estas reacciones causan dolor y desasosiego pues hay que pensar en poner restricciones al acceso a sus contenidos. La privacidad es el arma para combatir las envidias en las redes sociales. Por otra parte, quienes disfrutan alardeando con sus bienes, piensen en que todo lo material es pasajero y no debería ser nunca la esencia de una persona.
Y, finalmente, si usted es el que envidia, mi mensaje es muy sencillo: Seguramente hay cosas que los demás ocultan en medio de esos relatos de triunfo y también es legítimo. En todo lo que compartimos como una luz para nuestras vidas, somos socios de los demás cuando lo conocen, y solo somos dueños absolutos de lo que guardamos en las sombras. No nos desgastemos envidiando porque la vida es muy corta para ello.
* Por Víctor Solano Franco
@VictorSolanoFranco en Instagram y @Solano en Twitter