¡Ese no llega, no tiene con qué! – Omar Iván Coy Villamil

Desde que aparecemos ante la faz de la tierra, al abrir los ojos, ya tenemos el estigma de la envidia en nuestro entorno. Dice la abuela; “es igualito a mi hijo”, riposta la contraparte (la tía de ella), no, es la misma cara de mi sobrina; en ese rifirrafe de parecidos y pareceres se nota que inicia la vida del humano, destinado a ser o seguir las enseñanzas de la sociedad que lo rodea.

Ya crecidito el crío Fredy Marlon, luego de solideces y desengaños, llega el momento de decidir qué camino coger. Se gradúa de bachiller, la fiesta, la pompa y la celebración, mejor que la del primo, mucho mejor que la del compañero y claro, superando a la del amigo. Y es en el instante de la resaca donde se pregunta el homenajeado y su familia: ¿qué va a hacer de su vida? Trabajar, estudiar, en este caso, ¿qué? ¿dónde? Y entre todos los consejos y vivencias la decisión esta: “juré ante el féretro de mi padre que sería como él, militar”.

Comienza la parafernalia de los preparativos para el ingreso a la Escuela Militar de Cadetes, inscripción, pruebas, visitas a residencias, charlas con la familia y lo más importante, el dinero para la adquisición de los equipos necesarios para entrar de cadete recluta, no sin antes escuchar la cantidad de comentarios, con o sin contexto, del futuro del posible General de la República, que ya desde ‘la madera’ del candidato para lograr los objetivos, hasta la envidiosa frase: “ese no sirve para la milicia, es perezoso y esa platica invertida, seguro que se perderá, llegará aquí con el rabo entre las piernas a pedir para otra carrera”.

El ejercicio de la vida castrense continúa para el envidiado postulado, ya en su alma mater, pues allí el deseo de hacerse Oficial del Ejército, traspasa los linderos de la amistad y solidaridad, para emprender el camino hacia la ansiada estrella de Subteniente, muchas peripecias, hasta lograr el primer gran objetivo, el inicio de una carrera acechada por el peligro del militar desde la trinchera de la incertidumbre, la zozobra de la familia, cuando el “suiche” (subteniente) luego de la fastuosa ceremonia de ascenso, llega su primer traslado pasando el cedazo de los intereses de quienes aseguran un buen sitio y obvio la envidia de a quienes les llegó la noticia que iniciaban las famosas zonas rojas o calientes.

Entre ires y venires transcurre la vida del uniformado: un traslado allí, otro allá, formando una personalidad en el Oficial del Ejército que continúa su carrera, su sueño y el de su familia, como el hombre que lleva el honor de su prole en la defensa de la patria, con muchos lances, cual torero de plaza de toros, con sus compañeros de lucha y competidores, se ha pasado de Subteniente a Teniente y posteriormente a capitán. Otro ascenso, a Mayor y finalmente, el primer gran filtro, lograr el grado de Teniente Coronel que tiene la particularidad para el que llega, de tener mando de quizás, 300 o 400 hombres, siempre y cuando sea nombrado comandante de un batallón, en este caso no interesa si en la capital o Cafarnaúm.

Aquí, nuevamente la envidia ha jugado su papel, pues los mayores que no fueron llamados, denigran de sus excompañeros y dicen, chupa, ese llegó por mafia, lo escogieron por… o pagó. La frustración levanta muchas ampollas, también la envidia.

Lo trágico dentro del ámbito familiar, es la llegada del primo, de más edad que nuestro Oficial, ya retirado en el grado de Mayor, que pontificando dice: ese no llega nunca, nunca llegará, yo sé lo que estoy diciendo. Asimismo, en la celebración de ascenso a Teniente Coronel, el tal Javier, otro oficial que no llegó, y que afirmó al hermano que no ascendía, entrega un fuerte abrazo y dice, yo sabía que Fredy estaba para grandes cosas en la vida castrense, finaliza diciendo con el rabo entre las piernas, muy merecido.

No podemos dejar de señalar a los que hacen parte del personal de la reserva u oficiales de servicios, modalidades militares para civiles, que, en Chiquinquirá, se creen dueños del Batallón y del Ejército, despotricando de los altos oficiales que van por buen camino al Generalato. Ellos hacen sus apuestas, señalando en su “sapiencia”, que no llegarán, y si lo hacen es por preferencias. ¡Ah vaina, que dolor, que envidia!

El entorno familiar, los amigos y conocidos festejan los logros, dirigen palabras y consejos al hombre que ya tiene un gran tablero de insignias y condecoraciones, que ha venido obteniendo en su trasegar por la geografía nacional. Cada encuentro es una posibilidad para conocer la realidad del país, pues las vivencias nos despejan dudas de lo que sucede de verdad en Colombia, en el mejor vividero del mundo.

Por seguridad, nuestro héroe de la patria cuando llega de visita a su pequeño terruño, no porta el uniforme que lo identifica como soldado de la patria, vive la experiencia de pasar de incógnito sin serlo, porque no es un secreto para los envidiosos, el avance de la carrera del protagonista de nuestra historia.

Cumplida la fase de mando, que se ejerce en los años de teniente coronel, y de acuerdo a su papel, comportamiento, mística y otros temas vitales del ejercicio de su profesión tiene la posibilidad de ser ascendido a ‘coronel full’, como se dice en la jerga militar, momento clave en la aparición en todo su esplendor de la envidia de quienes hasta hace algunos días eran su curso (ostentaban el mismo grado), su amigo y su parcero. Cuando no se entra en la baraja de los coroneles, las habladurías son mayores, pues quien no llega al cometido, expele todo el veneno y la rabia, pues la ausencia de reconocimiento de quienes toman las determinaciones, va contra los elegidos, blanco de admiración de los suyos y señalamientos de los otros compañeros de lucha, de arma y de sueños.

El descarte de los aspirantes a generales de nuestras fuerzas armadas, específicamente, el Ejército Nacional, va dejando numerosos hombres de fe en la causa por los caminos sinuosos de una carrera ingrata y a veces injusta para quienes han sacrificado 30 años de servicio al país, violento por naturaleza, con conflictos continuos y muerte por donde se originan los intereses de la insurgencia, la ilegalidad, el narcotráfico y la delincuencia común.

Los premios de las estrellas, las barras y los soles van de la mano con la envidia de quienes por ellos compiten. Sin embargo, lo inexplicable es que alguna familia, cercanos y amigos, “conocedores” de la vida castrense, especulan sobre el futuro del elegido, términos como: “ese no llega, le falta cu… pa’ pantalón de paño” o, “si llega es por mafia”, debilitan las expectativas de los devotos familiares, pues una ilusión que se construye en seis o siete lustros de incertidumbres, miedos, dolor, impaciencia, señalan que son muchos los llamados y pocos los escogidos, previos los momentos en que un grupo de generales evalúa las hojas de vida, logros, pecados, aciertos y desaciertos de quien aspira a cumplir su sueño y el de su familia.

La decadencia del ser humano está en querer parecerse a los demás, tener quizás más de lo que otros tienen, desligarse de los sueños con el fin de trasegar el camino del facilismo y con este, ante la frustración, la envidia, como patrón de comportamiento, como sendero de prevención frente a los triunfos y logros de quienes nos rodean.

Finalmente, luego de pasar todos los filtros, los obstáculos, barreras, trapisondas de la envidia, incluidos los “ese man no llega”, en todos los grados, alcanza el premio de los soles que lo hacen un Oficial de la República en el grado de Brigadier General, Mayor General o General; admirado por muchos, pero envidiado por otro tanto.

La guerra con la envidia, se verá hasta el último día como activo del Ejército, cuando llega a calificar servicio, pues unos dirán: “merecido descanso, después de una abnegada vida militar”, mientras que otros se alegrarán: “por fin salió ese señor…”.

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