‘Nadie es eterno en el mundo excepto’ Darío Gómez, quien, a sus 71 años dejó un legado fundamental en la historia musical de nuestro país. La voz y la obra de Darío Gómez son el referente mayor en la evolución de la música cantinera y de carrilera en Colombia.
Gómez, nacido en San Jerónimo, Antioquia, comenzó su carrera artística desde muy pequeño. Cuando entró a la escuela a los siete años, ya llevaba por lo menos dos ayudándole a su padre a cultivar la tierra. Quizá por ese motivo no logró adaptarse a los cuadernos y a las obligaciones académicas; solo estudió hasta quinto de primaria.
Todas las mañanas de su infancia escuchó a su madre cantar de madrugada mientras ponía a hervir la aguapanela en la finca donde creció, en San Jerónimo, Antioquia. Con voz dulce, la madre entonaba la melodía triste de “Las Acacias”: Ya no vive nadie en ella / Y a la orilla silenciosa del camino está la casa. En esa nostalgia está el germen de la obra que lo hizo el cantante más conocido de los bares de este país del desamor. Como en “Las Acacias”, las puertas de Darío “se cerraron para siempre (…) Todo ha muerto”.
Además, la vocación creció en él desde muy niño. A los trece años empezó a cantar en algunos grupos de cuerdas de San Jerónimo, donde se hizo conocido por su gracia, le calzaba perfecto el tono jocoso de las canciones parranderas de las montañas antioqueñas, esas de chiste fácil y picardía.
El primer Larga Duración que grabó profesionalmente fue de música parrandera, con letras de doble sentido. Por esos años se había conocido con uno de los compositores más prolíficos de Antioquia: Gildardo Montoya. El disco tuvo el sello de Codiscos, empresa con la que firmó un contrató para ser productor de la música parrandera y de la música guasca. Por entonces, los dos géneros eran despreciados por las emisoras, pues Medellín vivía años de oro con la música tropical que comandaba Fruko y su gente desde Discos Fuentes. Sin embargo, Darío Gómez marcó la profesionalización de un género que muchos consideraban montañero y de mal gusto.
Nacido en Los Cedros, vereda de San Jerónimo, Antioquia el 6 de febrero de 1951, Darío de Jesús Gómez Zapata compuso su primera canción a sus 16 años, mientras se desempeñaba en las labores del campo y la mecánica. Años atrás su abuelo materno le había regalado un tiple que despertó desde su infancia la inquietud por la música.
Tras mucho aventurarse entre Medellín, Armenia, la serranía del Perijá y Venezuela y luego de tocar las puertas de muchas casas disqueras para mostrar su trabajo sin mucha suerte, Gómez llegó hasta el sello Codiscos a finales de la década del 70. Allí se interesaron por varias de sus composiciones y empezó a escribir temas para otros artistas. Luego se incorporaría al sello como director artístico y grabaría con su hermano Heriberto Gómez a dúo, bajo el nombre de Los Legendarios.
En esa formación, el cantante y compositor escribió la pieza “Ángel perdido”, una dedicatoria a su fallecida hermana Rosángela que logró vender más de medio millón de copias. Sería el primer eslabón de la cadena de éxitos para el cantautor antioqueño.
Entre 1977 y 1982 mantuvo la formación de Los Legendarios, y probó suerte también en el campo de la música parrandera, con su agrupación Los Viejitos Verdes. Justo a principios de la década de los ochenta es que decide dar un paso al costado en Codiscos para fundar su propia productora, Discos Dago, en la que grabaría sus primeros éxitos, enfocados justamente en uno de los sentimientos más profundos del ser humano: el despecho.
Tras la aparición del trabajo «Nuestro ídolo» en 1989, Gómez daría el salto a la inmortalidad. De ahí proviene su clásico “Nadie es eterno”; inspirado en una conversación con su cuñado en una visita a su natal San Jerónimo. Le recordaba aquel familiar que debajo de la cantina donde se encontraban quedaba antes un viejo cementerio, del cual ya no quedaba “ni la tumba ni la cruz”. Así surgió ese megaéxito que partió en dos la historia de la música popular en Colombia.
Desde ese entonces, la voz y la obra de Darío Gómez son el referente mayor en la evolución de la música cantinera y de carrilera, que gracias a su aporte empieza a ser conocida como «música de despecho». Hoy, sigue recordando con orgullo cómo esa producción, resultado del trabajo arduo y auténtico, lo convirtió en la cabeza de un movimiento consolidado que llegó para quedarse, gracias a creaciones como “Así se le canta al despecho”, “Nueve años de soledad”, “Esta navidad no es mía”, “El caso de dos mujeres”, “Si negabas que buscabas”, “Entre comillas”, “Corazonada”, “El rey del despecho” y muchas más.
*Con información de Radio Nacional de Colombia y El Colombiano