
Desde el día en que José Dolores se pensionó, sintió qué vivía en un solo día, que el día y la noche se fundían en uno solo, igual que las horas. Después de haber firmado su retiro, alegaba que él era el único dueño de su tiempo, de modo que rompió el marco de todo esquema y su felicidad se transformó en anarquía y desorden, no creía en horarios y mucho menos aceptaba órdenes de nadie.
Tranquilamente podía dormir todo el día y levantarse al comienzo de la noche a pedir que le sirvieran el desayuno. María Engracia, su esposa, fue la única que soporto sus desvaríos, ella decía, que afortunadamente lo conocía desde hacía más de medio siglo, siendo este el tiempo suficiente para haber aprendido a lidiar con sus chifladuras y a conocer sus más mínimas mañas y hábitos, a los que, en algunos casos, había llegado a extremos insospechados.
Siempre recordaba la noche de su boda, cuando descubrió que el roncaba como un descostillado y desde entonces decidió afrontar todas las contingencias que se presentarán en su vida de pareja, a partir de la mañana siguiente se propuso encontrarle una solución a esa incómoda situación.
Pero no surtieron efecto los tratamientos de su médico de cabecera, y mucho menos los dichosos remedios caseros, las amigas más cercanas le sugirieron levantarle los pies sobre una almohada; que si dormía boca arriba, le abriera las piernas cuándo empezará el concierto, si no, que le pusiera Vick Vaporub en la fosa nasal izquierda.
Lo cierto fue, que nada funcionaba para apagar los parlantes del paciente, ni siquiera la sopa de tomate en agua bendita, ni las promesas a la Virgen de las Lajas, con decirles que hasta habían subido los dos de rodillas a visitar al Señor de Monserrate, luego de esa promesa se aventuraron a ir donde el indio Amazónico, quien exigió que se lo dejaran dos semanas, prometiéndoles que lo entregaría como niño nuevo, así lo hicieron, pero al final de la primera semana, entre lágrimas lo devolvió, porque no le había dejado pegar los ojos ni una noche, después de este fracaso, María Engracia incluso llegó al extremo de amenazarlo con suspenderle sus deberes maritales.
De tal manera que, después de tantos intentos para encontrar una solución, solo le quedó resignarse a aceptar las serenatas nocturnas de su marido. Además, la enamorada mujer sabía que la sentencia de «hasta que la muerte los separe…», que el sacerdote les había proclamado el día que bendijo su unión, tenía que cumplirla, por tanto sólo le quedaba irse acostumbrando a los ronquidos de su marido y fue tal su amor y empeño que cuando cumplieron las bodas de oro, ella no se podía dormir sin los ronquidos de su amado José Dolores.
El único problema que no había logrado resolver era el de los vecinos, porque hasta demandas había en el juzgado por la locomotora nocturna, pero el Señor Juez falló contra todo pronóstico a favor del roncador, eso fue en la época que se disparó en la botica del pequeño poblado, la venta de tapones para oídos.
La señora esposa del juez, mujer piadosa y muy comunicativa, contó una mañana en el atrio, después de la misa mayor, que el fallo de la justicia había sido motivado por alcahuetería entre enfermos, que su marido sufría de la misma dolencia, especialmente las noches que se emborrachaba, que prácticamente eran todos los días.
Con el tiempo el problema del pensionado se volvió de interés público, porque de ese raro virus quitasueño, como dieron en llamarlo, se empezaron a contagiar todos los hombres casados de la comarca, al punto que las noches de paz provinciana se perdieron entre la tormenta de ronquidos que alcanzaba su máxima expresión a las doce de la noche.
Lo irónico fue que, asombrosamente, el virus quitasueño se convirtió en un somnífero, para las esposas que no podían conciliar el sueño sin sus estridencias. Por eso esa noche de las bodas de oro, cuando María Engracia terminó la última Ave María de la camándula, pensó que siempre seguiría encubriendo los ruidosos sueños de su José Dolores, en tanto que el siguiera arrullando los suyos con sus ronquidos.
Fabio José Saavedra Corredor,
Miembro Academia Boyacense de la Lengua