Tradicionalmente después de las elecciones de alcalde, gobernador y, muy especialmente, de presidente en Colombia se estila una ‘Ciencia Mística’ que hemos llamado la ‘gabinetología’, en la que analistas, tanto profesionales como aficionados, esbozamos toda clase de poderes de clarividencia y especulación, rodeados de reflexiones profundas pronosticando quiénes serán las personas que ocupen los despachos del nuevo mandatario.
Las carteras más pronosticadas son aquellas que, a juicio de los analistas, son las más importantes en el ejercicio del poder del Ejecutivo. Se habla mucho de Hacienda, Agricultura, Transporte, Educación y Salud, principalmente, pero en muy pocas ocasiones se ocupan de quién estará en la cartera encargada de planear la gestión y la acción del Gobierno, que para el caso nacional es el DNP (Departamento Nacional de Planeación), que si bien no es un ministerio, asiste al Consejo de Ministros, es el organismo técnico asesor más importante del presidente y define e impulsa la implementación de una visión estratégica del país y, que dicho sea de paso, debería ser el primero en ser nombrado ya que tiene bajo su responsabilidad preparar el Plan Nacional de Desarrollo, para lo cual cuenta con un plazo máximo de seis meses, en el que se señalan los propósitos y objetivos nacionales de largo plazo, las metas y prioridades de la acción estatal a mediano plazo y las estrategias y orientaciones generales de la política económica, social y ambiental que en esencia es la ruta de navegación del nuevo gobierno.
El DNP, además del Plan Nacional de Desarrollo, junto con el Ministerio de Hacienda, cada año se encarga de construir el presupuesto general de la nación para ser presentado al Congreso; está encargado de programar el presupuesto anual de inversiones; ejerce la secretaría técnica y define la agenda del Consejo de Política Económica y Social (Conpes) presidido por el presidente; elabora los documentos de política a ser llevados a este organismo, y es un ente coordinador de las diferentes entidades nacionales, administra el Sistema General de Regalías, entre muchas funciones.
Por muchos años ser director del DNP en Colombia era una gran distinción y un logro profesional y académico reservado para personas de las más altas calidades técnicas. Desafortunadamente para los presidentes de los últimos gobiernos: Uribe II, Santos I, Santos II y Duque, pareciera que le han quitado esa importancia y les han encargado esta entidad a funcionarios de bajo perfil técnico y más bien se han antepuesto más sus recomendaciones políticas, llegando al punto en que hoy nadie sabe quién es el director y mucho menos sabe qué ha hecho.
El costo para el país es muy alto, porque pareciera que para los gobernantes planear ya no es estratégico ni importante. Nuestro país carece de políticas de Estado de mediano y largo plazo que aseguren apuestas ambiciosas realmente transformadoras, y el papel del DNP es intrascendente, la permanencia de los directores es muy corta, al igual que los resultados de su gestión. En los últimos 10 años hemos tenido siete directores, de los cuales solo dos dirigieron la elaboración del Plan Nacional de Desarrollo.
Ojalá que en estos momentos de nombramientos, el presidente Petro designe a una persona con la solvencia técnica necesaria para que esta entidad recobre su importancia, alguien que nuevamente asuma el trascendental papel para el Gobierno y para la nación y que principalmente goce de la confianza del primer mandatario que le permita tener continuidad a la hora de construir el Plan de Desarrollo, pero, también, hacer seguimiento y evaluación de los resultados por el bien de todos los colombianos.