…»Y seguiré sembrando, aunque otros pisen la cosecha» … – José Ricardo Bautista Pamplona #Columnista7días

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Imposible no referirme a la grata experiencia vivida este año en Ginebra, Valle del Cauca con ocasión de la realización del evento rector de la música andina colombiana Mono Núñez y más cuando en esta oportunidad pudimos evidenciar los resultados de esa terca obsesión por hacer el urgente relevo generacional que necesitan las expresiones artísticas. 

El concepto de “relevo generacional” en el contexto del desarrollo y avance del arte va más allá de una reducción en la edad de los artistas y cultores, ya que se trata de empoderar y dotar a una nueva generación de los medios necesarios para que puedan ser capaces de aplicar todo aquello que aprendieron en sus bases primarias y proyectarlas luego a futuros esperanzadores. 

De ahí la importancia de realizar trabajos serios y asertivos con los niños, porque ellos copian y repiten lo que ven, escuchan y memorizan; cualidad del ser humano que solo se refleja en los actos realizados por nuestros menores al querer ser siempre adultos. Por eso las niñas juegan a las muñecas anticipando su papel de madres y qué decir de los niños que se pintan bigotes y patillas como queriendo madurar biches, antes de haber experimentado a plenitud las etapas de la vida. 

Por otra parte, nuestro folclor es tan extenso que se calculan aproximadamente 300 aires y tonadas contenidos en su amplio menú de posibilidades interpretativas aun sin explorar. Ritmos que son el instintivo de una cultura ancestral en la que fulguran los rasgos originarios de los pueblos, toda vez que la música y la danza son los canales comunicacionales que desde tiempo atrás encontró el hombre para expresar sentimientos, ideologías y pensamientos. 

La inmensa riqueza emancipada en esas expresiones populares como la cumbia, el bambuco, currulaos, bullerengues, chotis, redovas, pasillos, torbellinos, guabinas, valses, joropos, quirpas, pasajes, san juanitos, carnavalitos y sones, entre tantas otras manifestaciones, dan cuenta de un país basto en saberes y la existencia de una guaca aun sin explorar porque ha estado oculta tras fachadas falsas de arraigo manoseados donde se desdibuja cada día más el verdadero reflejo de nuestras tradiciones.  

Ahora bien, la complejidad que tienen nuestros aires para ser interpretados exige una disciplina a toda prueba y maximiza la capacidad intelectual y cognoscitiva de los niños, porque contrario a los que erradamente muchos afirman, los aires del ancestro requieren de maniobras que solo son posibles de ejecutar tras una rígida consagración donde se ponen a prueba las capacidades y habilidades más prodigas de los estudiosos que se dan la oportunidad de conocerlos. 

¿Si la música tradicional o folclórica es la denominación que se da a las expresiones notorias que se transmiten de una generación a otra por vía oral y ahora también de manera académica, no es entonces esa raíz étnica la llamada a prevalecer en el tiempo como se sostiene y expanden las ramas del cedro que da sombra a su estancia?  

Reconforta ver el surgimiento de muchos espacios en festivales como el que acabamos de disfrutar, donde no solo hay una tarima para los niños llamada “Encuentro Mateo Ibarra”, sino que cada noche en el coliseo Gerardo Arellano Becerra la jornada inició con la presencia de los chiquillos que hicieron poner de pie al exigente aforo del auditorio. 

En la nómina de clasificados aparecieron agrupaciones como el Convite Instrumental Benigno Núñez de la E.M.T. en cuyas filas oscilan edades entre los 8 a los 17 años. Niños pertenecientes al sistema formativo de la Escuela de Música de la capital boyacense donde hoy se capacitan cerca de mil estudiantes en el aprendizaje de instrumentos y repertorios con los que se adquieren conceptos estéticos, analíticos y reflexivos, además de la complejidad de los mismos que exige disciplina, dedicación y una estructura humanística destinada a un constante crecimiento que niegue toda posibilidad de reproducción de la envidia, los egos, la deslealtad, la ingratitud, la figuración y la vanidad. 

Así mismo se hace en otros sitios del país con el surgimiento de escuelas, academias públicas y privadas, modelos didácticos y una revolución artística – educativa que asegura la permanencia y evolución de nuestra música, por lo menos por décadas más, sirviendo de oxígeno a la identidad de un país amenazada permanentemente por el levantamiento indiscriminado de corrientes que, sin filtro alguno, allanan la mente y el corazón nuestros pequeños. 

Le quiero contar a los jóvenes que puedan tener acceso a esta columna, que estos niños y adolescentes a los que me refiero y que hoy están por los escenarios del mundo llevando con donaire los bambucos, pasillos y guabinas, también dominan a la perfección la internet, el iPad y se mueven como pez en al agua en el uso de las nuevas tecnologías o los idiomas extranjeros. 

De alguna que otra nariz y oídos cuelgan piercing y hay tatuajes dibujados en sus brazos, se tinturan el pelo con colores psicodélicos, usan jeans descaderados con sofisticados rotos, se pintan las uñas de colores y en ocasiones manchan sus labios con tintas de intensas tonalidades. Otros, por el contrario, son más conservadores y visten un poco más discretos, pero todos conviven con respeto entre los albores del modernismo y la conservación pura de las usanzas. 

Gracias a Dios, cada día son más los concursos, festivales y encuentros dedicados a la exaltación del talento infantil y juvenil en la ejecución de nuestros aires raizales. Cada vez apreciamos con mayor ahínco el trabajo de los menores en esas músicas que llamaban ignorantemente “para viejitos” pero que hoy simplemente han cambiado de traje para ponerse a tono con la evolución y las estaciones de la vida, ocasionando fascinantes fusiones y conceptos arreglísticos que han puesto a prueba el ingenio de aventajados músicos, autores y compositores y ¿qué decir de los intrépidos ejecutantes que ahora nos entregan su talento en inéditas amalgamas de bandolas, requintos, tiples, guitarras, percusiones tradicionales junto a instrumentos pertenecientes a organologías sinfónicas universales?.

Definitivamente y para fortuna del folclor, la permuta identitaria inicio su marcha y eso quedó demostrado en la pasada edición de este Festival cuando el jurado calificador nominó al Gran Premio Mono Núñez, a un colectivo de niños y otorgó dos de los premios a una pequeñita de 11 años y a otra de 15 que se ubicaron en la foto de honor, revelando ese afortunado contraste entre los ya consagrados y los que, de tú a tú, estuvieron en una sana competencia para demostrar quien tiene mayor dominio en la interpretación de los aires de la patria. 

Que sigan surgiendo más y más procesos de formación y que los recursos del estado continúen llegando a estos escenarios donde no hay gasto sino inversión, que se acometan obras de ladrillo y cemento pero al servicio de la cultura y el desarrollo de modelos pedagógicos, más compra de instrumentos hechos por nuestros lutieres, más mano de obra cualificada esa que ha sido ignorada en las veredas y los pueblos y más empleo para los profesionales del arte que salen de las universidades y no encuentran fuentes ciertas de desempeño. 

Y mientras siguen brotando estos afortunados procesos de las cosechas, la ruta señalada nos conduce también a la creación de públicos para cualificar nuevas audiencias con las que se logre consolidar el paquete completo y haya el cambio en las dos direcciones: tanto en los que salen a la escena, como los que ocupan los aforos que tristemente en muchas ocasiones sufren la soledad de la indiferencia. 

Esa es una tarea inaplazable en la que debemos estar todos: gobiernos, educadores, padres de familia y sociedad en general ya que de no hacerlo estaríamos castrando toda posibilidad de evolución y seguiríamos en esa descontrolada involución que hoy tiene azotado nuestros pueblos; un atraso tan grave y delicado que ha diezmado lo estético para dar paso a conceptos encasquillados donde se confunde lo moderno con lo atroz. 

Finalmente, con lo sucedido en el pasado Festival Mono Núñez y en otros escenarios del país con los niños y jóvenes como protagonistas del relevo generacional, me aferro más a las reflexiones expresadas por Gandhi: 

«Voy a seguir creyendo, aun cuando la gente pierda la esperanza. Voy a seguir dando amor, aunque otros siembren odio. Voy a seguir construyendo, aun cuando otros destruyan. Voy a seguir hablando de Paz, aún en medio de una guerra. Voy a seguir iluminando, aún en medio de la oscuridad. 

Y seguiré sembrando, aunque otros pisen la cosecha. Y seguiré gritando, aun cuando otros callen. Y dibujaré sonrisas, en rostros con lágrimas. Y transmitiré alivio, cuando vea dolor. Y regalaré motivos de alegría donde solo haya tristezas. 

Invitaré a caminar al que decidió quedarse. Y levantaré los brazos, a los que se han rendido. Porque en medio de la desolación, habrá un niño que nos mirará, esperanzado, esperando algo de nosotros. Y aún en medio de una tormenta, por algún lado saldrá el sol. Y en medio del desierto crecerá una planta. 

Siempre habrá un pájaro que nos cante, un niño que nos sonría y una mariposa que nos brinde su belleza»…   

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