A esa hora de la mañana los rayos del sol empezaban a calentar la faz de la tierra, cuando la pareja de nativos, Kuntur y Achikilla, iniciaron el ascenso a la montaña, el elevado cerro emergía del corazón mismo del mar y en su acantilado venía a estrellarse el incansable oleaje marino, la pronunciada pendiente se elevaba unos cientos de metros, y en su parte más alta, se encontraba una pequeña planicie, en el centro de ella los antepasados de la tribu habían construido con legendarias maderas un templo en honor a sus dioses.
Era una maloca con techo cónico cubierto por hojas de palma, en él se encontraban distribuidas simétricamente doce ventanas circulares, ubicadas en la mitad de la cubierta a manera de una corona, por estas se colaban los rayos del sol, lo cual les permitía a los Mamos conocer el avance del día, en las noches despejadas, también se dedicaban a estudiar los movimientos de las estrellas y a predecir el futuro de la tribu y sus pobladores, ellos aseguraban que en el cielo estrellado, estaba escrito el destino de todo.
A media mañana la pareja de indígenas arribó a la pequeña meseta, ellos se habían consagrado como pareja en ese templo hacía una década, y a pesar de ser dos personas saludables y fuertes no habían logrado tener hijos, situación que preocupaba al Consejo de Ancianos, quienes por este motivo, podían ordenar la separación de cuerpos y condenarlos al destierro vergonzoso, si así lo consideraban. El empinado sendero exigía a los caminantes denodados esfuerzos, de modo que arribaron a la cima con la respiración agitada y el corazón en la boca, ya habían golpeado tantas puertas sin encontrar solución a su fervoroso deseo de procrear un hijo.
En la noche anterior, el máximo guía espiritual los había sometido a un raro exorcismo, con el que pretendía ahuyentar a los espíritus malignos que no les permitían cumplir su sueño de ser padres. Las horas habían sido agotadoras, entre invocaciones, raros pases mágicos, humaredas de extrañas hierbas traídas de selvas remotas y uno que otro bebedizo amargo como la hiel.
Con el canto del búho blanco, a comienzos de la madrugada, el Mamo sacó de una olla hirviendo a borbotones, una rama de malva alegre y les roció las cabezas con una pócima extraña, luego los despidió en la puerta de la maloca, con el compromiso de regresar a media mañana, por los resultados de la lectura hecha en los caminos de las estrellas, lo que abrió en los jóvenes nuevas esperanzas.
Ese día el Mamo lucía un ceremonioso traje tejido con fibras naturales, teñidas con zumos vegetales, el rostro lo tenía cruzado con figuras zoomorfas, dibujadas con colores rojo y negro, extraídos del añil y el achiote.
A esa hora lo encontraron sentado en un rincón sobre cómodos cojines, amablemente los invitó a sentarse en un cuero de tigre, que aún conservaba la cabeza con las mandíbulas abiertas, estaba extendido en el piso a los pies del Mamo, quien luego de fumar una picadura de hierbas exóticas en una gran pipa y arrojarles doce bocanadas de humo al rostro, les compartió la pipa invitándolos a hacer otro tanto entre ellos, después de un prolongado silencio les explicó, que el extraño ritual lo debían ejecutar solos en Playa Cangrejo, durante doce noches de plenilunio ininterrumpidamente, de lo contrario, ya no tendrían remedio en este mundo de Dios.
Ansiosos esperaron la primera luna llena para iniciar la curación de su infertilidad, el día anterior no había caído el sol tras la cordillera, cuando partieron en la pequeña piragua, Achikilla iba sentada a babor, se veía plena disfrutando la brisa acariciando sus negros cabellos, en tanto mantenía su mano derecha sumergida en el agua, Kuntur a estribor, remaba con la fuerza de sus ilusiones.
Las sombras de la noche habían caído en el momento en que arribaron a su destino, la mujer debía permanecer desnuda en la tibia arena de la playa, rindiendo tributo a la luna con su belleza y el varón permanecería acompañándola en los alrededores, implorando a la luna luz y fertilidad para ambos, así, hasta el amanecer cuando emprenderían el regreso. El rito debía repetirse en cada luna llena, sin que sus cuerpos se tocaran.
Las noches de plenilunio se fueron sucediendo sin percances, hasta que llegó la ansiada noche de la entrega. La enorme luna se elevaba sobre las montañas y extendía desde el horizonte marino un camino de brillo plateado, que se rizaba al paso de la brisa como si cobrará vida, para venir a morir en lomos del oleaje sobre la playa, de repente, ella vio acercarse una piragua guiada por los experimentados brazos de Kuntur, esta encalló a prudente distancia de la orilla, su avezado boga después de asegurarla con una pequeña ancla, se lanzó al agua, y sin detenerse, avanzó impulsado por las olas hasta la playa, la luz de las estrellas titilaba en su piel húmeda, cubriéndolo de una magia nocturnal, sin titubear avanzó con firmeza hasta la mujer que ansiosa se ofrendaba sin reservas.
El hechicero de la tribu les había predicho desde el verano anterior, que si querían alcanzar el ansiado derecho natural de concebir, tendrían que entregarse sin reservas en Playa Cangrejo, bajo la luz plateada de doce lunas llenas, así lo habían cumplido sin interrupciones y este amanecer sería su última noche.
La hermosa nativa permanecía recostada sobre la arena de la playa, el cuerpo túrgido como fruta madura, palpitaba jugando con la luz plateada de la luna adherida a su piel, metiéndose en sus poros para colmarlos de incontenibles deseos, ella disfrutaba la tibia caricia de la brisa que impúdica insistía en detener su paso para refocilarse en la piel tersa y ansiosa, mientras el recuerdo de la voz acariciadora de su amante, susurrante la invitaba a abrir los ojos y mirar el cielo despejado, que descansaba su cúpula en el horizonte dentado de las montañas, que así parecían las fauces hambrientas de un gigantesco escualo, queriendo devorarse de una tarascada todas las estrellas, que tímidas titilaban temblorosas, no sé sabia, si de miedo o ansiedad.
Juventud y deseo con exuberancia de vida en el trópico incitante y cómplice, donde el pensamiento se nubla y las ansias de sentir y vivir se desbordan incontenibles, el pasado, presente y futuro se funden en un solo tiempo igual que los cuerpos, perdidos en las profundidades uno del otro y ansiando que ese momento sea eterno, la luna se perdía en el oeste y los cuerpos abrazados y exhaustos descansaban sobre la arena, recuperando fuerzas para iniciar el regreso a la aldea.
En ese momento sucedió lo inesperado, la naturaleza se confabuló con la magia del Mamo, convocando a una de las especies más prolíficas del reino animal marino, entonces de las profundidades del océano, emergieron cangrejos por millares, hasta que cubrieron los cuerpos de Kuntur y Achikilla y la extensa playa. Luego, los crustáceos con sus tenazas a manera de violines, entonaron una melodía que luego se convirtió en palabras y estas a su vez en versos, los que sólo entendían los interesados:
“Todo sacrificio será pequeño,
en búsqueda de un sueño
nunca pierdan las ilusiones,
en el anhelo por crear más vida”
A partir de ese momento, Kuntur y Achikilla entendieron el mensaje, y en sus conciencias empezó a germinar la grata responsabilidad de ser futuros padres.
Fabio José Saavedra Corredor,
Miembro Academia Boyacense de la Lengua