Gratos recuerdos de una experiencia significativa en el Colegio de Boyacá

Saludo de felicitación al colegio de Boyacá por cumplir doscientos años, realzando la educación y formando seres humanos íntegros, gracias al talento humano siempre al servicio de la institución.

Mi historia laboral en el Colegio de Boyacá se inició en los albores del año 1975 y culminó por decisión voluntaria de retiro de la institución, en calidad de pensionada, al amanecer del año 2020.

Fue una historia vivida con profunda pasión al sol de la laboriosidad edificante de ser gustosa trabajadora al servicio de la educación de niñas, niños y adolescentes; cosechando en ocasiones frutos que al segar permitieron sentir ese algo emocional tan valioso que inundaba el ser y motivaba a vivenciar el crecer en experiencia. En otras ocasiones el trabajo abría las puertas hacia la retroalimentación, buscando mayor profundización conceptual y procedimental con el diseño y/o ejecución de planes de mejoramiento.

Hoy quiero explicar el porqué de la satisfacción vivida en el ejercicio profesional desarrollando una experiencia significativa, protagonizada en común unión con los estudiantes matriculados en grado undécimo, durante las últimas seis semanas de clases de los años transcurridos entre el 2008 y 2019. Aprendizaje enmarcado en el área de Ciencias Sociales, con una historia pregonera de la época indígena, colonial y republicana, al lado del mestizaje cultural y del sincretismo religioso relevantes para los alumnos habitantes de la ciudad de Tunja.

Al promover como docente guía el apropiarse cognitiva y afectivamente del saber cultural  en el Centro Histórico de la capital boyacense, a divulgar las raíces embrionarias de la historia vivida y sufrida desde la época de  la bizarría colonial pero que paradójicamente legó al presente las casas de exquisita arquitectura hispánica (andaluza); gótico isabelino, mudéjar con detalles renacentistas y manieristas, cuyas techumbres y muros sostenidos con columnas dóricas y arcos de medio punto u ojivales, fueron decorados con pinturas de autores famosos, no famosos, anónimos y esclavos iletrados; las figuras mitológicas  greco-romanas, escenas de la caza de animales, elementos de la naturaleza, símbolos de la heráldica y personajes de la vida común.

En los siguientes sitios desarrollamos las clases que me enorgullece contar: Casa Museo del Fundador de Tunja don Gonzalo Suárez Rendón; la Casa Museo del Escribano don Juan de Vargas; la casa Cultural y Museo Histórico Gustavo Rojas Pinilla; la Catedral Metropolitana Santiago de Tunja; la Iglesia Museo de Arte Religioso Santo Domingo; el Museo Claustro Santa Clara la Real; los Templos de San Ignacio; las Nieves; la Capilla de San Laureano;  algunos años en los Templos de San Francisco; Santa Bárbara; el antiguo Museo de San Agustín, lugar donde naciera el Colboy hace doscientos años y el Bosque de la República. 

Cambiamos el tradicional salón de clases  por cada uno de los escenarios enunciados anteriormente para conocerlos, interiorizar su belleza arquitectónica, artística, histórica y divulgarlos integrando el saber encerrado  silenciosamente durante tantos años en ellos con el ejercicio de las competencias ciudadanas a nivel cognitivo, emocional, comunicativo e integrador; acrecentando la formación de buenos ciudadanos y mejores seres humanos que amen la ciudad en donde viven, con una didáctica en pro del pensamiento crítico, sembrando la semilla del trascender en las generaciones presentes y futuras.

Fue todo un desafío profesional, acomodándonos al aprendizaje cooperativo hecho en el centro histórico de Tunja, convertido por fortuna en el aula grande para engalanar el proceso educativo con los adolescentes desde la historia, la cultura y la formación ciudadana de los futuros bachilleres del Colboy. 

Agradezco la colaboración, interacción y filantropía de las personas involucradas en la experiencia significativa, cuyo aporte con visión de servir desde el presente hacia el futuro, fue primordial, me refiero a los agentes de la Policía de Turismo, a guías y administradores responsables de la atención al público en cada casa y museo; a los sacerdotes de los templos por su carisma, paciencia y actitud quijotesca prestándonos los callados recintos sagrados para conocer durante las clases-taller, paso a paso, imagen tras imagen, una a una las pinturas artísticas, columna tras columna, retablo tras retablo, en los muros decorados, debajo de los artesonados, cerca de cada púlpito y tabernáculo.

De igual manera reconozco y exalto cariñosamente en los estudiantes el respeto, sensibilidad artística, ganas de aprender y divulgar lo aprendido, sustentando con orgullo en cada sitio los temas novedad en el plan de estudios. Gratitud con los Académicos de la Historia por su generosidad al compartir el saber; a los cultores del arte por su liberalidad en la sapiencia; a los ciudadanos enamorados de la ciudad, a los padres de familia que se unieron de alguna forma a las clases y de manera especial, gratitud con los docentes colegas del grado undécimo por su comprensión y tolerancia cuando demorábamos en regresar al colegio cinco o diez minutos para la siguiente clase. Fue una experiencia innovadora, muy significativa, que nos convirtió en gocetas de la pedagogía. 

María Cecilia Latorre Herrera
Exprofesora y excoordinadora del Colboy

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