“Si en Colombia los proyectos de ayer, de hoy y del mañana, son llevados o guiados por la soberbia y la jerarquía legal o técnica, sin la participación de todos los involucrados, solo conduce a triunfos locales y derrotas globales”.
Escuchar el concepto NIMBY por parte de la referencia mundial en temas mineros, donde esta persona insiste en que, debe estar de la mano y al mismo nivel, el valor y la importancia social, ambiental y económica.
Les hablo precisamente de James Otto, cuando se refiere a NIMBY en los proyectos mineros, en inglés traduce: not in my back yard. En el lenguaje de Cervantes: el síndrome del patio trasero.
El acrónimo NIMBY surgió a finales de los años 70. Hoy suena y resuena con mucha fuerza, cuando construyen proyectos deseados “por un puñado” y no deseados “por la mayoría de los territorios olvidados”, como lo son, la periferia colombiana. Solo son mirados cuando existe un interés económico particular y no general.
El síndrome del patio trasero toma cada vez más fuerza en Colombia y en muchos lugares del planeta, donde se observa gran resistencia social de tener de vecinos a cualquier proyecto, llámese: una hidroeléctrica, equipos de energías alternativas (las ERNC), crecimientos y desarrollos que involucren grandes infraestructuras, una cárcel, planta de tratamiento de aguas residuales o servidas, centro de atención de drogodependientes entre otros y, finalmente, la actividad minera.
¿Qué se debe hacer ante este frenesí individualista que, de manera irresponsable se vive en los últimos 36 años en Colombia?
Las personas dicen que muchos de estos proyectos sí son necesarios, pero, lejos de ellos, no en sus patios. Es donde impera la insolidaridad social solo por intereses particulares.
Dentro de la institucionalidad se requiere promover dos aspectos: el conocimiento científico y las convicciones de la gente. Lo primero es identificar el problema o la causa de los malestares existentes antes de la llegada de cualquier tipo de proyecto, obra e infraestructura en los patios traseros de las comunidades. Para ello, se habla de los CDA (Community Development Agreements) o acuerdos de desarrollo comunitarios de corto, mediano, largo plazo y el escenario no deseado, esto se construye con mesas participativas con todos los actores. Todo se materializa en un plan estratégico, incorporado en el Plan de Ordenamiento Territorial (POT).
Por otra parte, los proyectos mineros generan dos tipos de impactos: positivos y negativos, en general, donde exista la actividad antropogénica, habrá impactos. Y dentro de esos grandes impactos se encuentra la etapa de cierre y poscierre (a perpetuidad).
Es donde los CDA son la hoja de ruta para todo proyecto pensado y proyectado con un valor sustentable, cada segundo en el mundo, los beneficios siguen incrementándose, hay que buscar un ganar-ganar compartido.
Ese desarrollo comunitario necesita de una caja de herramienta que logre un genuino y justo desarrollo comunitario con los proyectos.
Para finalizar, la licencia social para operar cobra y pasa factura, caso la Colosa, Minesa y Quebradona en Colombia, cuando se sigue pensando que, la minería de hace 100 años, es la misma de hace 50 años y la de ayer, es negarse a la raíz del problema de fondo. Los modelos sociales, ambientales y económicos deben ser como aquellos borradores que permitan ser actualizados frente a las discusiones, preocupaciones y las necesidades por parte de todos.
La Responsabilidad Social Empresarial (RSE) no es Santa Claus (paquetes para todos), lo que deja realizar el Estado, no es el rol de las empresas, pero, hay que completarlo. Los tiempos siguen cambiando para mejorar las relaciones en los patios traseros.
Recuerden, los modelos de acuerdos comunitarios de desarrollo: es la camisa que le sirve a él, a mí no me sirve y a ti te queda corta.