
Llegó la hora de escoger entre los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta y quien será el encargado de dirigir los destinos de la nación para el periodo constitucional de los próximos cuatro años.
Los colombianos acudiremos a las urnas sin saber mucho de sus propuestas, ya que esta fue una campaña donde los debates se sentaron en ataques, querellas, atropellos, embestidas, abucheos, mensajes de Twitter y esas noticias sensacionalistas que, si bien les dejaron grandes ratings a algunos canales, no le aportaron nada al ciudadano de a pie que aún hoy no sabe qué hacer y que casilla marcar con la «X» el próximo domingo.
La restante semana tendrá, sin duda, largos y tediosos días ensombrecidos por la incertidumbre, el temor y la desconfianza por la intensificación de las afrentas, por la agudización de la deshonra, porque en rectas finales y más en la que estamos presenciando se acude a lo que sea con tal de sacar al contrincante del camino y mandarlo a empujones barranco abajo.
El viernes pasado asistí a un interesante panel con personalidades de la cultura en Colombia, convocado por Troya Noticias. Allí se debatió sobre el futuro que le espera al arte y la cultura en el próximo periodo presidencial y aunque cada uno de los panelistas expusimos nuestros puntos de vista, la mayoría coincidimos en que el pueblo colombiano no ha tenido la oportunidad de conocer lo que opinan los dos candidatos a este respecto.
Y lo mismo ocurre con las demás áreas de la dinámica administrativa, ya que lo único que ha proliferado es una seguidilla de titulares sueltos con redacciones sensacionalistas que parecen más las etiquetas de artículos en feria que una exposición reposada y profunda de las soluciones que requiere con urgencia Colombia en todos los frentes.
Extraña y dolorosa contienda donde se desbordaron todos los pronósticos del irrespeto y la intolerancia. Una campaña de odios promovidos por oscuras fuerzas cibernéticas que amañan sus estrategias para orquestar una confusa sinfonía donde los estruendosos ruidos del rencor predominan y no dejan escuchar lo fundamental y lo armonioso. Una campaña de “videos bomba”, fotomontajes y todo lo que pudiéramos haber imaginado y jamás pensamos tendríamos que presenciar.
Los agravios llegaron al máximo tope y los ultrajes prevalecieron en medio de miles de mensajes disparados cuál metralleta en medio de la guerra y no hubo espacio más que para la injuria, la calumnia, la destrucción del otro y la ridiculización de toda postura seria que sin éxito quiso abrirse camino en medio de la cruel tormenta.
Así llegaremos muchos a las urnas, con un menú de titulares en la cabeza y la revelación de punzantes episodios que lamentablemente hacen parte ya de la más reciente historia, esa misma que con vergüenza y desesperanza tendremos que contarles a nuestros nietos y a los que nos sucedan en este efímero y fugaz paso por la vida.
Muy refundidas las propuestas y muy desvanecida la exposición de las mismas por parte de los candidatos, tal vez no por culpa de ellos, sino por ese mediático estilo que tienen algunos canales de difusión de presentar la noticia y escarbar en cosas sin importancia, por cuanto lo único que interesa para ellos es la conclusión sensacionalista que a la postre les trae mayores audiencias y les deja más visitas a sus contenidos escandalosos llenos de bulla y algarabía.
¿Cómo no recordar aquel primer histórico debate transmitido por la televisión colombiana y las programadoras RTI y Producciones JES un 11 de febrero de 1986 entre los candidatos a la presidencia de la república: Luis Carlos Galán y Álvaro Gómez Hurtado; los dos asesinados por la mafia colombiana, moderado por el maestro del periodismo Juan Gossaín, María Elvira Samper y Álvaro H. Caicedo que versó sobre asuntos económicos y sociales? Esos eran los debates serios que en este momento crucial necesitábamos, pero todo ha cambiado y hemos involucionado tanto que ya perdimos hasta la capacidad de asombro.
Que el candidato X dice que “va a acabar con el ministerio de cultura…» y que el candidato Y asegura que «cerrará las minas…» así y en esos letreros propagandísticos quedaron los postulados de los aspirantes, sin que hubiéramos podido conocer qué hay detrás de los titulados y cuál es la ostentación de motivos que soporta tales afirmaciones. Definitivamente, entramos en una era donde en ese triste y vergonzoso “todo se vale”, se refundieron los debates serios, la disertación de ideas y la exposición de programas y proyectos con los que logremos salir de la dura crisis que tiene azotado el país.
Los tácticos estrategas sacaron su artillería pesada y entonces los libretistas y guionistas de la confusión se divirtieron haciendo gala de sus oscuras dotes, porque escribieron, vociferaron y envenenaron «hasta donde aguanto el botón» y sí que salieron victoriosos porque lograron confundir, dividir, desinformar y sembrar tanto odio en los corazones, que hasta pusieron a enfrentarse a los integrantes del mismo núcleo familiar.
Pero, ya no hay nada que hacer y el próximo domingo Colombia conocerá el sucesor de Iván Duque, quien será el encargado de asumir y llevar este barco por la turbulencia del camino donde muy seguramente habrá una férrea oposición que hará aún más compleja la travesía.
En un proceso como éste no es importante qué va o qué quiere hacer el candidato, sino cómo lo va a hacer, porque en el cómo es donde se puede verificar si realmente la propuesta tiene o no asidero y si verdaderamente se cuenta con el conocimiento para acometer tales acciones. Lamentablemente no pudimos adentrarnos en el cómo porque los titulares simplistas lo impidieron y no se nos permitió abrir la ventana del cuarto oscuro para ver el camino que conduce al horizonte.
En campaña se dice de todo, se pronuncia y asegura lo que el adormecido pueblo quiere oír y más cuando las temibles redes están al acecho de cualquier frase suelta echada al viento con la que arman ficticias historias dignas de ser llevadas a las tablas o a la pantalla gigante; sin embargo, no son esas expresiones las que necesitamos en momentos tan críticos como el que vivimos, sino planteamientos razonables atados a una lógica y a un escenario realizable.
Ojalá y en la construcción del plan de desarrollo del próximo mandatario podamos tocar a profundidad los temas que no pudimos mirar en medio de esta cruel disputa, porque la vista se nubló con el humo burbujeante de los incendiarios y las mentes se cerraron en la defensa de uno y otro, olvidando que esta Colombia querida no necesita más que la unión de todas las manos para tejer ese lazo esperanzador del que podamos aferrarnos para subir la cuesta.
En fin… unos votarán por lo que más les guste y otros por lo que menos daño les haga, pero de ideas, análisis, estudio de propuestas, debates profundos e ideológicos de repensar el país, esta vez no fue y menos en este escarnio público camuflado de campaña.
Que Dios ilumine las mentes de los que haremos el legítimo uso del derecho constitucional para ejercer el voto y que la «X» marcada en una o en otra casilla, sea la decisión más certera para acabar de una vez por todas con esta déspota polarización que tiene aminorada la patria.