Vivimos uno de los momentos más tormentosos de la reciente historia colombiana ocasionado, tanto por las dolorosas secuelas que está dejando la emergencia sanitaria, como por la descomposición social que tiene agonizando al país en un enfrentamiento sin control, o como dirían los abuelos “sin ton ni son”.
Muchos de los que prenden el fuego y ponen a arder las redes con la siembra de odio y desconcierto no son precisamente aquellos que asumen responsabilidades, sino que por el contrario las endosan a terceros para confundir la opinión publica y aplicar al pie de la letra el adagio que reza: “Divide y vencerás”
A escasos días de las elecciones presidenciales el país está mas fraccionado y polarizado que nunca y desde las campañas se escuchan querellas, reclamos y denuncias que ponen en riesgo la democracia y la estabilidad de una nación temerosa y expectante por lo que pueda suceder, no solo este domingo o en la continuidad y conclusión de la actual campaña, sino con el rumbo que tomarán los temas más álgidos como aquellos que tienen que ver con el sistema pensional, la salud, el incremento de impuestos, el costo de la canasta familiar, la educación para los hijos, la seguridad y el desempleo entre muchos otros.
El vergonzoso episodio de perder familia y amigos por la política o porque se piensa diferente se ha revelado con mas énfasis y en las redes pulula con marcada regularidad una incontrolable fuerza maligna que ha puesto a pelear a unos y otros; poniendo a arder el fogón donde se queman y ahogan entre las llamas los anhelos de paz y ese momento esperanzador que tanto clama el pueblo colombiano.
Ser de izquierda, centro o derecha ya no es una convicción filosófica basada en estructuras ideológicas de postulados y pensamiento, porque hoy es un delito pertenecer a una u otra corriente, so pena de ser atacado, mancillado y matoneado por el intolerante que no entiende que este es un país donde cada quien tiene, tanto los mismos derechos y deberes, así como el libre albedrío de pertenecer a cualquier segmento político, religioso o social y esa diferencia no lo hace enemigo de quien piense o actúe de manera diferente a él.
Por otra parte, afrontamos la inflación mas delicada de los últimos tiempos y el desplome de los mercados a nivel mundial; mandando al traste los sueños de emprendimiento de muchos ciudadanos, porque el alza de los productos tanto de la canasta cotidiana como de todos los insumos y servicios es cada día más incontrolable e irracional y eso ha sumergido a la gente en una especie de frustración que demanda una dura lucha diaria para tratar de sobrevivir en medio del agónico momento.
A esto se suma la guerra entre países que son determinantes para las bases de la economía global, por lo que los azotes de estos conflictos nos ha tocado a todos de manera vertiginosa y de la escases y el costo desmedido de muchos productos se responsabiliza a lo que ocurre en territorios, si bien lejanos a nosotros, muy influyentes para las finanzas y la economía nacional.
La inseguridad se acrecentó en todo el territorio y algunas zonas que gozaban en cierta manera de paz y tranquilidad, pasaron a ser parte de las trágicas estadísticas que registran los medios a cada minuto con escalofriantes imágenes que dejan perplejo hasta al más frio y desprevenido espectador.
La traición, la intolerancia y la violencia física y verbal ha encontrado el caldo de cultivo perfecto para proliferar y expandirse como la mala hierba y atrás están quedando esos valores aprendidos de nuestros mayores; porque ésta, sin duda, es una guerra sin cuartel que se lleva al que sea y al costo que sea en medio de los precipitados remolinos del odio y la desinformación.
Como podemos observar, el panorama no es nada alentador y para completar los expertos en finanzas vaticinan tiempos aún más difíciles, por lo que recomiendan el ahorro, las inversiones aterrizadas y la provisión de alimentos con los que se puedan soportar los dificultosos presagios que, según dicen, tendremos que enfrentar en muy corto tiempo.
¿Qué hacer?
Esa es una angustiosa pregunta que todos nos hacemos desde nuestra propia óptica, y en especial aquellos que no encuentran la luz en ese oscuro túnel donde a veces se refunden las ilusiones.
La respuesta es el perdón, encontrar los senderos de Dios, combatir el mal con amorosas acciones aún en medio del desconsuelo, los agravios, la ingratitud y la falsedad; actuar con aplomo reflexivo para ubicar esa salida que en ocasiones no vemos porque tenemos nublada la vista y solo miramos con el ojo inquisidor de la venganza contestataria.
Es momento para respirar profundamente y hacer un alto en el camino y quizá mirarnos hacia adentro en una de esas necesarias autoevaluaciones que a veces por temor o por soberbia descartamos pero que realmente es la única ventana abierta cuando no hay escapatoria.
Colombia necesita un cambio, circunstancia que no nos va a dar X o Y partido, sino que está en cada ciudadano y en cada ser, porque por muy romántica que parezca mi deliberación, urgimos de soluciones que si bien no se van a dar de la noche a la mañana, si nos pueden marcar una ruta tranquilizadora para solucionar paso a paso los problemas acrecentados con el tiempo y heredados de una generación a otra; porque hemos sido el bis de un tormentoso estribillo excavado en lo mas profundo de nuestras vanidades, ambiciones y altiveces con las que no hemos logrado otra cosa que agrandar las inquiñas y refundir las verdaderas soluciones.
No es con una pócima maravillosa, ni con la varita que solo tienen los magos en el imaginario mundo de las fantasías, no son las promesas de campañas libreteadas por hábiles estrategas; tampoco las propuestas acomodadas a lo que queremos oír en momentos de dificultad como el que vivimos, es la unión de todos en una misma cruzada, para asumir con responsabilidad y audacia los males que nos aquejan y encontrar el antídoto certero.
No es con la rivalidad ni los ataques sistemáticos que solo ocasionan agudizar el conflicto ¡NO! Es con la concordia, el dialogo amplio y abierto, el aporte de los mas aventajados y la solidaridad del colectivo que vamos a salir de esta punzante crisis, con propuestas y programas responsables, éticos e inteligentes, con honestos ejercicios que no se hagan para favorecer el individualismo y los grupos que manejan el poder con el que han dominado siempre, sino que por el contrario nos prodigue un horizonte claro donde se divisen escenarios confortables a mediano y largo plazo.
Que Dios y la Patrona de Colombia se apiaden de esta nación, y que sea quien sea el próximo timonero, cargue consigo siempre la brújula para llevar los sueños de la nación a puerto seguro, porque el fuego no se apaga con gasolina.