
Ayer se celebró en todo el territorio nacional el día de las madres, una fecha que de alguna manera sirve para exaltar a las dadoras de vida y a quienes han albergado en su vientre el latido de nuevos corazones.
El origen del día de la madre tiene como referencia los principios del siglo XX cuando una mujer norteamericana, “Anna Jarvis” inició una campaña para lograr el establecimiento de un día feriado en honor a las madres en el año de 1905. En ese mismo año murió su madre y de allí hasta 1908 se logró hacer la primera celebración en homenaje a su progenitora.
Posteriormente esta mujer luchó para que la particular festividad fuera reconocida oficialmente, por lo que la propuesta se fue afianzado en los Estados Unidos hasta que el presidente Woodrow Wilson firmó una proclamación que convertiría el Dia de la Madre en una conmemoración oficial, para que se celebrará todos los años el segundo domingo del mes de mayo.
Pero más allá de seguir con esta tradición y complacer al comercio en una de sus tantas estrategias para la mercantilización de sus productos, actividad que, por supuesto está en la lógica del establecimiento de la oferta y la demanda, esta fecha nos debe hacer reflexionar sobre el papel que juega la mujer madre en nuestra sociedad, así como la importancia que tiene para la reconstrucción del tejido social sus bondadosas y abnegadas acciones.
Una madre debe ser en simultánea maestra, psicóloga, ama de casa, enfermera, científica e investigadora a la hora de ayudar a las tareas de su hijo, chofer, acróbata cuando hace hasta lo imposible por alcanzar ese juguete que está en lo más alto y escondido del armario, payaso para hacer reír al infante cuando se entristece de manera repentina y hasta adivina para entender algunos comportamientos que, en ocasiones sorprenden especialmente en la edad adolescente de sus retoños.
El rol de una madre simula también a ese Ángel y guía que está de pie en todos los momentos difíciles de sus pequeños, porque ellas reaccionan de inmediato ante cualquier peligro que los aceche; quizá por instinto o porque en su corazón guardan los latidos de sus hijos haciéndolos pares de los suyos y eso les hace sentir el dolor de ellos, les anuncia si algo adverso les sucede y hasta pueden profesar sus angustias porque hay una extensión umbilical entre su ser y el de sus descendientes.
El mundo enfrenta la más grave crisis de la que se tenga referencia en los años recientes y no solamente ha sido la emergencia sanitaria la generadora del difícil momento, sino el desmoronamiento sigiloso de los valores que antes cimentaban la educación oportuna de los hijos, pero que ahora han desaparecido; haciendo más difícil ejercer el papel de madres y esa educación primaria donde se siembran las verdaderas estructuras para construir un ser humano integral.
El dialogo en la casa es cada día más agonizante, por cuanto el celular y el computador acapararon la atención de todos y entonces ya no se habla, habiendo perdido ese contacto por medio del cual se podían establecer temas prioritarios para la crianza de los hijos y se lograba entender de alguna manera lo que pensaban, soñaban, sentían y querían.
Anteriormente se encontraban estímulos para premiar e inducir a los pequeños a la práctica de actividades útiles para ellos, pero hoy la internet, las redes y los influenciadores son quienes comandan sus acciones y determinan las prelaciones de sus vidas.
Difícil momento entonces por el que atraviesa la sociedad y que hace aún más audaz la tarea de una madre, porque ella con esa bondad infinita y su percepción sobre la crianza debe tener ahora más que nunca muy claros los preceptos frente a la educación de sus hijos ya que es consiente de los peligros y amenazas que circundan su hogar y esas fuerzas externas que allanan su casa sin pedir permiso.
Hoy más que nunca se requiere de una acción conjunta entre padre y madre para erradicar ese absurdo machismo que por siglos a pululado en las dinámicas sociales y comprender que la labor es compartida y las tareas de la crianza no tienen discriminación alguna, ya que todo lo que antes concernía únicamente a ellas debe ser ahora la sagrada obligación de la pareja.
Atrás debe quedar esa decisión absurda de endosarle a las madres los cuidados de sus hijos. Abolidas deben estar esas mañas heredadas de generaciones antiguas cuando el hombre era quien salía al trabajo y la mujer quedaba sola con la responsabilidad de la urbanidad de sus hijos, pero, sin embargo, era él quien tenía siempre la última palabra. Hoy los dos tienen las mismas responsabilidades dentro y fuera del hogar, pero son las madres quienes siempre tienen la mayor parte cuando de tareas se trata.
Ahora y tras la evolución sigilosa de los tiempos se debe planear con responsabilidad y ética a toda prueba la llegada de un hijo al hogar, estructurando para él o ella una santificada morada donde pueda encontrar todo lo que se requiere para convertirse en un ser de luz, en un ciudadano modelo de ejemplarizantes acciones, en un individuo honesto y verdadero y un mortal feliz que logre trascender más allá de las estrellas.
El calificativo de «madres cabeza de hogar» no puede seguir ratificando y robusteciendo el sentido machista de este país y por el contrario urgen acciones y programas que nos permita cristalizar objetivos igualitarios donde se entienda el verdadero sentido de traer nuevas vidas al mundo, porque de hacerlo, si o si, se entendería el rol que juega cada uno en la formación amorosa de sus hijos.
Los gobiernos deben intensificar los programas de capacitación orientado a los jóvenes, padres y comunidad en general para evitar los embarazos prematuros y los no deseados, producto de ignorantes y aberrantes costumbres donde la mujer se cataloga como un objeto de placidez sexual convertida en pleno acto en madre y padre al mismo tiempo.
Tal vez lo único que no podemos hacer los hombres es parir y amamantar, porque así lo determinó la Fuerza Divina, pero lo que si podemos hacer es asumir otros roles que contribuyan de manera efectiva a la formación de nuestros hijos, porque, aunque madre no hay sino una, se puede ser buen padre y eso lograría cambiar incluso este y otros adagios populares como el de suponer erradamente que una madre es la esclava de sus hijos.
Feliz día de la madre.