La profanación a la libertad de cultos – José Ricardo Bautista Pamplona #Columnista7días

Si bien es cierto que los tiempos han cambiado y ahora se admiten muchos conceptos que antes no se acomodaban a los cánones de lo que nos enseñaron a denominar como “normal”, también es oportuno manifestar que una cosa es la involución catalogada como progreso y desarrollo, y otra muy diferente es la violencia terrorista, protagonizada por grupos subversivos que fundan sus malévolas acciones en una supuesta rebeldía atrincherada en la inconformidad.  

En el marco de las protestas desatadas en plena pandemia y en una de las épocas oscuras de nuestra más reciente historia, surgieron los grupos autodenominados como “primera línea” para combatir y repeler a los ataques del Escuadrón Móvil Antidisturbios conocido como el ESMAD.  

Es de suponer entonces que ésta es una “primera línea” defensiva para detener los actos de agresión que atentan contra la integridad de la población civil y que su aparición obedece al interés de proteger o bloquear cualquier embestida indiscriminada por parte de la fuerza pública.  

Los grupos de “primera línea” han estado en el centro de la atención en diferentes ciudades del país, especialmente en Cali y Bogotá, donde se les ha llamado incluso a mediar con las autoridades para detener las manifestaciones y su nombre ha tomado fuerza, pues se convirtieron en una especie de negociadores de otro proceso de paz de mentiras, como todos los que hemos presenciado en los frustrados diálogos de acercamientos entre oponentes y gobernantes.  

Victimizarse ha sido siempre una buena táctica para los que como dice el adagio popular “tiran la piedra y esconden la mano” y amparados en las leyes y la constitución que les asegura su protección, rompen vidrios, destrozan los sistemas públicos de transporte, incendian vehículos y destruyen los sueños de los empresarios que ven como sus negocios son saqueados, adulterados y violentados por unos jóvenes que dicen ser los defensores de los agredidos.

Pues bien, en días pasados un grupo rebelde, que según se conoció pertenece a la llamada “primera línea” y liderados por una mujer encapuchada, irrumpió de manera sorpresiva y violenta en la Catedral Primada de Bogotá una semana después de las polémicas elecciones legislativas para enviar un supuesto mensaje por parte de la izquierda colombiana donde se asegura de manera errada que “el culto al estado no admite competencia” y por eso atacan a la iglesia para destruirla y acercarse de manera sigilosa al poder político.  

Cierta o no esta afirmación difundida por algunos medios de comunicación, no es admisible desde ningún punto de vista que se llegue a un templo para agredir a quienes están en culto, como una noble anciana de 80 o más años, quien de rodillas elevaba sus oraciones en un ritual sagrado de tradición y que seguramente también practican padres y abuelos de los encapuchados que llegaron a trastornar la tranquilidad del templo, allí donde se sientan los de la derecha y la izquierda y todos los que creen en Dios. 

 ¿Cómo le llamamos a ésto, si es que tiene nombre?  

¿Le decimos que hace parte del libre desarrollo de la personalidad, la libertad de cultos o la igualdad de género?  

¿Lo disfrazamos de democracia y lo admitimos porque estamos en un país libre donde todos tienen derecho a expresarse?  

¡NO! eso no es ni lo uno ni lo otro, eso es solo un hecho de barbarie y asalto a las creencias de quienes profesan la fe católica, esa que también hace parte de la libertad de cultos y que al igual que otras manifestaciones conviven en un país donde todo se protege a través de articulados bien redactados por prestigiosos juristas.  

Recordemos que en el año 313 después de Cristo, en el imperio Romano fue promulgado el Edicto de Milán conocido hasta hoy como el primer documento jurídico en establecer la libertad religiosa que puso fin a muchos años de crueles asedios en contra de los que practicaban la fe cristiana; sin embargo siglos después se irrumpe en la intimidad del templo para atropellar de plano la práctica de quienes aplican los principios del catolicismo y que sin agredir a nadie se ponen de rodillas para orar en aquel silencio sublime, esta vez mancillado por los integrantes de la denominada “primera línea” en Colombia.  

Según se afirma, la libertad de religiones y creencias contribuye a la promoción de la dignidad de todos los seres humanos así como al afianzamiento de una cultura de paz, tolerancia y convivencia, definición que queda sin piso ante ataques como el presentado en la Catedral Primada en Bogotá por cuanto los practicantes de la fe católica estaban en su templo y en oración pacifica, sin que con esto se incite, agreda o contradiga a nadie.  

¿Y acaso no es por esos derechos que se organizan agrupaciones de izquierda como esta? ¿No exigen respeto, igualdad y trato digno?  

Tamaña contradicción entonces entre los postulados de discursos expresados a pulmón partido en plazas públicas y bodegas clandestinas, con las acciones aberrantes que desmienten y desbaratan de tajo tan flamante oratoria, porque si en Colombia se garantiza la libertad de cultos y se afirma que toda persona tiene derecho a profesar libremente su religión y a disfrutarla en forma individual o colectiva y que todas las confesiones religiosas son igualmente libres ante la ley, entonces, ¿no hay en estos hechos un flamante quebranto a las leyes que rigen la nación? 

Espero no ser agredido por los integrantes de la «primera línea» al expresarme de manera libre en esta columna de opinión, porque acogiéndome al respeto por la diversidad, considero que para que se dé la tolerancia es necesario que todos los individuos, tanto de izquierda como de derecha, centro y todas las demás aristas sociales, reconozcan la pluralidad del mundo en que vivimos y el surgimiento de nuevos conceptos que son importantes para todos, así los unos pertenezcan a grandes masas y otros a pequeñas minorías.   

Respeto y coordinol señores a la hora de vociferar los discursos, pero también a la hora de actuar porque al parecer hay una disyuntiva enorme entre la letra muerta del papel y los actos incendiarios que siguen avivando la guerra y la violación absoluta de los derechos humanos, los mismos que aparecen hoy en los párrafos programáticos de los aspirantes a la presidencia de la república.   

Y que quede claro, que con estas expresiones no estoy a favor de nadie, solo en contra de los barbaros, los violentos y los desequilibrados que infunden temor y miedo a costa de una oculta filosofía donde promulgan la igualdad, la libertad y la justicia social para el «pueblo unido», el mismo al que pertenecen los millones de feligreses que practican la religión católica, y los demás creyentes de otros cultos, otras religiones, muchos de ellos y por tradición, sentados en la primera línea de las iglesias y sitios de congregación. 

-Publicidad-