El canto de los gallos rodando por los solares de las casonas en la Candelaria colonial despedía la noche. La fría neblina se pegaba a los tejados como copos de algodón y una llovizna pertinaz hacía que las personas se protegieran bajo los alares, mientras la tenue luz del amanecer empezaba a cobijar a Pablus, quien a esa hora deambulaba incansable sin rumbo, desde que había abandonado en la madrugada la acogedora taberna «La Cueva Literaria», lugar en el que noche tras noche se dejaban oír las voces de la juventud rebelde, protestando contra todo lo que fueran ataduras a sus desbordadas ansias de libertad, insistiendo en su incredulidad en las instituciones, en las costumbres y en todo lo que oliera a convencionalismos o paradigmas, su simbólico himno de protesta se había convertido en el pensamiento común de las nuevas generaciones.
Podía pensarse que se estaba gestando un presente sin futuro, para Pablus el destino no existía, solo creía en el presente, en ese día a día con necesidades y soluciones imprevistas, sin presiones ni afanes, caminando en ese pequeño espacio entre la realidad y los sueños.
Esa madrugada había salido huyendo de la alucinante nube de humo, en que todas las noches se convertía “La Cueva Literaria”, como si fuera una enorme pipa atiborrada de juventud, la que pasaba la noche en idílicos momentos o en disertaciones políticas y filosóficas, tratando de encontrarle solución a la guerra de Vietnam o a la Alianza para el Progreso que invadía a América Latina con los Cuerpos de Paz, mientras los partidos tradicionales se repartían la torta disfrazada con el engañoso señuelo del Frente Nacional.
En ese momento él sintió la necesidad de escapar, cuando percibió que la conversación se perdía en un abismo sin conclusiones concretas, que esta era una discusión sin rumbo, ni destino, igual al vuelo errático de una mariposa. La noche se había perdido en disertaciones insulsas, alrededor del tema del momento, el abusivo y absurdo bombardeo de los colonos de Marquetalia, por reclamar ser oídos en sus necesidades y derechos, y lo único que habían obtenido, fue la respuesta irracional del cazador nato que presidía los destinos del país, quien dio la orden de cazarlos como conejos.
En el momento en que decidió escapar de la taberna, se puso de pie para acomodarse el zarape que le regalara un caminante mejicano, una noche de San Juan en la playa de Guayaquil, a donde había ido a parar en una de sus repetidas andanzas, luego se cubrió la cabeza y la abundante cabellera, con el pasa montañas tejido en lana de alpaca, y sin detenerse, se lanzó a la calle a descansar de todo y de todos.
Poco a poco se fue alejando, mientras en algún lugar sonaban las notas de la canción de moda «Yesterday», y él seguía buscando la soledad, enrumbándose hacia el viejo Chapinero, le gustaba recibir el amanecer sentado en las bancas del parque de Lourdes, allí se sucedía el encantador empalme de la noche con el día, a esa hora suspendían sus actividades las mujeres y los hombres encargados de los ventorrillos del tinto y la aromática durante la noche, para cederle el espacio a los trabajadores de día, al mismo tiempo que entregaban el producido al dueño del ventorrillo y los que producían se perdían rumbo a sus hogares con dádivas disfrazadas de salarios y bostezos amanecidos, en la distancia se perdían entre la neblina que ya empezaba a elevarse buscando los cerros.
Hoy, cargando el peso de los años, Pablus camina nuevamente por estasviejas calles, apoyando sus encorvados pasos sobre un reumático bastón, recordando tantos amaneceres iguales, herencia injusta del tiempo, y dejando volar su imaginación, la que nunca envejece, va pensando qué, guardadas las proporciones, el bombardeo de Marquetalia se repetía hoy con el ataque de Rusia a sus hermanos en Ucrania, todo por querer ser independientes, por reclamar sus derechos y la posibilidad de decidir por sí mismos.
Entonces orientó sus pasos por la antigua Calle de los Hippies, iba tatareando su emblemática canción:
El reloj se ha dañado
Pero el hambre despierta
Son las seis y en la puerta
Oigo un hombre gritar…
“vendo leche sin agua
vendo miel, vendo pan
y dinero no hay”.
Fabio José Saavedra Corredor
Miembro Academia Boyacense de la Lengua