¿Qué ha pasado con Cecilia Téllez, la primera contagiada con COVID-19 en Boyacá hoy hace dos años?

“Como me volvió a dar el virus recientemente, me dijo un nieto que ya no me mata el COVID-19, ese bicho que se ha llevado a millones de personas en el mundo, que me voy a morir de viejita cuando cumpla más de cien años”. Así, con el repentismo y humor negro que la caracteriza, María Cecilia Téllez Ortiz se refiere a lo que ha vivido en estos dos años luego de recibir la noticia de que era la primera contagiada del departamento de Boyacá.

María Cecilia Téllez Ortiz, la primera contagiada con coronavirus en el departamento de Boyacá, dice no tener rencor, pero tampoco puede olvidar el infierno que vivió. Foto: Archivo Particular.

La mujer, oriunda del municipio de Santana y enfermera de profesión, se encuentra desde el pasado 1 de enero en San Francisco (California), en los Estados Unidos trabajando, pero sacó un espacio para hablar con Boyacá Sie7e Días y actualizar la entrevista que le concedió también en exclusiva a este medio hace un año, en su casa en el municipio boyacense.

“Tengo ya mis tres dosis: las dos primeras de Sinovac me las pusieron en Bogotá y el refuerzo, que fue de AstraZeneca, me la aplicaron en Manizales, pero eso, como es lógico, no fue suficiente para impedir que me volviera a contagiar y esta vez sí me dio duro, por lo menos más fuerte que hace dos años”, explicó.

La boyacense, de 59 años, que cursó su primaria y bachillerato en Santana y que estudió un técnico en enfermería y tiene varios diplomados con el Hospital Militar de Bogotá y en Ciudad de México, asegura que después de semejante encerrada que tuvo que pasar en Santana, regresó a Bogotá para seguir con su trabajo y se volvió a contagiar a finales del año pasado, que le dio mucho cansancio, dolor de cabeza, fiebre, escalofrío, un terrible dolor de espalda y algo de tos.

Es enfermera ejecutiva. Acompaña a altas personalidades, hace parte de su comitiva y así como llevan escoltas y otros servicios, Cecilia Téllez se encarga de la salud, de los medicamentos, de estar pendiente de los signos vitales, de las afectaciones en salud y de la prescripción médica que tenga el personaje que la contrata.

En esas anda precisamente en San Francisco (California), en Estados Unidos, trabajando lejos, muy lejos de su casa en la vereda San Juan de Santana, un municipio en límites con Santander, ubicado a dos horas de Tunja y donde tuvo que enfrentar un verdadero infierno como la primera contagiada con coronavirus en Boyacá, hasta el punto de asegurar que literalmente las autoridades y la comunidad la secuestraron por casi seis meses y que estuvieron a punto incluso de quemarla viva.

La mujer, quien presta servicios ejecutivos de enfermería, se contagió por estar trabajando para una pareja que venía procedente de Kenia. Lleva tres meses en Estados Unidos.

Hace dos años su contagio se dio en medio de una de sus jornadas laborales con un matrimonio de África, venían de Kenia y arrancaron en un viaje desde Bogotá a la isla de San Bernardo (Cartagena), de donde luego salieron para una finca en los llanos del Casanare y pasaron al Eje Cafetero, donde ya se comenzó a sentir mal, por lo que apenas unas horas después de regresar a Bogotá viajó a su natal Santana el 19 de marzo del 2020 en la noche.

Ese jueves salió volada de Bogotá porque cerraban la ciudad para el simulacro ordenado por la Alcaldía, precisamente para hacerle frente a la pandemia que había llegado al país. Ya en su casa en Boyacá siguió con unos síntomas muy raros: no era una gripa, le dolían las piernas, las articulaciones, se quejaba de la molestia en los hombros y en toda la espalda, tenía mucho, mucho cansancio.

El 22 de marzo, ya en medio del toque de queda ordenado por el Gobierno departamental, la mujer, casada y madre de tres hijos ya adultos, no aguantó más y decidió consultar al centro de salud, llamó y contó lo que tenía. Al día siguiente llegaron unas personas con trajes como de astronautas y le tomaron la prueba de COVID-19, que salió positiva y cuyo resultado se dio a conocer el 25 de marzo, convirtiéndose en una verdadera bomba que retumbó en todo el departamento.

“Estábamos solo los dos, y mi esposo estaba ahí sentado escuchando radio en la sala y de repente se levanta todo asustado y me dice “¡dio positivo el examen porque dijeron Cecilia Téllez!”. Pero, además, lo nombraron a él, dijeron Luis Eduardo Camacho, o sea revelaron nuestra identidad cuando eso estaba prohibido y no contentos con eso dieron la ubicación de nuestra casa, la vereda y señalaron hasta el punto exacto, que era en la junta de los dos ríos, que ahí vivía yo. Fueron unos irresponsables completos, me pudieron hacer matar”, asegura doña Cecilia, como es conocida en el vecindario.

Hoy, a kilómetros de distancia, doña Cecilia dice que jamás olvidará que fue secuestrada por la comunidad y las mismas autoridades en su propia casa, en la vereda San Juan de este municipio de la provincia de Ricaurte.

Ese día se prendieron las alarmas en toda la región y recuerda que la situación se puso terrible, que se paró la producción en todos los trapiches de panela, que la gente corría despavorida por su culpa, calificándola de irresponsable por andar de paseo buscando el virus para traerlo a Boyacá.

“Fue impresionante. La incivilización o no sé qué, pero decían inclusive que yo me tenía que morir ya mismo. Empezaron a publicar en los medios fotos mías, me comenzaron a amenazar y todo el mundo se dio cuenta de que mis hijas vivían en México y en Bogotá. Pero, además, comenzó a circular entre la gente el cuento de que dizque el coronavirus se trasmitía si se miraba a la persona que estaba contagiada; entonces los pocos que ‘se arriesgaban’ a pasar lo hacían sin mirar hacia mi casa y hasta se lanzaban por entre los cañaduzales, para evitar pasar por la vía principal frente a mi vivienda”, recuerda con algo de dolor en su relato.

Asegura que la llamaron hasta el gobernador de Boyacá y el alcalde de Santana a decirle que se quedara encerrada, que no viera televisión, que no prendiera las luces, que si podía les pusiera unas tablas a las ventanas para taparlas y que corriera las camas, que las retirara de la ventana, que trancara muy bien las puertas.

Nació hace 59 años en Santana, presta sus servicios a altos ejecutivos con los que viaja no solo por Colombia, sino a otros países. Foto: Archivo Particular

“Ellos (gobernador y alcalde) lo hacían por tratar de protegerme porque por todas las redes y hasta en medios de comunicación estaban amenazándome: que era una tal por cual, que era no sé qué, que era una irresponsable por andar de paseo recogiendo el virus para traerlo, sin saber que yo estaba era trabajando, que a eso me dedico”, recalcó, y añadió que sintió mucho miedo una noche que llegó a su casa un grupo de motorizados, en el que había hombres y mujeres, gritando que la iban a matar, que los iban a quemar con gasolina, junto a su esposo para acabar el virus en el pueblo.

El escándalo obligó a que enviaran de inmediato al Esmad a custodiarlos -dice-, pero recuerda entre risas que los acorazados de la Policía tuvieron que permanecer varios días en cercanías de la casa, sí, en cercanías, porque ni ellos se arriesgaban a llegar siquiera hasta las goteras de la vivienda, no fuera que se contagiaran.

“No sé qué fue peor, si el que vecinos, paisanos y gente que ni era de del pueblo me desearán la muerte, o que tuviéramos que durar casi seis meses encerrados. Pero, además, cuando ya llevaba un mes, es decir que ya había superado el virus, ni llamando a la Alcaldía, ni comunicándome con el hospital, me quisieron autorizar a salir de mi casa”, recalcó.

Añade que hasta hierbas y matas tuvieron que comer. “Por el radio decían que dizque estaban ayudando a la gente con mercados, pero a nosotros nada de eso nos enviaron por aquellos días; tampoco nos compraban, ni nos vendían nada, aunque teníamos plata no podíamos darles dinero ni a los que prestaban el servicio de domiciliarios en las motos. Lo que nos salvó fue un señor que me mandaba a un primo desde el centro de Santana, venía y me dejaba las cosas colgadas ahí en los árboles y recogía la plata que previamente le habíamos dejado en los palos de la cerca. Teníamos que esperar a que él se fuera para poder salir a recoger el mercado”.

Irónicamente, aunque pensaban que ella era la que iba a contagiar a todo el departamento, afirma que no contagió a nadie y de eso está segura, pues a todas las personas con las que había estado en Bogotá les hicieron la prueba y salió negativa.

Semanas después la llamaban de Togüí, de San José de Pare, Moniquirá, de Suaita, de Barbosa, Chitaraque, especialmente médicos para averiguar la sintomatología que estaba presentando y qué venía tomando para mantenerse con vida, porque en ese momento que alguien estuviera vivo tras contagiarse y sin atención médica era un verdadero milagro.

En el municipio de Santana, aún hoy, dos años después, siguen señalando y rechazando a esta enfermera, como si hubiera quedado contagiada de por vida. Foto: archivo Boyacá Siete Días.

Recuerda que les decía que ingería zumos de plantas y en infusión, por ejemplo, de matarratón. No tomó moringa, porque no tenía sembrada en la huerta, de resto tuvieron que echar mano de todo lo que pudieron, incluidos los pollos con los que su esposo le preparaba consomés.

Cuando ya llevaban más de cinco meses encerrados, salió para ir a sacar un permiso en la Alcaldía y en el médico, para poder salir, aunque fuera a hacer compras, y le dijeron que no podía salir de Santana. Pero ya con la autorización por fin de poder salir a las calles, así fuera dentro del mismo pueblo, se encontró con el rechazo generalizado: en el comercio la veían y se retiraban, “era como si vieran al diablo, me decían ‘la señora COVID-19’. Comenzaron a decir que no me iban a vender nada en Santana, pero que tampoco me querían ver por el pueblo, así que opté por no ir más, pues porque me vi muy señalada, estigmatizada, rechazada”.

Hoy, dos años después de aquel inolvidable capítulo de su vida, no tiene rencor contra nadie; entiende que era la ignorancia del momento, que todo esto era nuevo para todos y que al desconocimiento se sumó la cantidad de barbaridades que circularon en las redes sociales y los mismos medios de comunicación y autoridades ayudando a generar el pánico.

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