Quisiera encontrarme de nuevo con el ser humano que me atracó – David Sáenz #ColumnistaInvitado

Quisiera encontrarme de nuevo con el ser humano que me robó mis pertenencias en el semáforo de Yomasa, en Bogotá, en diciembre de 2021. Desearía encontrarlo de nuevo y mirarlo sin temor. Dejar de darle importancia a las palabras en las que me decía que le entregara todo lo que tenía o me apuñalaría… Nada de eso importa.

Quisiera encontrarlo de nuevo para poder conversar con él y mirarle a los ojos y reconocer en él a un ser humano que ha tenido una historia de vida dolorosa, necesitada de curación. Quisiera encontrarlo para charlar con él sobre sus días, sus miedos y sobre cómo la vida lo ha conducido a no tener esperanza. Pararse en un semáforo a robar es saber que no hay esperanza, es decir, que no se espera nada de la vida, tal vez sólo de la muerte.

Quisiera decirle que me alegra que ese día ningún justiciero haya disparado de su arma para acabar con su vida. Decirle que si alguien hubiese visto el atraco y lo hubiese matado, me hubiese sentido culpable eternamente. Mi teléfono y unos no billetes son más sagrados que él.

Desearía preguntarle, ¿qué vio en mí y en mi amigo Juan Felipe a través del panorámico para convertirnos en sus víctimas? Espero que haya visto en nuestros ojos que no seríamos capaces de matarlo. Que escuchamos en su voz el eco de una juventud que grita desesperada que no tiene oportunidades. Que vimos en su rostro las facciones del hambre, de la miseria y del rencor. Que vimos en sus ojos la incapacidad de valorar la vida, pues nadie le ha enseñado a hacerlo.

Ojalá lo pudiese encontrar para escuchar su historia de vida, para comprender porqué su vida es la que es. Tal vez escuchándolo reconstruiría su verdadero rostro y podría escribir en mis memorias que conocí un ser humano, que una vez fue frágil y dulce como un bebé. Un niño que creció con preguntas existenciales que nadie le respondió. Un adolescente que nadie amó. Un adulto joven a quien el sistema catapultó.

Ojalá lo encontrara de nuevo para regalarle Crimen y Castigo de Dostoievski. O tal vez Los miserables de Víctor Hugo. Decirle que en estos libros encontrará el significado de la redención. Hablarle de cómo la lectura le transformará el corazón. También hablarle de cómo la lectura le puede ayudar a pensar en otros mundos, distintos al de ladrón de barrio… Lo invitaría a que se suscribiera a la Biblioteca Luis Ángel Arango. Yo pagaría por su suscripción. Le narraría lo que recuerda Irene Vallejo en su Infinito en un junco: “Hecateo, un viajero griego encontró en un templo egipcio de Amón en Tebas una biblioteca sagrada, sobre la cual se hallaba escrito: «Lugar de cuidado del alma».

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