Una de las tantas fragilidades de la raza humana es el ego, catalogado por Freud como la instancia psíquica que se reconoce como el «yo», parcialmente consciente, que controla la motilidad y media entre los instintos del ello, los ideales del superego y la realidad del mundo exterior.
Todos buscamos afanosamente desde la cuna llamar la atención y así lo hace el párvulo que acude al llanto para que su madre fije en él su atención y hasta el perro hace de las suyas en señal de inconformidad por haber sido ignorado por su amo.
Desde temprana edad se nos inculca que debemos triunfar y llegar lejos, mitificando el éxito como aquella figuración animada por los aplausos, las adulaciones y la incontrolable costumbre de dominar y querer ser siempre la cabecilla del clan, cueste lo que cueste, e incluso pasando por encima del que sea.
Las personas “yo yo” están acostumbradas a contar su historia a desconocidos, y marcar territorio poniendo en la brasa toda la carne, exponiendo, sin que nadie lo haya pedido, su extensa hoja de vida donde por supuesto están sus logros, preseas, homenajes y condecoraciones.
Hablar en primera persona es una incontrolable maña que, además de ser fastidiosa y antipática, hace un daño terrible porque cuando se quiere ser siempre el punto de todas las miradas, el blanco de los elogios y para ello se acude a metodologías dañinas donde la violación de la confianza, la traición y la deslealtad están siempre a la orden del día, la persona se convierte en una especie de tanqueta que va demoliendo todo lo que se atraviese en su camino con tal de llegar a su maquiavélica meta.
El ego, según los expertos, es una especie de bestia insaciable que habita dentro de nosotros y no nos deja concentrarnos en lo que realmente vale la pena. Es un yo interno encarnizado en el mal, en la codicia, la avaricia, el poder, el dominio y todo lo que condicione una supremacía sobre los demás para alimentar la vanidad y hacer sentir a nuestros pares como seres inferiores que deben estar al servicio de nuestros caprichos e inconsistencias.
La famosa frase pronunciada por un agresor a la fuerza pública “Usted no sabe quién soy yo”, le dio la vuelta al mundo y se convirtió inclusive en una afamada serie de NETFLIX; protagonizada por un personaje que encarna la arrogancia, el soborno, la humillación a los demás, la impertinencia, la grosería, la sobrades y la malévola práctica de acciones incoherentes que van en contravía de la moralidad, la rectitud y las buenas costumbres.
Los estudiosos de la espiritualidad afirman que el ego significa considerarse a sí mismo distinto de los demás y de una especie de Dios debido a la identificación con el cuerpo físico y las impresiones que existen en varios centros del cuerpo sutil; por eso hay quienes cuelgan su fotografía en una especie de altar para rendir culto con veladoras a su engreimiento y egocentrismo como si se tratara de los antiguos reyes que para verlos o dirigirse a ellos había que hacer venias, reverencias y hasta besar su espeso anillo de oro.
¿Pero, cuanto daño hace este monstruo que tenemos dentro?
En el trabajo siempre encontraremos un compañero o compañera que quiere ser la atracción y el eje central de todos los elogios, se mueve sigilosamente cual reptil que está al acecho de su próxima víctima y como el satanás de las escrituras, se viste de criatura esbelta para lograr sus oscuros cometidos.
Yo fui, yo lo dije, yo hice, yo mando, yo soy el jefe, aquí el que manda soy yo. Esas son las frases preferidas por, los enfermos egocéntricos que a diario viven repitiendo estos vocablos para infundir un falso respeto alcanzado a la fuerza y mediante la intimidación, pero en realidad es un sentimiento que ausente de quienes están a su alrededor.
La biblia nos dice que no debemos sentarnos en los primeros puestos sino más bien ser discretos y esperar que el anfitrión nos indique escalar algunas sillas para hacer parte de las líneas de privilegio, sin embargo, el ser humano prefiere siempre los palcos de honor porque sabe que todas las miradas están puestas en él, así como en el radar de quienes al levantar su mirada se encuentran con esos tronos donde figuran los antipáticos personajes disfrazados de emperadores.
A mí no me nombraron, no hicieron referencia de mí, no me saludaron, no me llamaron, no me invitaron y otras frases de airado reclamo son muy usuales en las personas egocéntricas que quieren llegar a cualquier lugar y de inmediato ser observadas por todos, incluso llegan tarde para llamar la atención y se pasan por el cabildo principal saludando a todos e interrumpiendo el acto para que se percaten de su torpe y tardío arribo.
Cuanto daño le hacen estas personas a la sociedad ya que son cultivo de discordia, desunión, intriga, chisme y de un mal ambiente que manda al traste los verdaderos propósitos en los que deben enfocarse unos y otros para sacar adelante las cruzadas tanto individuales como colectivas y más en entidades e instituciones donde todos deben jalonar para el mismo lado y en la misma dirección a fin de cristalizar objetivos que hagan honor a los proyectos y no a las personas.
Cegador, arrogante, peyorativo, insaciable e inconformista por naturaleza que llega incluso a un nivel de paranoia corrosiva; así son estas personas para quienes no hay amigo más fiel que el espejo y los sumisos amigos que por unos cuantos sobornos se convierten en aduladores compulsivos y en falsos fans que endulzan el oído y alimentan la atroz fiera del ego a cada instante con adjetivos de un vocabulario falso al que se acude para dar al caimán los trozos de carne que devora sin masticar siquiera.
El egocéntrico es frio, calculador, sedicioso, manipulador, estratega y todo lo hace como decía el Chapulín Colorado “fríamente calculado” ya que no hay nada real, autentico o sincero en él y todo esta ensombrecido por la intriga, las componendas y esas maniobras peligrosas que ponen en riesgo la institucionalidad y los grandes sueños, porque estas personas no piensan en nadie más que en ellos mismos y en sus emancipados beneficios.
Por supuesto que debemos querernos a nosotros mismos y estimular la autoestima, pero se debe hacer con el exacto cálculo de un cirujano para no pasar la raya y convertirnos de la noche a la mañana en esas hienas que piden, piden y piden y no se sacian con nada.
Si quiere identificar a un egocéntrico en su núcleo cercano solo analice con cuidado esta clase de comportamientos y de seguro hallará a más de uno ensordeciendo el entorno y complicándole siempre a vida:
Sabelotodo: Cree tener siempre la razón, le gusta dar consejos sobre lo que sea, contesta aunque no sepa, calcula tener respuesta para todo, no se puede quedar callado;Insaciable:“Centro de mesa”, no le gusta pasar desapercibido, hace cualquier cosa para llamar la atención; Interruptor: su necesidad de autorreferencia es tan fuerte que interrumpe permanentemente, nunca deja que los otros terminen de hablar y Envidioso:no soporta los triunfos y éxitos de otros, degrada a los que cree que son mejores que él.
Están también: el Prestigioso: Que busca aplausos, reconocimiento y admiración en todo lo que hace; siempre quiere ser el mejor, frecuentemente les dice a los demás: «te lo advertí», «yo sabía», «te lo dije, pero tú nunca me escuchas», etc. Jinete:se monta de lo que dicen otros, se aprovecha de los datos de los demás para su propio beneficio, saca partido de lo que otros dicen para estructurar sus propias intervenciones, es copión y usurpador; Sordo:Nunca escucha, le gusta hablar sólo de él, habitualmente finge escuchar.
Manipulador: el astuto que siempre se las arregla, ya sea tergiversando, acomodando, engañando, mintiendo o justificando para que las cosas resulten siempre a su favor. Orgulloso: El competitivo, discutidor, que no le gusta perder. Silencioso: El que calladamente tiene un discurso paralelo, es criticón, hipócrita y enjuiciador.
Si Usted se identifica con una o todas las anteriores patologías, Usted padece de una terrible enfermedad que debe ser tratada de manera urgente porque además puede ser terriblemente contagiosa.