Para estar a tono con los titulares de la prensa nacional de los últimos meses pudiéramos decir que cada día se “calienta más el ambiente político” a cuenta de las elecciones que se avecinan: primero las de senado y cámara y luego las presidenciales, que dependen mucho de como quede finalmente el cuadro jerárquico del poder en Colombia y a qué terreno pase el balón del dominio electoral.
Y es que cada vez ratificamos el hecho de ser un país sin memoria, que mira de manera mediática con efecto alka-seltzer las cosas que tienen que ver con la política. Un país manoseado por los expertos avivatos para quienes acometer esta clase de acciones es una profesión legítima aprendida en las mañas de la vida.
Nos seguimos tragando entero el cuento de las, ahora llamadas, coaliciones que según dicen sus voceros están argumentadas por preceptos filosóficos que recogen los objetivos de las amañadas alianzas donde se negocia la conciencia y todo se paga al mejor postor con dinero, promesas y acuerdos clandestinos adquiridos desde la campaña y pagados luego en desarrollo del cargo otorgado con favor el pueblo.
Es tan divertido como perverso el episodio actual donde se les dio por llamar coalición a las históricas componendas que, por lo desgastadas que están, debían hacerles un cambio de look para disfrazarla con adjetivos que al final resulta siendo más de lo mismo o como decía el sacrificado Jaime Garzón, quien no ha podido descansar en paz, “lo mismo de antes”.
Para armar las promocionadas coaliciones los expertos asesores tuvieron en cuenta, por su puesto, que la mayoría de los sectores del país estuvieran representados y entonces han tenido cuidado en incluir a las mujeres como representantes del género y con eso armar todo un discurso de participación femenina, a los representantes de las comunidades afrodescendientes, a los indígenas, los militantes de la comunidad LGBT, los jóvenes y obviamente los reconocidos caudillos que por años han estados anclados al poder haciendo cambio de piel como el camaleón, aunque este último lo hace por instinto natural y no por pactos estratégicos donde se acomodan las fichas cuál tablero de ajedrez hábilmente traveseado.
Es tan vergonzoso el hecho que, sin ruborizarse siquiera, pertenecen hoy a una colación y por maniobras internas al otro día ya no están y entonces tienen que salir apresuradamente a buscar escampadero para armar rápidamente otro discurso donde aseguran identificarse plenamente con las bases ideológicas de quien finalmente les dio el negociado aval, saltando como la liebre para agitar las nuevas banderas cual pabellón nacional en la cima del cerro.
Muy simpáticos se ven y se escuchan los colegas de la radio, la televisión y los medios escritos hablar de las coaliciones hasta el punto que las confunden porque finalmente no hay nada que las diferencie unas de otras. “esperanza, dignidad, equipo, pacto”, son, entre otras, las palabras utilizadas para bautizar los grupos y posar para la foto con el dedito pulgar arriba y una prefabricada sonrisa acorde al maquillaje mismo de los promocionados póster.
Están también quienes de manera sigilosa se mueven «dizque sin coaliciones» para ganar el favor popular a través de firmas presentadas luego como excusa para organizar un nuevo partido de esos que hoy pululan y hacen parte de la extensa lista ubicada en los enredados tarjetones que no los entiende sino los maquiavélicos autores de la supuesta democracia Colombiana.
“Dios lo hace y el demonio los junta” reza un adagio popular que llega como anillo al dedo para describir tan bochornoso episodio que a fuerza de escucharlo, verlo y leerlo todos los días por los medios termina por convertirse en algo normal, como las canciones metidas a fuerza de payola y catalogadas luego como los éxitos del top 10.
Los atornillados al poder no quieren dejar el suculento plato, y los supuestos nuevos líderes tampoco porque se dieron cuenta que de eso tan bueno no dan tanto y salen a los micrófonos y cámaras a decir “le seguiré sirviendo a mi ciudad, mi departamento y mi país” frases animadas por el ingenuo aplauso de los que siguen comiendo cuento y no salen del letargo en el que andan ensimismados por décadas.
¿Qué hacer entonces?
Esa es una buena pregunta para la cual hay varias respuestas frente a nuestros ojos y oídos, pero que tal vez no queremos o no conviene ver ni escuchar.
Uno: el análisis riguroso de los antecedentes de los candidatos para conocer como ha sido su proceder en los diferentes escenarios de la vida, tanto pública como privada, ya que uno simplemente es el reflejo de lo que respira y vive en su entorno familiar y para eso no aplica la cómoda frase de “borrón y cuenta nueva”, no señor, porque si bien es cierto podemos corregir no podemos reparar el motor y dejarlo en cero; lo vivido y lo hecho, hecho está y hace parte del catálogo de la existencia.
Dos: estudiar el comportamiento de los candidatos frente al manejo de los bienes públicos y con esto me refiero a indagar de verdad, porque las habilidosas estrategias de negociar y pagar a través de terceros dejan supuestamente limpio de culpa a todos ante la ley, pero no ante los ojos de la divina providencia y menos ante los del pueblo.
Tres: revisar con lupa las promesas hechas en campañas anteriores para corroborar si las mismas fueron cumplidas o no, porque eso le da a una persona una claridad meridiana sobre el juego entre las palabras y las acciones que en últimas son las que cuentan.
Cuatro: estudiar de manera responsable el discurso de los “salvadores y mesías” porque no hay que tragar entero cuanta cosa dicen y menos cuando las propuestas están diseñadas con filigrana para que guste a la gente, diciéndoles lo que quieren oír, así sea ilógico y utópico por el carácter mismo de su fundamento. De ahí el contenido de varias canciones como el bambuco, “A quien engañas abuelo» donde dice: “Se aparecen en elecciones unos que llaman caudillos, que andan prometiendo escuelas y puentes donde no hay ríos” …
Cinco: “dime con quien andas y te diré quién eres”, ese es otro análisis que debemos hacer de los supuestos redentores, porque los dichos del abuelo por sabios no tienen pierde y entonces recordamos otro como: “El que con lobos anda a aullar aprende”, refrán que se ajusta de manera sincrónica a esas juntanzas bautizadas como alianzas que no son otra cosa que acomodar las fichas para ganar el juego.
Hay muchas más formas de analizar el perrenque de los candidatos, pero para mí esos cinco análisis son fundamentales para entender un poco de donde salen de la noche a la mañana tantos líderes a quienes no les conocemos siquiera un solo proyecto que hayan gestado o puedan decir que es de su propia cosecha; y otros que han posado de cabecillas pero están ensombrecidos por una nube gris que pone al descubierto sus engaños, mentiras y traiciones.
“La política es dinámica” se acostumbró a decir el pueblo, y a repetir que en el ejercicio de la misma todo se vale. Tamañas reflexiones carentes de toda ética y responsabilidad para justificar la trampa, la burla y la falsedad y seguir adormecidos por la misma carreta con la que se compran las conciencias y se paga al mejor postor el dizque secreto voto en las débiles urnas de cartón, tan débiles como la democracia misma que tanto ponderamos en una sociedad de doble moral que critica y juzga con la boca, mientras devora todo con las manos y el estómago.
Pero no todo es malo, porque en medio de esta sinfonía absurda de nombres, fotografías, vallas, modelos y candidatos hay mujeres y hombres valiosos, tal vez mal casados, pero a quienes les cabe el país en la cabeza y pueden llegar a ser grandes dirigentes que enarbolen el verdadero sentir popular, sin rotular su pensamiento a clases sociales, colores, religión o cualquier otro distractor que los aparte del verdadero propósito de servir a la patria.
Hay discursos estructurados, basados en el estudio y análisis juicioso de los males que aquejan al país y que se proponen curar sistemáticamente a través de procesos serios y metodológicos, acometiendo acciones coherentes en sintonía con la situación actual de las comunidades para erradicar de tajo las enquistadas enfermedades como el desempleo, la tramitología, la corrupción, la excesiva carga de impuestos, la burocracia, el inútil sistema de salud y la absurda desigualdad entre el salario mínimo y el costo de la canasta familiar.
Para entender esas propuestas debemos ejercer un control armónico entre lo que es y no es posible hacer para no dejarnos deslumbrar por cavilaciones ilógicas que solo buscan la casería del voto y la seducción astuta del distraído elector.
Esta columna puede ser para algunos más de lo mismo porque son muchas las reflexiones que, como las aquí expuestas, salen a flote en épocas electoreras; sin embargo, prefiero decirlo para estar en paz con la moralidad, cumpliendo el mandamiento citado en el verso escrito por el querido Fausto de América en su bambuco «Soñado con el abuelo»: “Viva siempre como piensa para que cargue tranquilo, livianita su conciencia”.