Con más de 100 años de vida, celebrados recientemente en su natal Duitama, partió para la eternidad el reconocido pintor primitivista Ernesto Cárdenas Riaño dueño de un estilo singular que muchos quieren imitar, pero nadie igualar.
Sobre esta autoridad de la plástica se han hecho grandes escritos donde la pluma de versados historiadores y gestores ha recreado su biografía e historia; sin embargo, hoy solo queremos rendir tributo de admiración y respeto a su memoria recordando a las nuevas generaciones el inmensurable legado que nos deja este roble de nobles sentimientos e insobornable moral.
Cada obra hecha por este cronista del pincel nos recrea un pasado, un acontecimiento y un cuento sacado de la entraña misma de la autenticidad y de esos momentos que el maestro logró perpetuar en sus lienzos, como si se tratara de una legendaria fotografía captada por el lente testimonial de la vida.
Para el maestro no había detalle que su pincel no pudiera captar y por eso sus cuadros parecen una estampa viva de tiempos pasados, como el abuelo que narra sus cuitas y las romerías de los campesinos bajados de la vereda y la montaña con tiples, guitarras y bandolas y el canasto del piquete transportado por las matronas protegidas por el pañolón de macramé o el mantel tejido a mano por las hacendosas adolescentes de la estancia campesina.
Tener en casa un cuadro de Ernesto Cárdenas se volvió un verdadero privilegio y los afortunados coleccionistas lo ubican en sitial de honor, porque la obra de este hombre fue adquiriendo valor con el paso del tiempo, como sucede con los vinos cosechados en las cavas de la existencia y que a fuerza de madurarse entre calendarios apropian el buqué que los convierte en costosos y exclusivos.
El maestro recibió en vida todos los honores, todos los reconocimientos, medallas, diplomas, trofeos, esfinges, decretos, pergaminos, estatuas, bustos, pero quizá el más preciado para él fue el cariño de la gente y el respeto de sus coterráneos que lo aplaudieron y consintieron hasta el último segundo de su valiosa y prolongada permanencia entre nosotros.
De Ernesto Cárdenas debemos conservar para las nóveles generaciones la honestidad con la que hacía cada cosa y cada encomienda, la prudencia con la que se refería a los demás, la ingenuidad que plasmaba en sus obras, la moral cultivada en los anaqueles de sus más caras experiencias y el amor profesado con creces a su amada compañera y descendencia.
De nada sirve venerar tanto a un ser de luz como Ernesto Cárdenas si no conservamos sus doctrinas y las hacemos parte de la cotidianidad de niños, jóvenes y adolescentes; por eso su herencia debe ser eso: Sus enseñanzas, su genialidad innata aprendida en los claustros de la vida, su repentismo autodidacta y la lucidez de su pensamiento con la que hizo fascinantes remembranzas de un pasado de gloria que aún y pese a las avalanchas de los nuevos tiempos, permanece de pie como testimonio fiel de aquel pasado donde se refugian recuerdos, añoranzas, alegrías y penas.
Luego de 10 décadas de existencia, Ernesto Cárdenas nació para la eternidad donde habitarán para siempre su memoria y su recuerdo.
José Ricardo Bautista Pamplona
Director Boyacá Sie7e Días.