Odio y resentimiento al interior del hogar – José Ricardo Bautista Pamplona #Columnista7días

ricardo bautista columnistaEscalofriante ha resultado la noticia que acaparó los titulares de los medios de comunicación en las últimas semanas, conocida como el «caso Mauricio Leal».

El que un individuo sea capaz de planear y llevar a cabo el asesinato de su progenitora y su hermano, es algo que no solo se debe manejar con la inmediatez y el amarillismo esgrimido por algunos medios, sino que nos debe alertar sobre esta clase de comportamientos opuestos a la armonía y la moral.

El aberrante episodio que le dio la vuelta al mundo, ha llamado la atención de los expertos que analizan el comportamiento psíquico para referirse a este doble asesinato cometido por Jhonier Leal, quien en su confesión describió cómo asesinó a su señora madre y luego torturó y mató con cuchillo a su hermano Mauricio dentro de la vivienda ubicada en el municipio de La Calera en Cundinamarca.

El estremecedor relato hecho por el homicida hace parte también de la frialdad con la que diseño cada episodio de la tenebrosa historia cimentada en el hogar de esta familia, culminando luego en la fatídica escena revelada por los diferentes sistemas comunicacionales de Colombia y el mundo.

Pero, ¿Qué llevó a Jhonier a cometer semejante atrocidad?

Esa es la pregunta que todos se hacen para la cual hay muchas respuestas, y en especial aquellas dadas por los científicos que estudian el comportamiento humano, quienes aseguran que éste es un caso que se da por una situación psicopatológica, es decir por un trastorno mental o psíquico.

Para los especialistas existen varias situaciones que según ellos pueden haber incidido en este macabro caso que tiene consternado al mundo:

Por un lado, los disturbios de personalidad psíquica, es decir aquellas personas que hacen prevalecer sus intereses personales por encima de los demás, al costo que sea, y eso los hace inmunes a cualquier sentimiento de culpa o responsabilidad, ya que el objetivo final es y será siempre coronar su objetivo.

Está también las personas que cometen hechos violentos bajo el efecto del alcohol o fármacos que generan esta clase de trastornos, ya que las referidas sustancias, y más cuando hay abuso en su consumo, generan sediciones tristemente comprobadas.

Y existe también algunas condiciones de desequilibrio psicopatológico que ocasiona daños cerebrales estructurales donde prevalece la impulsividad sobre el pensamiento y hace que se acometan esta clase de acciones.

Otros analistas de la medicina forense aseguran que en el caso de la familia Leal hay muchas situaciones que nunca fueron resueltas ni en la mente ni en el hogar de este individuo por lo que el odio acumulado y el resentimiento alimentado por los éxitos de su hermano, cooperados por su madre, lo llevaron quizás a diseñar una estrategia como quien «cranéa» en su guarida, un plan, esta vez no tan perfecto, donde incluso se calcula la parodia de dolo frente a la opinión pública como método para lavar su culpa.

Ahora bien, la confesión del crimen luego de negarlo y haber dado entrevistas a los medios contando de manera fría una versión libreteada por el mismo agresor y la supuesta negociación tranzada con la fiscalía para la rebaja de pena, dejan al descubierto la capacidad de inventiva de este personaje quien definitivamente ha demostrado experticia y sevicia en cada movimiento antes, durante y después del asesinato de su madre y su hermano.

Este nuevo hecho de atrocidad en Colombia no solo debe alimentar el morbo de quienes «canalean» en busca de nuevas revelaciones sobre el tétrico crimen, sino por el contrario, tiene que alertar a la comunidad sobre los mundos inéditos que rondan la cabeza de los hijos, muchas veces ensimismados en desconocidos planetas de ermitañas reflexiones donde solo hay cabida para la idealización de argumentos contrarios a la lógica y la razón.

El odio entre hermanos se da muchas veces por esas execrables comparaciones que suelen hacer los padres de familia quienes descalifican a un hijo y ponderan al otro creando con esto una rivalidad oculta que se va cultivando en la memoria y el corazón del supuesto agredido hasta desembocar en desenlaces fatales.

Dice el adagio popular que los dedos de la mano no son iguales y en eso hay mucha razón, sin embargo, todos hacen parte de la misma y cada uno cumple una función indispensable a la hora de aplicar la motricidad para cualquier operación, caso similar al de los hijos que forman parte inequívoca del núcleo y llevan en sus venas la misma sangre lo que los hace afines y homogéneos, sean cuales sean los gustos, aptitudes, inclinaciones, habilidades, limitaciones, preferencias y el comportamiento particular de cada uno.

En esto aseguran los expertos, se debe tener un cuidado enorme, ya que los celos y la envidia tienden a pulular en el embrión familiar mucho más fácil que en cualquier otro núcleo social y de ahí la indiferencia que hay entre hermanos, padres e hijos, sumada a la falta de diálogo permanente que puede crear resentimientos que desembocan en divisiones irreconciliables o en hechos aún más graves con desenlaces dolorosos.

Dar a un hijo más que a otro es tal vez una costumbre reiterada de muchos padres y quizá no se percatan del perjuicio que están causando, porque el simple hecho de comprarle a uno de los hijos unos finos zapatos mientras el otro tiene que remendarlos para ir a la escuela, es la siembra de un odio que se va alimentando con el correr de los años y se vuelve cada vez más incisivo e incontrolable.

En nuestra sociedad es común escuchar que tal hijo es el preferido del padre y el otro de la madre y en ocasiones hay descendencias que quedan en la mitad y no son de la predilección ni del uno ni del otro, por lo que la tirria encuentra el caldo de cultivo perfecto para desarrollarse, propiciando la rivalidad y el odio entre consanguíneos, así como el rencor que algunos hijos guardan por sus padres al considerar que fueron blanco de sus marcadas discriminaciones.

“Todos en la cama o todos en el suelo” dicen los abuelos y por eso en muchos de los modestos hogares campesinos, educan a los hijos con principios basados en los valores del respeto, la honestidad, la tolerancia, la verdad, la equidad, el amor y la transparencia y si solo hay un pan para la cena, la madre con sabiduría innata lo taja en porciones iguales para que cada quien lleve a su boca una porción similar, tanto así que no importaba el lado del pan que agarre cada uno.

Este ejemplo aplica en todos los escenarios del ambiente familiar, magnificando la importancia de un trato preferencial para todos sin importar si uno es más alto y más apuesto que el otro, o si uno tiene alguna aptitud que lo convierte en el blanco de elogios, en tanto que el otro es ignorado por no dar las supuestas satisfacciones que otorga el célebre y popular acaparador de todas las miradas.

Para éstas y otras reflexiones ha dado el lamentable y sonado caso de la familia Leal; radiografía de episodios si no iguales, muy similares que se repiten todos los días sin que tengan la misma difusión o espectacularidad mediática; sin ​embargo, es un campanazo de alerta para revisar y echar un vistazo al interior de las moradas reevaluando con madurez y aplomo lo que sucede en el implacable día a día que vivimos.

El dinero y los bienes materiales, las herencias y las reparticiones siguen siendo la punta de lanza para desatar odios, traiciones, venganzas, engaños y codicia porque al parecer es un chip con el que nació la raza humana y que solo en el hogar se puede modificar o enderezar esa balanza para lograr la felicidad de todos a través del trabajo, la disciplina, la rectitud, las cosas bien hechas y el cumplimiento de sueños y metas homogéneas donde se propicie el bienestar para unos y otros, haciendo de cada anhelo individual un propósito colectivo en el que participemos de manera activa con acciones solidarias.

Del triste y lamentable caso de la familia Leal sacamos varias conclusiones que nos llaman poderosamente la atención, sobre conductas tóxicas que tal vez de manera desprevenida practicamos a diario, sin sospechar siquiera el daño que estamos causando, y con esto no estoy determinando que la discriminación en el hogar de la familia Leal haya sido la responsable del macabro acontecimiento, por el contrario, es apenas una hipótesis que nos sirve de meditación y examen.

Si a nadie le cabe en la cabeza que un hijo haya sido capaz de matar al ser que le dio la vida y a su homólogo de sangre, tampoco alcanza la razón para entender como suceden a diario tantas cosas al interior de un hogar que merece una permanente evaluación tal vez para corregir a tiempo antes que el cáncer del odio invada el corazón y suba a la cabeza.

Alerta todos para que el odio y el resentimiento no se apodere del alma de nuestros congéneres, matando la unión, los valores, la hermandad o esos caros sentimientos sembrados con infinito amor en el vientre materno, y para evitar a toda costa, que Caín se siga reencarnando en otros primogénitos similares a Jhonier Leal.

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