Fragmento de Zona Vedada – Carlos Augusto Morales #DomingosDeCuentoYPoesía

Esa noche, tía Teófila, amortajada como una emperatriz, recibió el homenaje de la alta sociedad de Gámeza. Doña Aminta Porras trajo un vaso de agua para calmar el llanto de la prima que esa misma tarde, aprovechando la  confusión que provocó la repentina muerte de mi tía, había saqueado el cofre de las joyas, sin que hasta el momento nadie se hubiera dado cuenta. Tía Teófila era rica, viuda y sin hijos. El entierro será pasado mañana porque hay que esperar que el obispo, sobrino de la difunta, y  primo mío, venga a celebrar el funeral. Además hay que traer el ataúd de Sogamoso, porque en Gámeza no hay.

Fue en esta luctuosa ocasión que yo con apenas siete años, me di cuenta de que nuestra familia era importante, no sólo en aquella pequeña población, sino en toda la comarca. Yo no entendía que nuestra importancia llegara hasta el punto de que el alcalde haya decretado izar la bandera nacional a media asta por tres días, la asistencia de las escuelas en comunidad  al funeral, y un discurso en el cementerio. Todo porque la dama era tía del obispo y hermana de don Pedro, jefe indiscutible del partido Conservador, y por lo tanto el que nombraba al alcalde. A mí me vistieron de luto, con corbatín negro y camisa blanca; negros eran también el saco, el pantalón corto, los zapatos y las medias hasta las rodillas, y me enviaron a casa del profesor Vargas para pedirle permiso de no asistir a clase, porque estábamos de duelo, a lo que el maestro me respondió: pero niño, si no habrá clases por tres días.

El funeral fue celebrado por mi primo, el obispo, quien cantaba los réquiems con voz estentórea y partida, y hacía reverencias al ataúd mientras batía el incensario de plata a su alrededor. La banda de músicos del municipio encabezó el desfile hacia el cementerio, interpretando una marcha fúnebre. Le seguía el ataúd en una carroza mortuoria tirada por Otelo y Baltazar, los percherones negros de tía Teófila, engalanados con penachos de plumas blancas. Tras el carruaje, el obispo entre mi padre y mi madre, seguidos de la elegante parentela que había llegado desde Bogotá, Tunja y Sogamoso. Todos de riguroso luto. Fue al subir las gradas de la entrada al cementerio que yo volví a mirar y vi que la multitud se perdía tras la última y remota esquina del pueblo.

Frente al panteón de la familia, el alcalde pronunció un discurso en el que exaltó la memoria de tía Teófila, a quien calificó de dama de ilustre estirpe que contribuyó con su óbolo al sostenimiento del templo, y evocó su vínculo de sangre con el general Reyes Patria, héroe de la batalla de Gámeza, cuyos descendientes continúan siendo los pilares del pueblo, representándonos con prestancia y dignidad, como lo hace su excelencia reverendísima, monseñor Cújar Reyes, obispo de la diócesis, y don Pedro Reyes, insigne benefactor de este municipio, dijo haciéndoles una profunda venia. Para ellos y su muy distinguida familia nuestras más sentidas condolencias. He dicho. Los niños de la escuela dejaron explotar un sonoro aplauso, mientras los profesores trataban de callarlos. No se aplaude en un entierro, los regañó misiá Florencia Cújar.

-Publicidad-