El artículo 20 de la Constitución de 1991 de la República de Colombia: “garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones… No habrá censura”. Estas palabras de la Constitución colombiana no bastan por sí mismas para lograr que en el país podamos expresarnos libremente.
El artículo expuesto es sin duda una conquista de nuestro tiempo, sin embargo, tal como lo recordaría Emilio Lledó, expresarse libremente no equivale a decir lo que a uno se le ocurra, sino a pensar lo que uno dirá.
En la historia de la humanidad se le ha tenido miedo a lo que el pensamiento meditado, reflexivo e inteligente pueda expresar a través de la palabra. Ha sido tanto el temor a la voz humana que, instituciones como la Inquisición castigaban con la hoguera el libre pensamiento. No importaba si este era transmitido de forma oral o de forma escrita. En el siglo XX las sociedades también experimentaron cómo los regímenes totalitarios quemaban libros y censuraban lo que se atrevía a salirse de una doctrina ortodoxa y unidimensional.
Hoy en día, por lo menos, para el caso colombiano, no es clara la censura ni el temor a la palabra expresada. Al contrario, a veces creemos que hay demasiadas palabras rodando por ahí, demasiados columnistas, innecesarios influencers, muchísima perorata. Sin embargo, en Colombia todavía hay personas que vetan temas de la mesa, del trabajo, del ocio, del café y de todos los espacios comunitarios.
Resulta una paradoja que, en medio de tanta opinión, haya vetos a algunos temas, por ejemplo, a lo religioso y a lo político.
Irene Vallejo dice que aquello de lo que está prohibido hablarse, es precisamente de lo que más se debería hablar, por consiguiente, las conversaciones sobre política y religión deben estar presentes en la cotidianidad de las charlas. No obstante, esto requiere de la necesidad de practicar la lectura.
La lectura nos provee de elementos para la comprensión. También se requiere de la escritura, que es vital para ordenar el pensamiento. Por otra parte, las escuelas han de propiciar el debate en el aula. Las escuelas tienen una responsabilidad enorme de motivar en el estudiante el librepensamiento y de brindar las herramientas para debatir con los otros. Así mismo, las universidades deben propiciar que en sus campus se hable con libertad y se pongan las ideas sobre el crisol, sin importar que éstas cuestionen las posiciones oficiales sobre lo establecido, bien sea en materia de religión o de política, o de cualquier otro tema.
No vetar estos temas, ni ningún otro, sería un escudo contra la posverdad que se difunde como absoluta al no ser cuestionada. No censurar lo relacionado con lo religioso y lo político nos ayudaría a evitar abusos de toda índole. Nos quitaría de los ojos las escamas que no nos dejan ver que no hay convivencia verdadera cuando hay censura.
Emilio Lledó dice que la esencia del convivir es la comunicación, y esta es a su vez el elemento estructurador de la polis. Por tanto, una sociedad en la que reine la censura y en la que no haya libre pensamiento es una sociedad que no se articula, simplemente es una masa que se forma a la medida de los intereses de la clase política, religiosa y económica; en otras palabras, una sociedad en la que no haya libre pensamiento ni las estructuras que lo sustente, no es una sociedad libre, sino esclavizada.