Decisiones – Fabio José Saavedra Corredor #Columnista7días

columna fabio jose saavedraDespués de finalizar el memorable día, Isabella busco la privacidad de su cuarto y recostada en el lecho, intentaba apaciguar las emociones vividas en las últimas horas. Cerrando los ojos recordó el momento en que había oído su nombre anunciado por el maestro de ceremonias, este resonó en sus oídos, mientras su eco se repetía por el teatro atiborrado de público hasta en los corredores, en ese momento sintió que su corazón se desbocaba, por el reconocimiento a sus esfuerzos y desvelos, entregados año tras año en las aulas, inició el ascenso por las escaleras, sintiendo en sus espaldas las miradas orgullosas de sus padres, los cuales siempre habían sido un soporte decisivo en su vida.

La frescura de la noche permitía mantener las cortinas abiertas, para ver a través de la ventana el cielo despejado, la luz de la luna iluminaba el paisaje, y las copas de los árboles se mecían al ritmo del viento, imprimiéndole al momento un ambiente misterioso, cubierto por una luz plateada, el firmamento empezó a llenarse de estrellas, entonces Isabella dejo volar su imaginación, plena de ilusiones, acompañada por el aire de la noche y volvió a sentir su corazón refulgir con los laureles del triunfo alcanzado, se veía erguida como una espiga de trigo ofrendando su cosecha, entonces voló alto, muy alto, como un águila extendiendo la mirada en el infinito, preocupada y expectante a la vez, por el horizonte que se abría  ante sus ojos, sin olvidarse del cumulo de decisiones que debía tomar antes de abordarlo y empezar a construir su futuro.

Poco a poco el sueño fue apoderándose de su conciencia, de pronto se encontró avanzando hacía un acantilado, cortado en profunda caída hasta el mar, donde el oleaje espumoso venía a morir contra la pared rocosa, allí, en el borde detuvo sus pasos, y observo en lontananza, como el cielo descansaba sobre el horizonte del océano, y las olas se perdían en una carrera infinita, extrañamente no sintió temor ante el peligro de caer al abismo, deleitándose con la suave caricia de la brisa marina, recibiendo en sus labios la humedad salobre del viento, mientras su pelo se entregaba a una danza de sirenas, escuchó la melodía entonada por la brisa, parecida al canto que guardan los caracoles en sus profundidades, cuando se escuchan al oído, su abuela le había contado, que eran las voces de las ninfas de Neptuno, guardadas en el corazón de los caracoles.

En medio de su sueño, Isabella percibió susurros parecidos a la ternura recibida en sus orígenes, cuando sus padres aliviaron su llanto en las caídas, o celebraron sus triunfos, entonces pensó que en la vida los padres pueden orientar los pasos de sus hijos, pero jamás caminar por ellos, que podían entregarles el faro para la noche oscura, pero nunca iluminar el sendero, por eso ella sintió que debía decidir y enfrentar sola su destino.

En ese momento, elevó​ los ojos al cielo y en medio del profundo sueño abrió el libro de su dulce corta vida, escrito en cada una de las estrellas, leyendo entre páginas las huellas de su pasado, en todas sintió los ojos alerta de la familia. Cuando abrió la primera estrella oyó la voz de la abuelita cuando decía: “¡Eso mijita! aténgase a los santos y no corra, conf​í​ese en los milagros y ahí le salen raíces”, esa filosofía de vida, tan suya, envuelta en las enseñanzas de su corazón, cuando su mirada se volvía dulzura y transparente como el agua de Iguaque, “mijita, sumercé es la única responsable de su vida, sumercé decide su propio destino y agregaba sin detenerse: “Dios quiere siempre lo mejor para nosotros, pero nosotros debemos hacer lo que nos toca”.

Entonces la bella adolescente se detuvo a abrir otra de sus estrellas, en la que oyó los consejos paternos, cuando una tarde sentados a la orilla de una quebrada, refrescaba los pies cansados con la caricia del agua, “mi chinita, uno atrae lo que quiere con el pensamiento y las acciones, si tienes buenos pensamientos te llegaran buenas cosas, siembra bondad y cosecharás bondad”.

Isabella en medio del sueño, siguió leyendo sus estrellas y abrió la que había escrito la ternura materna, en un atardecer de diciembre, con el más bello de los ocasos, dijo: “Amor de mis amores, las oportunidades son como los atardeceres o amaneceres, si no los aprovechas se van y nunca vuelven”.

En ese momento se quedó mirando la estrella del abuelo, que titilaba curiosa y quiso leer sus sabios consejos, para el futuro “yo de orientación profesional no sé, a mi pregúntame de carros, caballos o vacas, pero el amor de mi corazón siempre estará abierto para ti”.

El día empezaba a dibujarse en el oriente y ella seguía parada en su sueño a la orilla del acantilado, viendo como el oleaje del mar continuaba su viaje, oyó la brisa entonando un canto en su oído “¡Piensa! ¡Piensa!, pero no te quedes pensando”. En ese momento volvió a la realidad con la luz del nuevo sol y sintió con inmensa alegría claridad en sus pensamientos y seguridad en sus decisiones.

Fabio José Saavedra Corredor,
Miembro Academia Boyacense dela Lengua​

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