La pólvora se inventó en el siglo IX en la república China y se determinó como un compuesto explosivo a base de salitre, pero fue hasta el siglo XI que apareció públicamente su fórmula, tras la generalización de su uso en el campo militar, en el mundo musulmán y en Europa durante el siglo XIII.
Carbón, azufre y salitre son la mezcla mortal, que arrimada a la llama, produce una explosión que destruye y lesiona ya que ese fue el objetivo de sus inventores, e incluso muchos de los creativos precursores del mortífero artefacto fallecieron mientras comprobaban la efectividad de su macabra combinación.
El ser humano que anda siempre en un afán incontrolable por sorprender, innovar, acaparar e inventar para adquirir poder encontró rápidamente muchas aplicaciones para la pólvora, tanto en el ámbito militar como en los rituales con los que se adoctrina a los pueblos, y entonces se señaló que estos petardos habían llegado para echar fuego y espantar los demonios por lo que agregaron óxidos y colorantes para exorcizar a quienes tenían dentro los supuestos maleficios.
La invención de la pólvora señaló el inicio de la guerra química y el comienzo de la fabricación de armas con la que se sega la vida, se aminoran los pueblos y se someten las comunidades; por eso la pólvora sigue siendo desde su creación la más tétrica idea que haya podido tener el hombre y que hasta hoy sigue siendo sinónimo de fatalidad.
Habría mucho más que pudiéramos referir a la pólvora, sin embargo, la intención de este escrito es llamar la atención de la sociedad para no seguir practicando estas absurdas mañas adosadas a la fuerza en la cultura de los pueblos o camufladas en los usos como queriendo legitimar algo que realmente no tiene sentido lógico por más que se quiera defender esta industria y su comercialización.
Como tantas otras cosas en Colombia se volvió parte del paisaje y el morbo noticioso que cada 7 de diciembre se registren cifras y estadísticas de niños y jóvenes quemados con este lesivo elemento y los medios están siempre atentos a diseñar cuadros de quemados, recreados con imágenes de pacientes en las salas de cuidados intensivos.
“Si a la vida no a la pólvora”, “apaguemos la pólvora encendamos la vida” son entre otros los eslogan y frases construidas para las campañas de marketing de entidades públicas y privadas con las que se sale al paso y se queda bien ante la opinión masiva, en tanto que en los almacenes y el comercio se sigue vendiendo esta arma mortal como si se tratara de dulces para los niños en la noche de Halloween.
En las fiestas patronales de los pueblos se gastan y despilfarran cientos de millones en la quema de pólvora y algunos sacerdotes encabezan la procesión para orar por la vida en tanto que a su lado le acompaña el polvorero que, con cigarrillo en la boca, manipula el fatal dispositivo echando cohetes al aire y contradiciendo de tajo el contenido de los rezos del pastor de la iglesia.
Cuando ha culminado la procesión el pueblo se congrega en el parque principal y entonces se da inicio a una quema de dinero que bien pudiera servir para financiar y apoyar programas y proyectos que den verdadera razón a la existencia como los espacios culturales, artísticos y formativos.
Todos elevan su mirada al cielo y contemplan los destellos diseñados por los expertos de las quemas como si se tratara del más fascinante segundo que, como los suspiros, duran muy poco en su esplendor y una eternidad en sus funestas consecuencias.
Que absurda contradicción y que doble moral la que asiste a los seres humanos. Por un lado, campañas, publicidad y propaganda en contra de la pólvora y por otra la programación de los llamados juegos pirotécnicos sin los cuales el pueblo no queda contento y tildan de malas las festividades si no hubo el derroche de dinero para quemar los voladores o dibujar el nombre de los mandatarios de turno en el cielo y todo amparado en que es una «tradición» y hace parte de la cultura colectiva.
La Virgen no le ha pedido a nadie que le hagan honores con la muerte, ni a los campesinos que la honren o agradezcan por la abundancia de sus cosechas con la práctica de estas inadmisibles acciones. Si queremos agradecer por la parcela y los raudales, sería más oportuno sembrar un árbol o dar de comer al mendigo para agradecer por los favores recibidos del Altísimo.
Matar es una «tradición», herir también y utilizar la doble moral mucho más y no por eso tenemos que seguir repitiendo algo tan contraproducente, absurdo y dañino para la sociedad, tampoco por llevar el rótulo de «tradición», tenemos que seguir atentando contra la vida de niños, jóvenes y adultos, porque esas argumentaciones no pueden seguir haciendo carrera y menos en momentos como los que vivimos cuando con la pandemia, entendimos el verdadero sentido de la existencia.
Buscapiés o carretillas, totes, colitas, vivoritas, bombas pirotécnicas o carcasas, cohetes o cañitas voladoras, petardos, bombas de estruendo, rompe portones, mariposas, brujas, conitos, volcanes, luces de bengala, ruedas de fuego, chasqui-boom, estrellitas y candelas, entre muchos otros son los nombres con los que se han bautizado a estos elementos que hacen parte de esa industria letal de la que tristemente derivan el sustento miles de familias en Colombia.
¿Y qué decir de los festivales y concursos donde los polvoreros compiten por jugosas premiaciones? eventos que cuentan, por supuesto, con los respectivos permisos de las autoridades locales. ¿Y entonces de que nos quejamos? ¿Como hacemos para entender las normas y los decretos prohibiendo por un lado el uso de la pólvora, pero por otro otorgando permisos y licencias para el uso, venta y distribución indiscriminada de esta mortal arma? y ¿Como entendemos que en algunas municipalidades aún se siga promocionando los “tradicionales” juegos pirotécnicos cuando existen otras maneras menos dañinas de llenar el infinito de colores?
Definitivamente vivimos en el país de las contradicciones donde lo absurdo es normal y está amparado con la frase: «somos una nación donde reina la diversidad y la democracia».
Dice el refrán que “todo lo que sube baja” y eso debe hacer entender que todo cohete lanzado a las alturas, luego de su explosión cae como los cocos de las palmeras, ocasionando quemaduras amputaciones y lesiones ya que estos, como otros artilugios, producen esquirlas que al desplomar sobre la humanidad de las personas dejan agudas secuelas.
En fin, creo que no hay necesidad de recrear más este tema para entender que ésta mal llamada «tradición» es tan solo una de las tantas maneras de masoquismo comunal que practica la humanidad para divertirse en un choque ilógico de ideologías donde se quiere festejar y propiciar la alegría a costa de la muerte.
Hay otras maneras de ver luces, resplandor y colorido en las alturas y una de ellas son los videos conocidos como mapping cuya técnica audiovisual proyecta imágenes sobre superficies reales, por ejemplo, en la fachada de algún edificio, paredes e incluso, en las estatuas porque gracias al relieve y la combinación con las imágenes se consigue un efecto de verdadera fantasía que bien puede reemplazar la irracional costumbre de la quema de pólvora.
En este sentido hay países como Francia por mencionar uno, que desde hace años viene proyectando luces en el cielo con el apoyo de sofisticadas máquinas alternadas con piezas sonoras que logran grandiosos espectáculos de luminotecnia transportando a los asistentes a mundos surreales donde solo hay cabida para la sana creatividad, la inspiración y la placidez del espíritu.
Que caiga todo el peso de la ley para los padres, adultos y “autoridades” suicidas que buscan sonrisas maquiavélicas y diversión sediciosa poniendo en riesgo el bienestar de los niños y bienvenidas las tradiciones que nos permiten el reencuentro con las sanas costumbres, el goce y la revelación pura de nuestras usanzas.