Deleite Tropical – Fabio José Saavedra Corredor #Columnista7días

columna fabio jose saavedraFructuoso Eleuterio avanzaba con paso mesurado, caminaba decidido, acercándose cada vez más a la ribera del río. El tiempo previsto para su caminata diaria se iba consumiendo, igual que su energía, en esas salidas disfrutaba intensamente el aire fresco de la sabana, cuando este tonificaba sus pulmones y le aclaraba el pensamiento, renovándole energías y dándole paz a su espíritu.

Entonces su rostro se cubría con una sonrisa espontánea, en la que el placer de vivir afloraba incontenible, igual al girasol abriendo sus pétalos dando la bienvenida a los dorados rayos del sol cada día,  en ese momento vio aparecer  los paredones que rodeaban la casona, lo que lo llevó a detener su carrera, su respiración se fue haciendo más pausada, y sintió las gotas de sudor deslizándose por su cuerpo, mientras que en sus ojos revivía el brillo de la adolescencia, igual que las brasas revividas en las cenizas de una hoguera por el paso de la brisa.

Cuando estuvo en la portada buscó una toalla y avanzó secándose el sudor de la frente, entrando al corredor de la casa por el portón de campo, el que daba acceso al sendero del establo, él tenía por costumbre salir a trotar antes del amanecer por el camino veredal y ese día se había exigido un poco más de lo normal, por eso sentía la grata satisfacción de haberse probado, como en sus buenas épocas juveniles.

Cuando pasó por el corredor vio el espléndido racimo de bananos, colgado de la horqueta en la viga central del techo, apetitosos y provocativos, sin dudar un momento desgajó el mejor, su cáscara tenía el color amarillo encendido propio de la madurez del fruto, además, presentaba los lunares característicos del punto exacto para deleitarlo, se veía túrgido, como amenazando reventar su vestido, apresuradamente  le cortó con la navaja la punta y con delicadeza le fue bajando las cintas amarillas de su cáscara, quedando descubierto, como un lirio en plena floración, exhibiendo al desnudo el color aperlado de la pulpa, que lo hacía más apetitoso.

El ambiente se fue inundando de un aroma dulzón, como a fruta en sazón, despertándole las papilas que en ese instante se inundaron de saliva, lanzando un grito orgánico ante la sabrosa oferta, que se fue convirtiendo en clamor, y luego, en alarido, cuando los sentidos degustaron anticipadamente, el bocado que a ese momento ya presagiaba un banquete, el primer mordisco calmó las papilas ansiosas, que parecían naufragar en un mar acuoso, los ojos lanzaron destellos, igual que amanecer de verano y la lengua se debatía entre delirios celestiales, mientras la garganta emitía sonidos de felicidad satisfecha.

Así, poco a poco, el ritual de los sentidos quedo pletórico, cuando el último bocado se perdió por la profundidad de la garganta, quedando sobre la mesa como testigo mudo, la cáscara amarilla y pecosa parecida a un raro lirio marchito.

Fructuoso Eleuterio después de haber recuperado las energías, dirigió sus pasos al huerto, percibiendo en ese momento la magia del trópico, cuando vio los naranjos cubiertos de azahares, anunciando la próxima cosecha, los pomarrosos con las ramas arqueadas tocando el suelo con los racimos de fruta, así, los guayabos y mangos ofrendando posibilidades de vida no solo a sus dueños, también a las aves, que celebraban la existencia entre aleteos y picotazos a los frutos maduros, mientras las abejas zumbaban alegres entre las flores, entonces Fructuoso Eleuterio regresó a la casa, agradeciendo al Creador por esta tierra de promisión, en la que el paisaje se convertía en un canto permanente a la vida.

Fabio José Saavedra Corredor

Miembro de la Academia Boyacense de la Lengua

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