Nos industrializaron el alma y el corazón – José Ricardo Bautista Pamplona #Columnista7días

Llegó diciembre, la época esperada por muchos, pero lastimera para quienes han perdido a sus seres queridos o no tienen las comodidades ni los recursos que demanda esta estación del año. 

Vestir el árbol, engalanar la casa con luces, decorar las fachadas y preparar la escenografía para recibir la navidad resulta ser a veces un complique dados los altos costos que tienen estos elementos en los puntos de distribución que, por supuesto, hacen parte de la cadena de consumo donde el comercio desarrolla otra de sus acostumbradas maniobras, de jugosas ganancias. 

Sin embargo, hay estrategias aún más sencillas que no necesariamente tienen que ver con la inversión de importantes fajos, toda vez que en aquellas costumbres del ayer se encuentran salvaguardados los secretos de nuestros mayores quienes se las ingeniaban para compartir en familia y engalanar las cuadras con apenas unos triángulos de plástico de colores, al estilo de las promociones de las grandes ferias. 

Las cuadras quedaban esplendorosas y de un alero al otro se templaban las pitas que llevaban los banderines, formando una especie de pabellón que a simple vista alegraba la existencia y daba colorido al alma.

Sobre el pavimento, o en los tanques de tejados sobresalían las figuras del pesebre dibujadas en siluetas de aquel niño humilde nacido en el portal de Belén, custodiado por María, José y dos bueyes que daban calor a la improvisada cuna del establo.  

Los cantos armonizados por tiples y guitarras anunciaban la llegada de esta temporada y las panderetas elaboradas con latas de refrescos machacadas amenizaban el tutaina entonado por bellas voces de niños y matronas, quienes no requerían de grandes producciones, sino por el contrario, agudizaban en el trinar sonoro de su cadencia para lucir el acento natural, sin sobre costeados rider de ayudas tecnológicas. 

El pesebre era tan humilde como fue el nacimiento puro de Jesús y el musgo arrancado de las piedras de rio, los helechos y las hojas secas servían de piso para recrear en él la campiña ancestral, adornado por algunos modestos muñecos de color blanco que formaban los rebaños de ovejas, vaquitas o el cisne que nadaba sobre un improvisado lago elaborado con papel de seda color azul celeste. 

Todo lo hacia el ingenio porque la creatividad nace de la necesidad y por eso las generaciones de otrora fueron capaces de inventar tantas cosas para salirle al paso a la adversidad y no dejarse doblegar por la falta de dinero; pero hoy viene «toitico bien empacao» como dice el bambuco de Katie James. El musgo, la nieve, el árbol, las serpentinas, los sonajeros, la barba de papa Noel y hasta el césped es sintético, porque esos elementos descubiertos por nuestros mayores fueron industrializados y como dice también la obra del maestro Gustavo Adolfo Rengifo, “los metieron en un molde y le sacaron cliché”.

Los ambientalistas, quizá con razón, satanizaron el hecho de llevar un chamizo seco para la casa o recoger las hojas secas; porque hasta esos elementos ahora los venden en lujosas empaquetaduras con sofisticadas etiquetas que se salen del presupuesto de quienes viven de un salario mínimo en Colombia.  

Los pesebres son mecánicos, encienden y apagan con el chasquido de las palmas, tienen incorporados los villancicos de navidad, las carcajadas de papa Noel y hasta masajes hay para el niño Dios en la cuna, como si se tratara del nacimiento del párvulo en medio de un falsificado spa. 

Las máquinas motorizadas hacen llover nevisca del cielo, las ovejas agachan y levantan la cabeza, los toros mugen con sonidos casi auténticos, se escucha el llanto distorsionado del niño, el canto simulado de las aves y hasta ostentosos trenes circundan la cuna de Jesús; en una contradicción de épocas que en mi concepto desdibujan totalmente el verdadero relato de las sagradas escrituras. 

La manualidad se mandó a vacaciones y la creatividad se arrancó de tajo, ocasionando una desbandada absurda de mercantilismo fetichista donde se condiciona y obliga al gasto, a la inversión y el consumo, so pena de tener que privarse de la oportunidad de celebrar la navidad y festejar en el espíritu, la llegada del mecías. 

Aquel pisco que emborrachábamos con chirinche para que luego de varias vueltas cayera al piso y poder sacrificarlo, ahora viene en bandejas congeladas adobadas con finas hierbas y solo se requiere seguir las instrucciones para meterlo al suntuoso horno a 180 grados y consumirlo luego con importadas salsas agridulces. 

La preparación de los tamales propiciaba el convite de la familia y cada quien iba echando a la masa el ingrediente: el uno ponía el tocino y se pasaba de mano en mano para que el otro le colocara las rodajas de zanahoria, otro la costilla, el pollo y al final, la genuina mazamorra, previamente cocida en fogón de leña y el amarre con cabuya, en las hojas de servitana; así eran las mingas para preparación de los tradicionales platillos.  

Todo esto ocasionaba la unión familiar y hacía que los miembros del núcleo se reunieran en torno a la humilde mesa, pero los tiempos cambiaron y ahora los tamales son también de masa sintética añejada entre químicos y el suculento plato de la abuela, se reemplazó por lujosas envolturas exhibidas en los almacenes de cadena con elevados costos, porque esos productos, como la ropa, tienen también ahora una marquilla que dice: “Made in China”. 

Por supuesto que no estoy en contra de la innovación y la tecnología, pero de lo que sí estoy seguro es que la tradición pura de la navidad nos la empacaron en refinados icopores y la sistematizaron en códigos QR, es decir nos industrializaron el alma y el corazón que galopaban con emoción a la espera de la añorada época decembrina. 

Los juegos y protocolos del ayer fueron reemplazados por mensajes de texto, manitas arriba, nemes y hoy se editan postizos mensajes en alta resolución para hacer envíos de manera masiva y cumplir así con el compromiso de tener que llamar o saludar a los amigos, a la familia o al enfermo y llevarle entre las manos el pan adobado recién salido del horno, los buñuelos o la natilla, acompañados de un amoroso abrazo de ¡FELIZ NAVIDAD!…

Voy a ilustrar un poco a las audiencias jóvenes que leen esta columna con tres juegos de la usanza para hacer pedagogía e invitarlos a la práctica sana de estos legendarios entretenimientos: Perdónenme el tuteo:  

“Pajita en boca consiste en escoger un dulce o un pedazo de papel y sostenerlo en la boca. En algún momento del día deberás decirle a tu contrincante: ¡pajita en boca! Él deberá abrir su boca, si no tiene nada que mostrar, sumarás un punto. El jugador con mayor puntaje ganará el juego. 

El beso robado ha sido cómplice de muchos que empezaron jugando como amigos y terminaron en pareja y es que este juego, como su nombre lo indica, consiste en robar un beso. Así que, atrévete a declararle tu amor a esa persona que siempre te ha gustado, pero no olvides gritar: ¡mis aguinaldos! 

Dar y no recibir: Todo el tiempo nos dicen que debemos dar para recibir. Sin embargo, para ganar este juego tienes que ser muy creativo al convencer a tu oponente de recibir tu regalo; si él accede, tú gritas: ¡mis aguinaldos! La idea será rechazar el obsequio que te ofrezcan y hacer que el otro reciba el tuyo”. 

¿Vieron cómo es de sencillo? Y eso no requiere de onerosos presupuestos, ni aparentadas inversiones, tan solo necesita de voluntad, humildad y alegría. 

Para finalizar, deseo exaltar, con nostálgica añoranza, las épocas que hacían de la temporada fin e inicio de año, una ocasión para el reencuentro, los apretones, el ingenio, la sana diversión, la juntanza de cancioneros, tiples, panderos y guitarras, las mingas y los convites, los jolgorios de la cuadra, el compartir de amasijos y las recetas de la abuela, las parrandas hasta al amanecer animadas por los juglares del pasado, los regalos empacados en envolturas sencillas que refrendaban el cariño franco y aquel “Faltan cinco pa’ las doce” narrado por animadas voces de locutores, quienes a media noche hacían la cuenta regresiva para culminar en un efusivo y sostenido estrujón de ¡FELIZ AÑO!… 

Volver a estas prácticas en medio de la invasiva avalancha mercantilista es solo un paso hacia la resignificación de estos tiempos y la recuperación cierta de las costumbres, propiciando un equilibrio entre las manifestaciones del afecto, la sencillez y la evolución de los nuevas épocas, porque como se ha dicho siempre las tradiciones se transmiten de generación en generación, pero al parecer lo que tristemente se ha hecho es un frio y calculado exterminio que ha ido de «degeneración en degeneración».

Felices fiestas.

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