Los árboles también lloran – Fabio José Saavedra Corredor #Columnista7días

Todos mis amiguitos tienen una mascota. Conviven y comparten con ellas sus ilusiones, aventuras y sueños y son uno para el otro. Se cuentan sus penas, dolores y alegrías. Con solo una señal el perro de Juanito lo sigue y cuando llega a casa lo lame, salta a su lado y lo saluda con cariñosos gruñidos y batidas de cola.

Mis amigos tienen como mascota a un ruiseñor, un turpial, loros, ratones; y hasta un alacrán acompaña al malvado Kiko, que no ha podido conseguir un murciélago para ponerlo en una cueva simulada que construyó con cajas de cartón y adornó con telarañas.

Así sucesivamente todos tienen animales, pero yo me encariñé con un árbol y él es mi mascota. Sé que no me puede seguir pero sí me escucha en silencio y se alegra cuando me ve, moviendo las ramas, que cuando rozan sus hojas producen un susurro cómo de bienvenida, parecido al sonido con que me duerme mi madre en la noche. Es un sentimiento tan bonito el que une nuestras naturalezas: la vegetal, fija en un solo sitio; y la animal-racional, que le lleva abonos y agua de rosas para que huela bien. Hay días en los que tengo problemas y también le llevo quejas y angustias. Lo más bonito es que es un amigo fiel, nunca se va, siempre está esperándome y oye mis comentarios en un silencio sagrado y respetuoso, nunca se queja ni en verano ni en invierno, ni de día ni de noche.

Lo mejor de él es su comunidad, la cual es un enorme bosque de robles donde él es líder; es el árbol más alto, más frondoso y elegante. ¡Ah! se me olvidaba contarles que él tiene nombre, es el señor Quercus Humboldtii y tiene primos en Europa, el Quercus Robur, que vive en la zona Atlántica, y el Quercus Petraea de la zona Mediterránea. Nosotros, quienes los queremos mucho los llamamos Robles por su belleza, fortaleza, majestuosidad. –Pero ¿saben qué? Roble es un vocablo que viene del latín robur y quiere decir “fuerza”.

Tengo muy claro quién es mi mascota, mi compañero de infancia y adolescencia. Allí construí un columpio con un lazo de fique y me mecía soñando viajar en un avión, de esos que pasan tan alto por el cielo. Recuerdo que como los sábados y domingos no había clases en la escuela y bajo el roble pasaba mis días leyendo y haciendo las tareas escolares.

Así transcurrió mi infancia y la adolescencia hasta cuando entré a la universidad y me alejé de mi mascota. Cuando regresé todo había cambiado, ya tenía mi título profesional y el bosque lo habían destruido, la barbarie del ser humano lo sacrificó en aras de construir progreso en las ciudades: muebles, techos, puertas… ¡todo con la sangre de la naturaleza!

Pensar que para levantar este bosque la naturaleza necesitó entre 200 y 1.600 años, pero el hombre lo despareció en solo cinco años con su afán económico. El depredador más salvaje que hay en el universo es el hombre mismo. Al bosque lo convirtió en un cementerio de muñones, a los que ni la lluvia fue capaz de hacer renacer, ya que empezaron a descomponerse sin remedio y como resultado de esto, el suelo se erosiono con el pasar del tiempo.

Todo parecía un camposanto gringo, con las lápidas iguales, a través de la neblina, a lo lejos, emergía una sensación fantasmagórica, tétrica y gélida. A medida que me iba acercando empecé a percibir un sonido fúnebre acompañado de los lamentos que emitían los muñones de los árboles, que en medio del dolor se resistían a morir. Al paisaje lo iluminaba un sol triste y débil, apenas capaz de trazar un arcoíris de colores opacos como si estuviera de luto y una inmensa cinta negra cubriera el camposanto de los árboles moribundos. Parecía como si a los ojos del horizonte les hubieran depilado las pestañas y la línea de ese gran párpado estaba enrojecida a causa del llanto que el cielo lloraba, después de presenciar la atrocidad cometida por los aserradores insensibles e inhumanos.

Entonces, lloré desconsoladamente, arrodillado y abrazado a mi mascota-árbol y a lo que quedó de él. Le pedí a Dios que el día en que yo muriera, mi espíritu se uniera al del Roble para azotar en las noches de luna llena a los bárbaros que armados, con la peor de las máquinas inventadas por el hombre, la motosierra, andando ufanos por la faz de la tierra desnudándola, desequilibrándola y convirtiéndola en un desierto, sin naturaleza, ni sentimientos.

 Dejemos que hoy se sientan satisfechos y eructen desde el corazón la maldad ecológica que reboza sus entrañas, pero ya llegará el día en que mi espíritu y el del Roble los encontraremos con hambre y sed, día y noche, no les daremos aire puro para respirar, sino los vapores putrefactos producidos por el ambiente que ellos mismos destruyeron. ¡No se rían hoy porque mañana llorarán por todo el daño que le hicieron a mi mascota!

Así, empezaron mis días de luto en compañía de la brisa que nos confundió en un abrazo de condolencia, porque ya no tenía con quién jugar como lo hacía con el bosque, corriendo por entre los árboles y celebrando la bienvenida del verano y el invierno, entre risas de las ramas y reclamos de las hojas porque el aire se las llevaba a su antojo. Todos vinieron a acompañarnos en nuestro luto, en un abrazo eterno por lo que quedaba de mi mascota.

Estuvieron las nubes que lloraron profundas tormentas de invierno, después de gritar con voz de trueno sus reclamos a los indolentes que permitieron este desastre y les lanzaron rayos con lenguas de fuego. Igualmente nos acompañó la señora luz de la luna, con su reflejo triste que nos enfrió más el alma.

Toda la naturaleza, viva y muerta, lloró por su hermano el bosque y su hermano el roble, descuartizados sin compasión, en el tiempo de los insensibles. Después de aplicarle un cicatrizante al muñón que quedó de mi mascota, sentí que un suspiro nacía del corazón de aquel pedazo de tronco y me acerqué para ver brotar sus lágrimas de sabia amarga que se confundieron con las mías y las de Dios, arrepentido por haberle dado tantos talentos y privilegios al ser humano que fue incapaz de dar buen uso a ellos.

Y así, en medio de un suspiro, se fue para siempre el espíritu de mi mascota, El Roble.

miembro de la Academia Boyacense de la Lengua.

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