¿Naranja? o desarrollo – José Ricardo Bautista Pamplona #Columnista7días

Al inicio del actual periodo presidencial se anunció con bombos y platillos la aplicación de un antiguo piloto denominado Economía Naranja; por lo que artesanos, productores, artistas y en general los creativos pensaron que, por fin, había llegado el espacio que permitiría pasar del romanticismo a la productividad haciendo viable el arte como modelo de sostenibilidad económica para los cultores y sus familias.

Sin embargo, a medida que avanza el tiempo este exploratorio se ha venido quedando en un inventario de conferencias, capacitaciones, proyectos y estadísticas con las que se miden los planes de desarrollo, documentos que distan mucho de la realidad.  

El SENA, una de las entidades más queridas por los colombianos, comprende y aplica la Economía Naranja como un banco de oportunidades donde se hace la explotación de habilidades y destrezas fundamentales para el futuro de los colombianos; a la vez que aplica acciones pedagógicas para generar empleo en el sector cultural, apoyando la materialización de ideas creativas, productivas e innovadoras donde se materializa la construcción de conocimiento.  

Por su parte la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), aportó una definición propia y dijo que la Economía Creativa es un concepto basado en los bienes y servicios tangibles e intangibles enfocados en la creatividad que generan crecimiento y desarrollo económico y está en constante evolución.

Howkins dijo: «La Economía Creativa surge a partir de las transacciones de productos y servicios de índole creativo y artístico llevadas a cabo en sectores productivos relacionados». Howkins caracterizó a las industrias culturales según elementos como el valor agregado, su contribución a la economía nacional y la diferencia frente a sus negocios y las industrias tradicionales. Él las asocia en quince sectores, en tanto que otras entidades y expertos las aglutinan en 7 y otros en 9 líneas. 

Felipe Buitrago e Iván Duque definieron la Economía Naranja como un sector de la industria creativa estructurado por arte y cultura como materia prima, donde el sector creativo construye su propia cadena de valor asociado a la creatividad y la propiedad intelectual. Para esto, tomaron como base la definición dada por Howkins años antes y la re definieron adjudicándose el término como propio. 

Como vemos, el discurso es nutrido y las disertaciones dan para todo, pero mientras se dan esas discusiones y se encuentran denominadores comunes para catalogar de una u otra manera al término y hacerlo afín a los planes de inversión por parte del ente público ¿qué hacemos?

Publicidad, arquitectura, arte, artesanía, diseño, moda, cinematografía, música, artes escénicas, editorial, investigación, software, juguetes y juegos, radio y televisión y video juegos entre otros términos se asocian en Colombia a la Economía Naranja y todos estos sectores permanecen atentos y anhelantes a seguir el norte que les indique oportunidades ciertas para la aplicación de modelos de sostenibilidad económica.  

Han pasado ya más de dos años desde que el presidente Duque inició este programa y aunque el auge del mismo permitió la visibilización de algunos creativos, no ha sido posible aun el establecimiento de políticas claras que logren pasar del papel a la práctica para mejorar las condiciones de vida de los “creativos”, y menos propiciarles vida digna, como reza en sus consignas. 

En mi opinión las capacitación y sensibilización no debió haber iniciado con las comunidades sino al interior de los entes públicos para hacer entender a un secretario de hacienda, un jefe de presupuesto, a un funcionario de contratación o a los asesores jurídicos; tanto los términos que rodean las industrias creativas, como el glosario que al parecer cada día está más lejos del alcance en las dependencias donde se administran los recursos, se interpretan las leyes, se adjudican los contratos y se da vía libre a la cristalización de programas y proyectos.

Como hacer entender a un secretario(a) de despacho que está de paso y que ni los cuatro años de un periodo permanece en su cargo, ¿qué es un proceso de formación, un concierto, un performance, una producción, un evento de gran formato, un proyecto innovador, un instrumento hecho por un luthier o un producto elaborado por un escultor y más aún hacerle concebir sobre los costos de algunos productos donde la subjetividad es la gran determinante?

¿Puede compararse para el caso de las inversiones en dotación de un centro artístico, un instrumento marca “xyz” a uno de gran prestigio por sus características técnicas dentro de los mercados? ¿O se les ha enseñado a estos funcionarios qué es una expresión artística elevada al reconocimiento de patrimonio inmaterial?, actividades a las que muchos de ellos por ignorancia llaman “pan y circo para el pueblo?

En fin, la discusión es muy grande y los vacíos ocasionan cada día enormes brechas que siguen propiciando disputas bizantinas, inútiles y desgastantes; como el caso del pago de los derechos de autor por parte de quienes realizan eventos sin ánimo de lucro y muchas veces declinan en su intención por propiciar espacios para el goce del espíritu, ya que no tienen cómo cancelar estos impuestos. 

Hace falta “Coordinol” en este país del sagrado corazón. “Coordinol” en grandes dosis para poder conciliar los mandatos de unos sectores y otros, ya que por un lado se diseñan y se sacan leyes que favorecen al ciudadano y por otro se «pupitrean» nuevas que lo ponen contra la pared y le quitan lo poco que en otras le entregaron.  

Sin haber conocido en ese momento el ostentoso termino de Economía Naranja, por la década de los 90 soñé  con hacer un pueblo o aldea para que los artistas vivieran allí, tuvieran techo y pudieran subsistir dignamente sin acudir a la mendicidad y explotaran, en el mejor sentido de la palabra, sus dones a través de la comercialización, exhibición, promoción y venta de sus obras artísticas, asociando también a este sano propósito otras expresiones patrimoniales como la gastronomía, el turismo, la arquitectura y la investigación.

Como podemos ver el sueño se hizo realidad y luego de vencer grandes y aguerridas batallas el denominado Pueblito Boyacense es hoy un semillero de esperanzas donde se desarrolla un proceso productivo alterno al de las expresiones artísticas a través de la hotelería, restaurantes, tiendas de arte y artesanía, venta de productos creativos, centros de spa, salud y belleza y en fin un nutrido catálogo de oferta de la que sustentan su actividad económica más de 120 familias dedicadas a lo que se discute todavía si es o no “aprovechamiento del tiempo libre o Economía Naranja”.

Pero, mientras eso ocurre en ese poblado, las entidades del estado de la ciudad, el departamento y el país hablan de Economía Naranja, de atractivos y productos turísticos, de industrias culturales y de otro archivo más de leyes, normas, estadísticas, políticas y objetivos que para nada se relacionan con el Pueblito, es decir que por un lado siguen pagando estudios y proyectos de millonarias sumas y por la otra, los cultores de la singular villa, en solitario y con las uñas, hacen realidad sus propósitos de vida favoreciendo a la región con estos esfuerzos desde lo privado; como ha sido siempre la creación de compañías artísticas, academias y organizaciones denominadas hoy como no gubernamentales.   

¿Exagero entonces en mis apreciaciones?

Creo que no, y por eso ésta reflexión no está orientada a la crítica ni a la satanización de las acciones de los entes públicos, por el contrario, es un respetuoso llamado a la acción, a la articulación de los esfuerzos privados con los públicos, a la creación de escuelas y modelos prácticos con sedes dignas bien planeadas, bien calculadas, bien dotadas y bien desarrolladas con sostenibilidad en el mediano y largo plazo; donde se genere el accionar de programas y proyectos viables que amparen a unos y otros, y en especial a las nuevas generaciones.  

Escuelas donde se diseñen y estructuren áreas de capacitación y aprendizaje, con dotación de maquinaria y elementos para la creación de mercados artísticos, con estrategias de promoción y comercialización para ubicar el producto de las manifestaciones del espíritu, en nichos nacionales e internacionales que no solo les permita a los territorios y al país mostrar sus rasgos identitarios, sino a sus protagonistas vivir decorosamente de esa operación creativa.  

Necesitamos con mucha urgencia, el establecimiento de políticas públicas hechas y diseñadas con y para el ciudadano, apartadas de los cuadros estadísticos estáticos que solo sirven para medir indicadores maquillados y distantes de la realidad, pero, más necesario aún, urge la coordinación entre las áreas y dependencias del aparato público para hablar lenguajes comunes donde los propósitos de los unos no maltraten los de los otros, ya que solo así será posible entender este rimbómbate término de la Economía Naranja para asociarlo a todos los programas que tengan que ver con la imaginación, las manifestaciones innatas del ser humano la potencialización de sus aptitudes, pero sobre todo a la productividad, aquella que genera ingresos y propicia bienestar y vida digna para todos.  

“No me des el pescado, enséñame a pescar”, esa para mi debe ser la premisa para apartarnos de las enquistadas mañas del asistencialismo y de esa mentalidad absurda que pulula en los gremios donde el “papa estado” debe dar todo, debe proveerlo todo, debe pagar por todo, tamaña contradicción ésta cuando por un lado se exigen recursos a borbotones y por otro se sabe que la cultura, el turismo y el deporte no tienen fortines que soporten tal exigencia, porque siguen siendo las cenicientas a la hora de la repartición de la torta financiera para los sectores.

¿Y entonces, seguimos en estas discusiones irreconciliables?, ¿continuamos echándonos culpas unos a otros? ¿siguen los artistas hablando mal de las entidades y los servidores públicos porque no le patrocinan sus proyectos individuales? ¿Y el funcionario de turno defendiéndose como puede de los agravios y los enjuiciamientos?

¡No! Me parece que debemos, si o si, participar de las mesas y los espacios de diálogo para diseñar entre todos idearios viables, sostenibles y alcanzables; donde predominen los objetivos colectivos que estén por encima de los individuales, donde logremos conciliar lenguajes afines y sólidos que den la posibilidad de dialogar sobre estos asuntos de manera fluida y sin tantas interpretaciones de la ley por parte de los “expertos” que llegan a las entidades públicas, muchas veces a enredar la pita y a estancar los procesos por falta de humildad, actitud proactiva y conocimiento.

Para claridad de muchos, la Economía Naranja es un método desarrollado desde hace décadas en varios países del mundo quizá con mayor éxito que en el nuestro, porque en esas naciones se tiene otro concepto de la creatividad, de lo estético, de lo subjetivo y de todo lo que hace parte del ser humano, pero que en nuestro país le han colocado absurdas etiquetas para arrumar las manifestaciones del hálito en una especie de cuarto oscuro donde se guardan los trastos viejos que solo sacamos cada vez que los necesitamos, caso similar cuando nos acordamos de los bomberos para apagar incendios.

La creatividad no es solo de los artistas, es un ejercicio inherente al ser vivo que solo necesita reconocerse, valorarse y elevarse a máximas categorías para encontrar en ella, la llave mágica que nos aproxime al éxito y a la verdadera reconstrucción del tejido social, labor que no podemos endosar únicamente al estado, sino que, por el contrario, nos compete a todos.

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