Deja tus cargas inútiles – Fabio José Saavedra Corredor #Columnista7días

A esa hora del atardecer, la cálida brisa jugaba con las hojas de las palmeras, en una cautivadora danza, al ritmo de las notas silbadas por el roce del filo de las hojas con el raudo paso del viento, las bandadas de garzas y gaviotas volaban de regreso a sus nidos, entonando cantos alegres que anunciaban su cercanía al hogar, las aves volaban sincrónicamente, elaborando fantásticas figuras que se recortaban en el azul del cielo, era un espectáculo encantador que embelesaba el espíritu.

El sofocante calor del mediodía se había quedado en el sendero del tiempo, la frescura de la tarde invitaba a disfrutar la playa, mientras el atardecer dibujaba arreboles en el horizonte. En ese momento José Sueños dejó la comodidad de su hamaca, la que permanecía guindada en los macizos troncos de los almendros, avanzó descalzo buscando la franja de arena húmeda, adornada con el encaje de espuma de las olas, en su eterna caricia a la playa, al mismo tiempo, disfrutó la sensación de sus pies hundiéndose en la arena, a medida que avanzaba, sus pasos quedaban impresos en la arena por unos instantes, cada nueva ola los recogía para subirlos en su lomo y llevarlos a conocer lejanos parajes.

José Sueños pensó que el mar era un amante insaciable, siempre llegaba rendido a los pies de la playa, seduciéndola primero, poseyéndola en medio de susurros, que se perdían en las profundidades de sus poros, en un ritual repetido en el abrazo de cada ola, haciendo que el mar y la playa fueran uno solo.

El hombre seguía allí de pie, extasiado, disfrutando ese espectáculo de vida, todo era equilibrio entre los dos amantes, cuando la oscuridad empezó a invadir las cosas con el abrazo de las tinieblas, siendo invadido por dolorosos recuerdos, sintiendo que sus entrañas se estremecían, arrancándole del alma un gemido, parecido al de un huracán filtrándose por las hendijas de las puertas cuando arrecia la tormenta, entonces la voz del oleaje se tornó compasiva, exhortándolo a dejar el pasado en el pasado, donde descansan los que se han ido, le dijo con la profundidadde la sabiduría, que si el camino de la vida continuaba, para qué cargar dolor y tristeza, si era preferible iluminar su sendero con alegría.

La voz de la brisa marina voló sobre el oleaje hasta llegar a los oídos de José, invitándolo a fundirse con las aguas del mar, para dejar en él todas las cargas que hacían pesado su camino, él fue dejándose abrazar por el agua a medida que se sumergía, meciéndose en el oleaje, entregándole todos los lastres de su alma, hasta que la media noche lo encontró exhausto, pero con una nueva sonrisa y el susurro de su conciencia que le repetía, “Leva anclas, suelta amarras, mira nuevos horizontes y alza el vuelo que la vida es de los audaces, tu fortuna es la libertad, no la aprisiones en las cuatro paredes de tus temores y miedos, para vivir en la conciencia de los inconscientes, eso no es lo que quieren los que te quieren y se adelantaron, ellos quieren verte alegre, sonríele a la vida que ella espera sonreírte cada día”.  

La luna llena iluminaba el paisaje, cuando José Sueños caminó por la orilla de la playa y vio un enorme tronco, seguro su amigo el mar lo había traído de tierras ignotas, percibió la luz de la luna reflejándose en la superficie del tronco y se atrevió a pasar la mano suavemente por la madera, sintiendo admiración y ternura por ese árbol que un día se desprendiera de sus raíces, en un bosque lejano, en la playa de algún mar perdido y abandonando su origen, entregándose confiadamente en brazos del océano, para emprender una  increíble aventura, navegando en aguas desconocidas de idílicas quietudes, así fue perdiendo su corteza y puliendo su nueva piel de madera, en la que hoy se reflejaba la luz de Chía, hasta que un día cansado de aventuras, tormentas y de salvar náufragos, su amigo el mar lo encalló en esa hermosa playa del Caribe.

Desde esa noche José Sueños camina erguido sin cargar tristezas y recuerdos, habiendo descansado de tanto peso inútil, dejándole todo al olvido y agradeciéndole al mar y al tronco viajero la lección de vida aprendida.