¿Existe la asertividad en la política? – Carlos David Martínez Ramírez #ColumnistaInvitado

Cuando se habla de comunicación asertiva es común encontrar en la literatura que se trata de un proceso en el que se evitan los extremos de la agresividad y la pasividad, podría cuestionarse hasta qué punto es viable la asertividad en la política bajo la lógica de ganar elecciones a como dé lugar. 

La idea que postula que al pueblo no hay que decirle la verdad sino lo que quiere oír, puede generar reflexiones sobre temas como el populismo y la demagogia. También caben reflexiones sobre si la comunicación en la política se orienta por la búsqueda de la verdad o de manera estratégica. 

El francés Lyotard plantea que hoy la sociedad no se pregunta qué son las cosas sino para qué sirven, por su parte el británico Barnett postula que en el operacionalismo la comunicación tiende a orientarse de manera estratégica, mientras la búsqueda de la verdad se enmarca en un interés principalmente académico. 

Ya en el siglo XIX Nietzsche relacionaba en su libro Humano demasiado humano que hay políticos que piensan de la siguiente manera: “Dadme solamente el éxito; con él pondré de mi lado a todas las almas honradas, y me haré honrado ante mis propios ojos”. Un fenómeno asociable con lo que hoy denominamos posverdad, donde no importa la verdad sino ganar. 

Son cuestionables también las estrategias que apuestan por los ataques a contrincantes dentro del mismo espectro político para ganar votos, en lugar de encontrar puntos de convergencia para construir en conjunto. Esto es algo que algunos analistas y asesores políticos disfrazan de asertividad cuando realmente se trata de una agresividad con la fórmula gana-pierde, la verdadera asertividad busca relaciones gana-gana. 

Si bien puede resultar ingenuo pensar que siempre es posible un escenario gana-gana, el punto destacable es que en muchos debates políticos se ataca a las personas en lugar de defender las ideas propias. Ojalá que logremos dar paso a una sociedad que legitime el poder en función a lo que Weber denominaba técnica y razón, en lugar de hacerlo por el carisma, lo que este pensador consideraba algo típico de una democracia premoderna.