
Las votaciones y los candidatos y candidatas han sido un tema recurrente de esta columna. Las jornadas de votación, las propuestas, los debates, los micrófonos, las cadenas de WhatsApp, las discusiones familiares, en fin… Las elecciones son un permanente vaivén, como la vida misma. Pasan los días, los meses y los años con sus respectivos desaires y complejidades y las elecciones siguen allí.
Como el cuento de Augusto Monterroso, abrimos diariamente los ojos, y los políticos, las elecciones y las peleas por los votos siguen allí. Mucha de nuestra cotidianidad como ciudadanos cuando consultamos una red social, prendemos un programa de radio o vemos un noticiero involucra a la política y a los políticos. Y el año 2022, que se aproxima a gran velocidad, va a ser año electoral. Uno muy importante.
Me explico: los años 2020 y 2021 han sido, quizás, los más difíciles de nuestra historia reciente. Un país con dolor, con profundas desigualdades sociales y con los millones de víctimas del conflicto armado de más de 60 años tuvo que afrontar la pandemia del COVID-19. A la fecha de esta columna, 126.585 personas han perdido la vida a causa del virus; miles y miles de familias lloran a sus seres queridos, millones de colombianos perdieron su empleo y cientos de miles de pequeñas y medianas empresas quebraron.
¿Qué si se veía venir la tormenta? Claro que no. Lo que sí ocurrió es que esta inesperada y devastadora tempestad dejó en evidencia que ese barco llamado Colombia tenía como capitán al mando al marinero más inexperimentado, irrelevante y falto de carácter posible. Y la herencia de ese deslucido capitán va a ser nefasta para los años venideros: recesión económica, desconfianza en las instituciones, profundos índices de desigualdad y una sociedad empobrecida y con rabia profunda. Por ello, las elecciones del año 2022 son las más importantes en mucho tiempo.
Es soberbio, muchas veces, hablar de uno mismo. Pero yo ya tengo por quién votar. Voy a votar por un ingeniero civil, profesor y escritor que me genera confianza. Y en eso quiero detenerme un poco: un voto es un ejercicio profundo de confianza. Un voto consciente, libre de transacciones oscuras y manipulación, es un acto de fe. Y en estos tiempos oscuros, en los que el lastre dejado por las fuerzas políticas del Laureano Gómez del siglo XXI hizo todo lo posible por menoscabar lo que nos queda de democracia, institucionalidad y dignidad del Estado de cara a los ciudadanos, confiar es lo último que nos queda. Ser colombiano es un acto de fe, escribió Jorge Luis Borges alguna vez. Y el año 2022, con todo el agite de las elecciones y las candidaturas, va a ser eso: un ejercicio de fe.
Mi voto por Alejandro Gaviria también tiene un toque de estrategia, debo confesar. El uribismo quiere y hará todo lo posible para que las elecciones tengan a su nuevo títere y a Gustavo Petro como únicas opciones. “Ya sabemos quién” quiere con toda su alma que Petro llegue nuevamente a segunda vuelta para volverle a ganar con facilidad. Eso no le conviene al país, en mi opinión: cuatro años más de uribismo serían el peor escenario posible. Por eso firmé y votaré por Alejandro Gaviria. Para romper el reduccionismo al que nos quieren condenar los extremos y para que la sociedad colombiana entienda que se puede confiar en una alternativa política tranquila y mesurada que sepa afrontar los años tan complejos que se vienen para el país luego de la pandemia.
¿Ya tiene por quién votar? Yo sí. Ya tengo por quién votar. ¿Por qué por Gaviria? Porque sé que impulsará un amplio modelo de salud mental preventivo, porque respetará las libertades individuales y colectivas, porque cumplirá con el Acuerdo de Paz y porque como presidente preparará a Colombia para afrontar el cambio climático. No quiero caudillos ni mesías ególatras. Alejandro Gaviria representa un liderazgo tranquilo pero firme. Un escritor y narrador de historias sabe escuchar. Escuchar el doble para hablar la mitad. Y eso quiero de un presidente.